Federalismo trucho vs. Fachada presidencialista: un problema para resolver con urgencia
Es urgente que el sistema de administración de la cosa pública sea simple, coherente y eficiente
Leyendo la historia argentina, daría la impresión que el federalismo fue una solución de compromiso entre pequeños caudillos regionales sin polenta suficiente para conformarse en Repúblicas independientes y la necesidad de independizarse comercialmente de España. Sepan disculparme los románticos del patriotismo, pero estoy convencido que esta fue la realidad que vieron los inmigrantes españoles y sus primeros descendientes con la caída de Fernando VII: vieron la oportunidad de “hacerse la América” ellos también como sus más afortunados compatriotas que había atracado sus naves en México y en Perú.
Como fuera el origen, la gente elige al Presidente, la República es presidencialista, pero en realidad el Presidente debe lidiar con los caudillos regionales que no siempre comparten su visión política, sus planes de largo plazo y, en un plano infinitamente más miserable, sus conveniencias políticas y sus objetivos de poder.
Este federalismo sui generis genera un gasto político gigantesco, ya que cada provincia, para sostener su “fachada” republicana y democrática, cuenta con un aparato político/judicial y administrativo propio; produce una desgastante e ineficiente “discusión” política entre el gobierno nacional y los gobiernos provinciales; frena el crecimiento del país ya que las necesidades de “acuerdos políticos” prevalece por sobre la impostergable necesidad de modernizar y eficientizar la economía del país; es causa innegable del imposible y nefasto sistema fiscal que ahuyenta a todos menos los contadores que se han vuelto los exegetas imprescindibles para que algún organismo recaudador no nos embargue las cuentas y nos impida seguir trabajando; genera una infinidad de recovecos en los que los impuestos que pagamos con el sudor de nuestra frente se pierden para beneficio y alegría de un sin fin de burócratas, vivillos, inescrupulosos y, ¿porque no llamarlos con todas las letras? ladrones matriculados.
Este esquema político que la Argentina ha adoptado hace ya dos siglos se ha vuelto una gigantesca y eficientísima máquina de impedir la creación de riqueza, el crecimiento y bienestar de los ciudadanos y para redistribuir la cada vez más pequeña riqueza que se genera a favor de un abyecto sistema político.
¿No habrá llegado la hora de cambiar este sistema político? ¿No será necesario reconocer que el federalismo ha fracasado y que es necesario repensar el país?
Una República presidencialista no puede tener un presidente políticamente débil. No es posible crecer y prosperar cuando quien es elegido y percibido por toda la ciudadanía como el “conductor” vea sus ideas y sus proyectos destruidos por los caudillos de las provincias, en beneficio propio. No es posible que los impuestos de todos sean puestos al servicio de muchos y muchas veces contrapuestos proyectos políticos. Es urgente que el sistema de administración de la cosa pública sea simple, coherente y eficiente; que las discusiones políticas se limiten a las elecciones y que una vez constituido el gobierno, este pueda dedicarse a llevar adelante la propuesta que la gente eligió por mayoría.
La República no se nutre solo de grandes enunciados y de acuerdos sobre objetivos grandiosos: también necesita administración eficiente y coherente, tranquilidad política para poder llevar adelante proyectos, velar por el crecimiento de la riqueza de los ciudadanos y cuidar que cada centavo de esa riqueza que se dedique a la satisfacción de necesidades comunes sea administrado eficiente y honestamente. Con esta mezcla de federalismo trucho y fachada presidencialista, estos objetivos parecen utópicos.