Gradualismo: una discusión absurda
Todo en la vida es gradual. Como no está al alcance de los mortales la perfección, el proceso vital consiste en uno de prueba y error en el contexto del evolucionismo ya que el conocimiento es siempre provisorio sujeto a refutaciones.
Nada hay entonces fuera del gradualismo. En esta Tierra no alcanzamos un punto final. Estamos siempre en tránsito.
En materia política el asunto consiste en establecer el ritmo de lo gradual en base a la comprensión de que la lentitud demora los beneficios para todos pero muy especialmente para los más necesitados puesto que la demora en cortar gastos públicos inútiles agrava la pobreza. Por el contrario, la rapidez en eliminar erogaciones improductivas libera recursos que indefectiblemente se colocan en manos privadas que inexorablemente consumen o invierten, en cualquier caso reasignan valiosos recursos humanos para llevar a cabo tareas que apuntan a socorrer necesidades insatisfechas.
El empresario, siempre atento a la posibilidad de nuevos arbitrajes al efecto de incrementar sus ganancias, es el primer interesado en capacitar recursos humanos que permitan lograr esos objetivos. Las necesidades son ilimitadas y los factores de producción escasos, de allí la imperiosa necesidad de economizar. Si estuviéramos en Jauja, si hubiera de todo para todos todo el tiempo, no habría que esforzarse en producir.
Claro que todo en la vida tiene un costo. El que va al cine tiene que dejar de lado su segunda prioridad, es lo que los economistas denominamos costo de oportunidad. Nada puede hacerse sin incurrir en costos. En el caso que nos ocupa, quienes dejan de percibir en el primer momento ingresos, por ejemplo, empleados públicos innecesarios, esto es más que compensado por el efecto global sobre la economía al evitar el derroche, lo cual incluso beneficiará a los funcionarios despedidos como consecuencia de una economía más robusta.
Pero lo más importante es el efecto sobre los trabajadores marginales quienes son los principales beneficiarios del aumento en las tasas de capitalización merced a los consecuentes ahorros, situación que se traduce en la única causa de aumentos en salarios e ingresos en términos reales.
Como he consignado en otras oportunidades, me parece del todo inadecuado proponer políticas de shock como remedio a una situación económica difícil puesto que precisamente de lo que se trata es de evitar shocks en los que está inmerso el ciudadano cuando se arrastran largos momentos de crisis recurrentes.
Tampoco estimo pertinente aludir a la necesidad de ajustes puesto, que por la mismas razones, las personas viven ajustadas en medio de tormentas periódicas, lo que en verdad se requiere es la eliminación de ajustes.
Es que los gobernantes suelen replicar la mentalidad que prevalece en la opinión pública y si ésta se encuentra en un marasmo de confusiones en cuanto al rol de los aparatos estatales, no resulta posible una parición en niveles gubernamentales que resulten de una factura diferente. Si prevalece la confusión es raro que los gobernantes sean los iluminados.
La educación en valores y principios compatibles con una sociedad abierta constituye la faena central si se quieren obtener consecuencias perdurables, es decir, progresos morales y materiales sustentables.
La demora en adoptar medidas de fondo conspira contra la posibilidad de revertir situaciones complicadas. En realidad, las dificultades en la comprensión de lo dicho se debe a que muchos piensan que el asistencialismo por parte de los aparatos estatales, esto es, el uso de dineros coactivamente detraídos del fruto del trabajo ajeno, pueden en verdad ayudar cuando significan colocar en los destinatarios y a sus compatriotas piedras en sus cuellos y tirarlos al río de la desesperanza y la negación de la autoestima, amén de los daños muchas veces irreparables que provocan a sus semejantes.
No hay magias en economía, dos más dos son cuatro. El voluntarismo y la demagogia siempre conducen a fracasos estrepitosos. Circunstancialmente se podrán ganar elecciones, pero a la larga surgen los estropicios con todos los vahos hediondos que provocan los despilfarros y las cuentas públicas desordenadas, las manipulaciones monetarias y los endeudamientos crónicos.
Como escribe Michael Polanyi, ningún mapa puede leerse a si mismo, para saber el rumbo se torna necesario consultar el mapa, de lo contrario, la improvisación asegura el extravío. Igual ocurre con las bibliotecas, si no se consultan resultan superfluas.
Entonces paremos el debate inútil del gradualismo y no dejemos que gobernantes se escuden en esa fachada sin significado alguno y apuntemos a concretar medidas que saquen a la gente de problemas graves. Cuando los gobernantes se postulan para el cargo es porque piensan que pueden resolver problemas y no pasarse el tiempo buscando excusas, explicaciones infantiles y fabricar embates contra enemigos inexistentes.
