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jueves 9 de noviembre de 2006

¿Habrá llegado la hora del adiós a la “patria prepotente”?

La derrota del oficialismo en Misiones renovó la esperanza de aquellos que creen que es posible ponerle punto final a un estilo patotero de gobernar.

El resultado –tan contundente como, para algunos, sorpresivo– de la reciente elección de constituyentes que tuvo lugar en la provincia de Misiones y la inocultable derrota política –de proyección nacional– sufrida por los personeros del poder federal han hecho renacer la esperanza a la enorme mayoría de los argentinos.

Y demostrado como, desde el Gobierno, se manipulan sin pudor alguno e insistentemente las encuestas de opinión para hacer creer que la sociedad idolatra a los gobernantes de turno, lo que –a la vista de la realidad– es, como mínimo, muy poco creíble.

Por esto, desprenderse de la “patria prepotente” es un proyecto que –hasta ayer nomás– lucía quimérico y que ahora, en cambio, luce cercano, posible y alcanzable. En el corto plazo, además.

Los Kirchner lo saben. Por esto –admitiendo sin margen para las dudas la repercusión nacional de la histórica derrota sufrida en Misiones– han instruido a otro de los aliados incondicionales, el jujeño Eduardo Fellner, para que desista –sin más– de su proyecto de reelección indefinida. Fellner (que ahora usa corbatas de Hermés, en ostentación de su “poderío”) aceptó –dócilmente– la sugerencia.

También por esto enviaron al incondicional José María Bancalari a torpedear los esfuerzos del ínclito Felipe Solá por perpetuarse (él también) en el sillón de gobernador. Bancalari, un exponente obvio de la deslealtad política, aceptó la misión, complacido.

Esto muestra que el “efecto Misiones” tiene proyección nacional. Más evidencia imposible. La pavura de los prepotentes está sobre la mesa. Gracias, monseñor Piña. Es bueno verla.

Mientras tanto, ¿Carlos Rovira tendrá vergüenza? Quizás no. Porque para sentir vergüenza es necesario no sólo tener autoestima, sino también ideales, y estar dispuesto a no volver a cometer el acto que provocó la vergüenza, esto es, a corregir conductas. Y Rovira no es de los que corrigen nada. Es de los que viven de una ambición, desbordada, que no reconoce fronteras, ni límites. Bien distinto.

Prepotente, recordemos, es “el que abusa o alardea de su poder”. También el que, desde la ausencia de civilidad, amenaza permanentemente a los demás. Y ciertamente el que, de espaldas al respeto más elemental, agravia a sus adversarios. Así como el que, dueño intolerante de la verdad, no respeta a sus semejantes y el que cree que su palabra (que no puede expresar sino en forma de gritos o arengas) es –siempre– la ley y su visión, casi el evangelio. Prepotente es –asimismo– el que pretende manipular a su favor las instituciones y principios centrales de la República. También el que –desaprensivament– designa funcionarios públicos pendencieros y casi sin idoneidad, y los mantiene. El que apaña a sindicalistas que hacen de la agresión y la grosería una estrategia y un estilo de actuación. El que, creyendo que todo se vende, trata de comprar conciencias. El que, en procura de consolidar impunidad, intenta controlar a la justicia. El que se atreve a dejar quemar iglesias. El que –cual “amauta” inca– se dedica a deformar la historia. El que desprecia a los demás. El que injuria sistemáticamente. El que se niega al diálogo. El que dobla siempre las apuestas. El que provoca o extorsiona, como hábito. El que a cada paso retruca. El que no escucha, porque cree que tiene todas las respuestas. El que no tiene otra cara que la de malo, la de la intimidación. El que, pese a los juramentos, no hace cumplir la ley, porque piensa que le conviene. El que, más allá de su investidura de mandatario de los demás, no se preocupa cuando actúa como descortés incorregible. Y, finalmente, también aquel que, ignorando la dignidad de sus prójimos, de pronto cree (equivocadamente, como lo demuestra lo sucedido en Misiones) que todas, absolutamente todas, las conciencias están (quizás como la suya) siempre en venta, porque “el bolsillo manda”. Y no es así. Misiones lo prueba.

Para eso, todos (políticos y no políticos) tendremos que seguir defendiendo a las instituciones de la República y, como dice una simpática y esperanzadora canción que el ingeniero Blumberg hizo resonar en Plaza de Mayo, trabajar para que, respecto de la posibilidad de deshacernos de la prepotencia, “hacer que se pueda”, lo que significa (i) estar a la altura de las circunstancias, trabajando para el cambio; (ii) no tener miedo, sino (iii) espíritu de apertura; y, además, (iv) no precipitarse.

Esto sería, al mismo tiempo que “saber que se puede”, “querer que se pueda”. Que es ciertamente lo que la gran mayoría de los argentinos pretende. Más allá de las poco creíbles encuestas al servicio del poder de turno.

El 3 de noviembre se conoció la carta que el gobernador Carlos Rovira envió a “su pueblo”, tras su derrota electoral. Hay en ella tres menciones que nos llaman la atención.

Primero, la de señalar que sus partidarios debieron trabajar “en las peores condiciones imaginables”. Esto es notable: tuvieron todo el dinero del mundo para repartir, desde préstamos, hasta dentaduras, alimentos, y zapatillas. Y, hasta peor, documentos nacionales de identidad, sin foto. “Truchos”, en consecuencia. Para ser usados por cómplices pícaros. Y licencia para prender fuego a dos capillas. ¿Qué quería Rovira? ¿Poder repartir –impunemente– automóviles y moneda extranjera?

Segundo, que su agradecimiento (difundido por todos los medios) es “silencioso”. ¿Qué entenderá por ruido?

Tercero, la frase que siempre usó Néstor Kirchner (en su Frente para la Victoria), atribuida al Che Guevara y un “cliché” de la izquierda radical: “Hasta la victoria siempre”. Para así tratar de “pegarse” nuevamente al presidente, como si la gente no supiera que ambos son del “mismo palo”, el de los admiradores de la ideología a la que perteneciera Guevara. La misma cosa. © www.economiaparatodos.com.ar

Emilio Cárdenas se desempeñó como representante permanente de la Argentina ante la Organización de las Naciones Unidas (ONU).

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