Francisco: ¿ayuda su discurso a terminar con la pobreza?
Cuando el Papa habla de economía, no habla ex cathedra. Es solo una opinión y por lo tanto para el debate.
Antes de ir al punto de esta nota, deseo aclarar que soy católico, estudié en un colegio parroquial y luego economía en la UCA. En aquellos años, teníamos materias como teología, ética y moral profesional y, por supuesto, Doctrina Social de la Iglesia, en la que veíamos las encíclicas. De manera que algo de las opiniones de los papas sobre economía conozco, aunque tampoco soy un experto, pero sí las estudié.
Ahora bien, soy consciente de que a más de un ferviente católico no le agradará esta nota. Sin embargo, la escribo sabiendo que las declaraciones de Francisco en materia de economía y pobreza son discutibles.
Recordemos que solo cuando el Papa habla ex cathedra su palabra es inapelable y lo hace cuando se trata de temas de doctrina de fe. También recordemos que fue en el Concilio Vaticano I, en 1870, que se estableció el dogma de infalilibidad papal bajo el argumento de que el Papa tiene la asistencia divina. Históricamente, se decidió en dicho concilio establecer este principio de la infabilidad del Papa por las divisiones internas que, en esa época, imperaba dentro de la Iglesia. No sigo profundizando en este tema porque no viene al caso de esta nota.
De lo anterior se desprende que cuando el Papa habla de economía, no habla ex cathedra, es decir, su palabra no es definitiva sino que es opinable, como la de cualquier católico o no católico. En consecuencia, sus afirmaciones sobre la pobreza pueden estar equivocadas al punto, y aquí alguien puede escandalizarse, que sus dichos pueden generar, por error, más pobreza, exclusión y hasta autoritarismo.
En su encíclica EVANGELII GAUDIUM, Francisco afirma: “En este contexto, algunos todavía defienden las teorías del «derrame», que suponen que todo crecimiento económico, favorecido por la libertad de mercado, logra provocar por sí mismo mayor equidad e inclusión social en el mundo. Esta opinión, que jamás ha sido confirmada por los hechos, expresa una confianza burda e ingenua en la bondad de quienes detentan el poder económico y en los mecanismos sacralizados del sistema económico imperante. Mientras tanto, los excluidos siguen esperando”.
En primer lugar, Francisco se equivoca de medio a medio cuando afirma que la libertad de mercado no favorece a los más pobres y jamás ha sido confirmada en los hechos, porque hay toneladas de estudios, libros y ensayos que muestran que a más libertad económica mejor nivel de vida de la población y menos pobreza. Si alguien le acercara al Papa el libro de Mancur Olson, «Auge y Decadencia de las Naciones», podría verificar el error de su afirmación.
No fue el Plan Marshall el que sacó de las ruinas a la destruida Alemania de post guerra, sino el coraje de Konrad Adenauer y Ludwig Erhard que impulsaron una economía de mercado enfrentando a las fuerzas aliadas de ocupación que seguían con la cantinela de las regulaciones y cartas de racionamiento.
Otro libro para ser revisado es «Bienestar para Todos», de Luwig Erhard, en el que detalla cómo fue liberando la economía alemana hasta su reconstrucción total, lo que luego fue conocido como el milagro alemán. No hubo tal milagro, hubo una economía de mercado sustentada por sólidas instituciones que estimulaban el espíritu emprendedor de los alemanes.
No fue que se construyó el Muro de Berlín para que los alemanes occidentales no entraran en masa al paraíso socialista de la distribución de la riqueza, sino que los socialistas lo construyeron para encarcelar a los alemanes orientales que querían escapar de la atroz dictadura socialista y la pobreza en que vivían.
Y bueno es recordar también que Juan Pablo II contribuyó, con su coraje, a derribar ese muro de la vergüenza cuando abiertamente apoyó al sindicato Solidaridad que luchaba contra la opresión del paraíso socialista, en el que se suponía que unos pocos burócratas tenían el monopolio de la bondad y distribuían equitativamente la riqueza. Más bien tenían el monopolio de la represión hasta niveles salvajes.
Por citar otro ejemplo, los famosos balseros que se animaban a escapar de la opresión de Fidel Castro, no eran turistas apurados que habían perdido el avión. Era gente que quería respirar aire de libertad y arriesgaba su vida en precarias embarcaciones para llegar al continente.