Tal vez el daño más severo que se infringe en estos contexto parte de los aplaudidores de siempre que buscan justificativos inauditos para apañar errores garrafales de funcionarios públicos ineptos. Son, sin embargo, estos personajes inefables los primeros en traicionar la causa y ubicarse rápidamente en la vereda de los próximos gobernantes.
Los hay también aquellos que hacen de cortesanos del poder de turno pero cuando se hunden sus favoritos circunstanciales declaman que el país en cuestión es invivible y que, por tanto, anuncian que se mudarán de país. Son los infantables garroneros que pretendieron vivir a expensas de quines se esforzaron en difundir los valores de la libertad en su país de origen y ahora quieren repetir la operación instalados en nuevos horizontes. Si todos actuaran como estos tilingos, solo queda el mar con los tiburones al acecho.
Todos hemos escuchado a quines se pronuncian diciendo que quieren vivir en paz con sus familias, su trabajo, preservar sus domicilios y pertenencias varias, deportes, viajes y recreaciones como si todo eso viviera de la estratósfera y de modo automático. No se percatan que el respeto que se merecen no viene por casualidad y que la libertad es una causa que hay que defender cotidianamente. Con mucha razón ha sentenciado Jefferson que “el costo de la libertad es su eterna vigilancia”. Las manifestaciones anteriores revelan una irresponsabilidad a prueba de balas.
Muy acertado Ortega y Gasset cuando escribió en su obra más conocida que “Si usted quiere aprovecharse de las ventajas de la civilización, pero no se preocupa usted por sostener la civilización… se ha fastidiado usted. En un dos por tres se queda usted sin civilización. Un descuido y cuando mira usted a su derredor todo se ha volatilizado”.
No es extraño que se pregunte que puede hacerse para contribuir a que se nos respete, a lo cual todos estamos interesados independientemente de a que nos dediquemos, sea a la jardinería, la pintura, la danza, la economía, el derecho, la arquitectura, la medicina, el ama de casa, el deporte o lo que fuera. Desde luego que nada más fértil que la cátedra, el libro, el ensayo y el artículo pero no es ni remotamente lo único posible. Las reuniones con formatos de ateneos en casas de familia en grupos chicos para debatir periódicamente un libro provechoso constituye unas de las vías más productivas fuera de lo expuesto en primer término, ya que se traduce en efectos multiplicadores en los trabajos, las reuniones sociales, en los propios núcleos familiares y similares.
Una forma más sistemática y abarcativa es el establecimiento de fundaciones e instituciones al efecto de publicar y dictar seminarios que congregan a públicos más amplios y toda otra forma de estudiar y hacer conocer los principios de una sociedad libre en sus aspectos filosóficos, jurídicos, históricos y económicos. Y para el que de una manera u otra no participa en esas actividades, donar de su propio peculio para que otros puedan dedicarse a esas faenas nobles. En otros términos, no hay pretexto posible para zafar del deber irrenunciable de la defensa propia y de los seres queridos.
En todo caso, las trifulcas en torno al gradualismo no conducen a ninguna parte puesto que, como queda dicho, todo en la vida es gradual, el asunto es arremangarse y proceder en consecuencia para resolver problemas lo antes posible y nunca confundir los pasos en la ejecución de una medida con la inacción, el apoltronamiento y las telarañas mentales. Y mucho menos con el gradualismo al revés como sucede en no pocos casos en los que se agravan los problemas que generalmente residen en gastos públicos elefantiásicos, cargas impositivas insoportables, déficit fiscales astronómicos, inflaciones imparables, regulaciones asfixiantes y deudas estatales internas y externas exorbitantes.
Como ha explicado en detalle el sacerdote James Sadowsky, la caridad consiste en la ayuda material y en el apostolado y de las dos es mucho más efectiva y duradera la segunda por aquello de que “es mejor enseñar a pescar que regalar un pescado” puesto que como consigna Michael Novak “es preciso subrayar que la sociedad no operará bien si todos sus miembros siempre actuaran basados en intenciones benevolentes”, es decir, si todo el sistema se basara en la caridad respecto a bienes materiales. Por otra parte como destaca Tibor Machan “solo se puede ser generoso si previamente existe el derecho de propiedad” ya que la solidaridad tiene sentido con recursos propios, por ello es que el mal llamado “Estado benefactor” es una contradicción en términos, entregar recursos de terceros por la fuerza no es beneficencia sino que constituye un atraco, “robo legal” como lo definía el decimonónico Frédéric Bastiat.
En resumen, el gradualismo está fuera de la cuestión, lo trascendente es limitar el poder político a sus funciones primordiales de asegurar los derechos de cada cual a través de justicia y seguridad, misiones que habitualmente no cumplen los gobiernos por ocuparse de tareas que no le competen en un sistema republicano con la pretensión de administrar por la fuerza vidas y haciendas ajenas. Una cosa es el gradualismo, como decimos inherente a la condición humana, y otra son tortugas incompetentes que “hacen la plancha” en los temas que realmente importan.