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lunes 27 de agosto de 2007

Entre los límites y la libertad

Una de las tareas más difíciles de la paternidad es lograr el equilibrio de marcar límites que no sean ni exageradamente rígidos ni demasiado permisivos.

Responder a las demandas de libertad que plantean los hijos debe ser uno de los desafíos más grandes con los que se encuentra cualquier padre.

Las respuestas a esta demanda pueden ser muchas. Desde las que reprimen de tal modo que atrofian la libertad, hasta aquellas que, de tan permisivas, se transforman en promotoras del libertinaje.

Sin embargo, la libertad de nuestros jóvenes necesita respuestas que puedan ordenar un deseo íntimo, un caudal poderoso que cuando se desborda nos plantea un dilema al que no siempre sabemos responder: los límites.

“¡Que los chicos crezcan solos! Una broma. Triste broma. La mínima verdad enseña que se nace y se crece a la sombra de los otros que ahí están con nosotros, antes que nosotros”, nos dice el profesor Jaime Barylko e ilumina el sentido profundo que tienen los límites, que no es otro que acompañar.

El límite acompaña el crecimiento, ordena el caudal para que llegue a destino, es tutor para enderezar lo torcido, indica la manera más conveniente de encarar la ruta de la vida, busca el bien del ser amado.

El límite contiene al ser humano, lo enfrenta consigo mismo, con lo bueno y con lo malo, le permite al hombre conocerse tal cual es y, de esta manera, tener una real aceptación de su persona. Ese conocimiento le posibilita que, en el momento de elegir, lo haga desde su ser más íntimo, y no desde los condicionamientos internos o externos, en definitiva, le permite ser verdaderamente libre. La libertad humana no es sólo “una libertad de”, sino también “una libertad para”. ¿Para qué ser libres?

Algunos piensan que los límites dañan la libertad, la condicionan, la traumatizan. Pero si no hay límites, ¿qué hay del otro lado? A veces, la soledad; otras, el abismo del que cae al vacío sin ser contenido, del esclavo de sus caprichos, o víctimas del permisivismo. Éstas son puertas abiertas a conductas adictivas no deseadas para nuestros jóvenes si de verdad los amamos.

El amor exige firmeza y compromiso, si no se transforma en mero sentimentalismo o en pura afectividad. “Firmeza es limitar y exigir para lograr desarrollar lo que potencialmente está en aquel que amo”, sostiene el Padre Antonio Cosp en su libro “Firmeza y ternura”.

Existe una estrecha relación entre amor y bien: “porque te amo te cuido y porque te cuido muchas veces te digo no…”. Sin embargo, es cierto que hoy los límites no tienen buena prensa.

El correcto ejercicio de la autoridad es columna vertebral del comportamiento humano. Ni el autoritarismo vacío de sentido ni el permisivismo facilista permiten un sano crecimiento y, mucho menos, una preparación para la exigente vida moderna.

Trabajosa, y a veces ingrata, la tarea de guiar, de enderezar, de corregir y de dar respuestas que, quizás, ni uno tiene. Pero, qué gusto da ver el árbol florecido, ¿no? © www.economiaparatodos.com.ar

Adrián Dall’Asta es director ejecutivo de la Fundación Proyecto Padres.

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