Los excluidos de los que habla Francisco son excluidos porque el intervencionismo estatal, que parece propugnar, no solo traba la producción, sino que además desestimula las inversiones, la creación de nuevos puestos de trabajo y mejor remunerados gracias al aumento de la productividad. Arriesgando aún más mis diferencias económicas con el pensamiento de Francisco, diría que hasta existen visiones morales diferentes. Mientras Francisco cree que los pobres tienen que ser asistidos por el Estado, yo creo que es moralmente superior crear las condiciones institucionales y la libertad de mercado para que cada ser humano tenga la dignidad de mantener a su familia del fruto de su trabajo y no de la dádiva del puntero de turno. ¿Acaso, no ya Francisco, sino Bergoglio no ha visto cómo denigran a la gente en Argentina con el clientelismo político? ¿Quién genera la pobreza, las empresas o un sistema intervencionista y redistributivo que destruye la producción y los puestos de trabajo? ¿No ha visto Bergoglio, hoy Francisco, el exponencial crecimiento de la corrupción estatal, el crecimiento exponencial de las villas de emergencia y la pobreza que ha generado ese intervencionismo económico que impulsa? ¿No recuerda la destrucción económica ejecutada por Moreno, el soldado de la causa? ¿O Francisco va a afirmar que en estos 10 años de destrucción económica, escándalos de corrupción y aniquilamiento de valores como la cultura del trabajo fueron obra de ese malvado libre mercado?
El mercado es un proceso donde pacíficamente la gente intercambia los bienes que producen. Nadie se apropia de lo que no le corresponde. En esa economía de mercado que Francisco denuncia como perjudicial, el empresario tiene que ganarse el favor del consumidor produciendo los bienes y servicios que la gente necesita. Para que el empresario pueda progresar tiene que previamente hacer progresar a sus semejantes. En las economías intervencionistas son los burócratas los que deciden por la gente ganadores y perdedores y encima son el caldo de cultivo para que la corrupción florezca otorgando privilegios, proteccionismo y demás prebendas que, justamente, hacen que unos pocos generen fortunas a costa del resto de la población. Esa concentración de la riqueza que denuncia en la encíclica.
¿No ha visto Francisco el fenomenal crecimiento patrimonial de ex empleados bancarios y choferes gracias a los oscuros negocios del intervencionismo estatal? A no equivocarse, sus palabras podrán estar inspiradas en la bondad, pero los resultados son más desigualdad, escandalosa corrupción y retraso económico. ¿No es eso lo que debe condenar moralmente la Iglesia?
¿No es el autoritarismo creciente, el apriete a empresarios, periodistas, economistas y cuanta persona opine diferente al todo poderoso Estado lo que debe condenarse sin miramientos?
Por otro lado, llama la atención que habiendo sido la Iglesia una de las instituciones que en el pasado mucho hizo por la educación y, sobre todo con la creación de talleres donde se enseñaban oficios (carpintería, electricidad, etc.) para que los jóvenes pudieran encontrar su salida laboral, hoy pretenda transferirle esa tarea al Estado. En todo caso la gente es mucho más solidaria que la dirigencia política, que lucra con la pobreza porque es su negocio electoral.
El tema da para largo, pero me parece que Francisco contribuiría mucho a terminar con la pobreza, la corrupción, el avasallamiento de las libertades individuales, si comprendiera que la libertad económica es un imperativo moral que debería apoyar en vez de criticarlo. Impulsar al todo poderoso Estado, no solo es ineficiente desde el punto de vista económico, sino que, además, moralmente reprochable por la corrupción y la exclusión social que genera al expulsar del mercado laboral a millones de personas.
Bergoglio ha visto como en nuestro país, en la última década, han proliferado en cantidades industriales los planes “sociales” y sin embargo hay una pobreza e indigencia que escandalizan.
Guste o no, para terminar con la pobreza hace falta un sistema económico de libre mercado con instituciones sólidas. En cuanto a la solidaridad, eso es algo que tiene que ejercer cada uno de acuerdo a su conciencia. Poner la solidaridad en manos de los políticos es como dejar al pajarito al cuidado del gato.
En definitiva, imagino que con esta nota me he ganado un montón de enemigos, pero les recuerdo que cuando el Papa habla de economía, no habla ex cathedra. Es solo una opinión y por lo tanto para el debate.