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lunes 26 de septiembre de 2011

Es el bolsillo, estúpido…

De él somos esclavos, respondemos como siervos a su estado. Si está abultado, nos sentimos Gardel… y Le Pera, los dos juntos.

Esta vez no es una cuestión personal. El síndrome de la hoja en blanco acecha, y es que, sin duda, la hoja en blanco es la radiografía más genuina de esta Argentina. En blanco está la política (la de veras), en blanco las conciencias (sin diferencia de clases ni de ideas). En blanco, el interés por ver más allá del árbol, máxime en primavera.

Narrar aquí sigilosamente los temas que hacen al escenario político carece de sentido. La mayoría de los argentinos quiere únicamente ver lo positivo o, peor aún, lo divertido. En rigor y sin eufemismos, sólo mira y ve su bolsillo. Los demás son de palo.

Si esta actitud deviene de un grado de satisfacción suficiente, si acaso es un mecanismo de defensa o un hastío que se estiró en demasía, si se origina en un individualismo intrínseco por esencia, o si es fruto del ejemplo que se propagó desde arriba, a esta altura ya no cuenta. Detenerse en la consecuencia impide adentrarse en la causa donde seguramente están todas las respuestas.

Lo cierto, es que se ha llegado al 2011 en un estado de abulia como si fuésemos zombies o nos hubieran anestesiado. La cirugía no la sentiremos, pero el posoperatorio será complejo y largo. Tal vez, creemos estar a salvo por desentendernos de los temas políticos. Hay hasta cierto regocijo en no detenernos en nada del teatro gubernativo: “Ya conocemos los actores, el libreto es el mismo, y estoy podrido”, más de uno me lo ha dicho. No puedo contrarrestar diciendo que el argumento no es legítimo. Ahora bien, si ningún ciudadano se ocupara de los asuntos del país, no hubiera existido un Juan Bautista Alberdi, un Manuel Belgrano o un San Martín…

“Zapatero a tus zapatos”, “Cada maestrito con su librito”, ¿cuántos dichos populares más pueden justificar este “no me meto”? Sin embargo, una cosa es delegar responsabilidades en un líder, un representante, y otra muy distinta es alejarse sin dejar a nadie, o peor aún dejando el país en manos de una dirigencia que parece interesada en hundirlo tras saquearlo. Pero el bolsillo todo lo puede. De él somos esclavos, respondemos como siervos a su estado. Si está abultado, nos sentimos Gardel y Le Pera. Los dos juntos, sí, porque uno solo es poco cuando un argentino tiene ese “órgano” bien alimentado.

En conocimiento de ello, el actual gobierno fue fomentando en exceso ese comportamiento hasta dejarnos a días de las elecciones, divirtiéndonos, no pensando. Subsidios a granel, planes por doquier, asistencialismo que parece liberar aunque encarcela cada vez más. Una maquinaria propagandística indiscutible y una estructura mediática como pocas veces se ha visto hacen el resto. Nunca antes hubo una administración que se ocupó de construir poder, distrayendo en forma constante, “clientizando” al soberano.

Se puso precio a todo y más también. El mercado de voluntades mostró ofertas impensables, las bancas se vendieron hasta por Internet. Las embajadas se vaciaron de diplomáticos, y se llenaron de amigos que de papistas se pasaron. Al Ejército apenas le quedó, una vez cada tanto, organizar una parodia de algún acto patrio. Los cargos públicos se rifaron entre aquellos a quienes es conveniente mantener de aliados. “Todos para uno” con una salvedad: ése uno para sí mismo, nada más.

En el trayecto, el circo siempre activo. La vida no es sueño, Calderón. ¡La vida es farra! Miniseries en capítulos nunca definitivos, unos tras otros sin solución de continuidad. La gesta de Antonini Wilson, el Tren Bala, el Caso Skanska, los goles liberados, el Schoklendergate… Para todos y todas. Escenografías majestuosas, vestuarios que generaron suspiros y otras cosas. Después, el negro como marco, y la viveza criolla desmantelada: cambio de imagen para la “gilada”. Y sí, la “gilada” compró el luto y las lágrimas, el “avivado” que denunciaba, posiblemente no consumió, pero igual pagó, y paga.

Distraídos gastando a cuenta del bolsillo, confiamos en el “darnos cuenta” y en el “a mí no me engañan”. Pero nos engañaron porque tampoco hay tanto para gastar, y nos sumimos en lo superficial. No nos dimos cuenta de aquello que estaba más allá. Más allá se gestaba la realidad alejada de los anuncios y la retórica oficial, de las inauguraciones, de las luces de neón, de Tecnópolis, de la cadena nacional. Cuando nos quisimos dar cuenta de veras, ya no vimos nada. Ni siquiera un candidato en quién confiar a la hora de votar.

El país no ha cambiado. Cambiaron, tal vez, los argentinos embelesados frente al falso confort que se les “regala”. Este último fin de semana, sin ir más lejos, la ciudad era un parque de diversiones: recitales, carreras de motos, conciertos y fiestas populares, entre otras actividades. Subsidios en forma de divertimento, dentro de una cultura de masas que entretiene pero no emancipa, ni ofrece más nada.

Se es público de todos esos eventos, o usuario de distintos objetos que, paradójicamente, son los primeros en ofrecerse desde el Estado (espectáculos, netbooks, LCD, o fines de semana largos) Nos confinan a mirar, a poseer, nos anclan en la particularidad. En cambio, ser ciudadanos requiere dejar de lado lo particular, interactuar con los demás. En síntesis, ocuparse del bien común, ser copartícipes del poder, justamente lo que menos cedería o compartiría la jefe de Estado. Mejor “ceder” electrodomésticos o entretenimientos, claro.

Creímos ser “piolas”, pero la “piolada” de ellos tiene un par de ingredientes más: la falta de límites y la inmoralidad. Contagiados de ésta, vaciamos la ética, los principios, la conciencia. Si acaso veníamos patinando desde hace décadas, en la última el deslizamiento viene siendo magnánimo.

Veamos un minúsculo acontecimiento que, sin embargo, muestra una enormidad. Cuando Eduardo Borocotó, tras ser electo por una fuerza política opositora, entró a la Casa Rosada, la irritación social tuvo voz, y una suerte de reprimenda se sintió. Hoy, la conducta de Felipe Solá no evoca ni un murmullo. No asombra, no se cuestiona. Estamos divirtiéndonos.

Otro ejemplo en apariencia menor: en los 90, cuando Carlos Menem subía con Zulemita al avión, el repudio mediático era atroz. Ahora, que a la Presidenta la acompañe Florencia parece natural. O nos equivocamos antes, o nos estamos equivocando hoy… Estas nimiedades dicen mucho más de lo que imaginamos. O quizás tampoco podemos imaginar más, pues todo está a la vista, en escaparates y góndolas, listo para el consumo instantáneo, la satisfacción inmediata, cuestión de no pensar.

Entramos en la era del “konsumo”, consumidos, empaquetados. Nos sentaron como a infantes frente a una Play 3, y ahí estamos anonadados, tratando de ganarle al de al lado. Si aquel logra un plasma, nosotros debemos lograr un Led 3D. Si el otro viaja a Mar del Plata, nosotros tenemos como mínimo que cruzar el charco. La patente F o G del auto comienza a molestar porque el de enfrente tiene patente J o K.

Es verdad, estamos demasiado ocupados como para atender asuntos del quehacer nacional. “Pero, ¿qué querés que hagamos, una revolución en Plaza de Mayo?”, responden si alguien intenta mostrar qué está pasando. Nadie pretende tanto, pero somos un país de extremos, y los puntos medios, los matices, no son aceptados.

“Estamos en democracia, para eso votamos”-, retrucan si se sigue interrogando. Nunca una elección resultó tan liberadora como estas que estamos llevando a cabo. Tenemos el mayor porcentaje de psicoanalistas por m2, pero eso no interesa porque nos autojustificamos bárbaro. Entrar al cuarto oscuro una vez cada cuatro años dista tanto de garantizar un régimen democrático, como entrar en una Iglesia no garantiza que se sea cristiano.

En definitiva, el gobierno parece haber logrado su cometido. Se nos ha transformado en habitantes del supermercado, no de un país que requiere cuidado. La Presidente se ha convertido en una “party-planning”, una organizadora abocada a divertirnos, y está visto que de su calesita salimos demasiado mareados. “Qué barbaridad cien mil dólares en zapatos”, decimos pero igual la votamos. (La generalización sólo vale como recurso literario.)

Sintetizando, somos consumidores listos para ser consumidos por su majestad, en nombre del Estado. Pero eso sí, divertidos y sin bolsillo vacío, claro… © www.economiaparatodos.com.ar

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