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viernes 11 de septiembre de 2015

Hipocresía

Hipocresía

Plantear un escenario político en la Argentina actual es un desafío impío. Todo cuanto se diga resultará una suerte de subestimación del lector dado que no hay nada nuevo, nada que desconozca no la mayoría sino la totalidad del pueblo argentino. 

Ahora bien, una cosa es querer desconocer qué sucede realmente en el país, y otra muy distinta es desconocerlo en serio. A esta altura de las circunstancias, y con la irrupción de las nuevas tecnologías, solo está ajeno a los hechos aquel que voluntariamente desea hacerlo. El resto, guste o no, se rasgue las vestiduras o permanezca en silencio, está sumido en los acontecimientos.  

En este contexto, la próxima elección poco tiene que ver con radicales, peronistas, izquierdas, derechas o centristas porque atañe pura y exclusivamente al total de los argentinos en todas sus vertientes y facetas. No es el delantal o el guardapolvo blanco del médico lo que va a salvar al enfermo, son sus conocimientos. 

La hipocresía de Cristina Fernández de Kirchner no parece muy diferente a la hipocresía de tantos que descubren ahora el hambre en el Chaco. Muchos años atrás, cuando cursaba la primaria, hacíamos en el colegio colectas para enviar alimentos a Pampa del Infierno. Por ese entonces ya había desnutrición y las condiciones de vida eran paupérrimas. Nada cambió o en todo caso, todo empeoró.

Pasaron luego gobiernos de todos los tintes políticos. Pasamos de las cajas PAN a la Super Sopa, y del asistente social al puntero político. Populismo en blanco y negro. Es posible que hayan variado las formas y el modo como mencionarlos pero no ha cambiado un ápice el resultado del daño que han sembrado. 

Sin pausa pero con prisa se dinamitó en Argentina la cultura del trabajo. El Estado fue vendido como una especie de benefactor cuando en rigor, ha obrado y sigue obrando como el carcelero que mantiene a gran parte del pueblo bajo su yugo. Las consecuencias están a la vista: cuando el Estado se ausenta afloran todas las miserias. 

Y el Estado fue secuestrado. Ese es el verdadero modelo, el eje del relato: el kirchnerismo secuestró al Estado, lo despojó incluso de su rol. Lo elevó a su máximo sadismo. Ya no es siquiera el verdugo que juega con nuestro futuro. No está. No puede vestirse de Papá Noel más. El único modo de recuperarlo para que se ocupe de sus funciones básicas es pagando un rescate cuyo monto excede a las posibilidades de un candidato único.

Daniel Scioli forma parte de la banda de secuestradores, de ahí que esperar que sea el capitalista que financie la liberación es de ilusos o mas bien de perversos. Mauricio Macri aporta lo que puede aportar un hombre que incursiona en política desde la ciudad de Buenos Aires. No es De Gaulle ni Churchill.

Sergio Massa sabe a la perfección donde está el aguantadero donde se el Estado quedó preso pero no habla, no dice nada. ¿Quién queda? La sociedad sin diferencias de comité ni unidad básica. La pregunta a hacerse pues es solo una: ¿hay ganas de recuperar lo que hemos dejado que se lleven con absoluta impunidad? 

Desde luego lo óptimo sería recuperarlo sin pagar un ápice pero las utopías no se plasman en un escenario político ni acá ni en el más desarrollado y pujante de los Estados. Si la voluntad de cambiar lo que sucede es cierta hay que juntar lo necesario para liberarnos. Y ese “juntar” implica lisa y llanamente ceder, dar parte de lo que se tiene, otorgar. 

Si es justo o no pagar lo que otros gastaron es un interrogante que no cabe en este ámbito, porque es como preguntarse si es justo o no pagar al delincuente para que deje en libertad al familiar secuestrado. Sí, nos están extorsionando. Quizás sea hora de admitir que eso es lo que está pasando. El kirchnerismo extorsiona. Esa ha sido la esencia de su concepción política desde el vamos: el que no está de su lado se embroma. 

Ahora bien, para que se haya llevado hasta lo más básico de nuestra propiedad es porque ha tenido acceso fácil o “zona liberada” como suele decirse en la actualidad. Durante más de doce años se le ha cedido el paso, ya sea por conveniencia, ya sea por desidia, ya sea por comodidad o apatía. Por eso, frenarlo en octubre próximo resulta complicado. 

Si no está ya todo perdido hay que entender que a las complicaciones se las puede superar pero no buscando únicamente quién dejará al dólar con un mejor tipo de cambio. Hay que ir más allá y buscar quién puede aportar a este déficit de humanidad un poco más de moral. Es cierto, parece naif este planteo en pleno siglo XXI donde tener se impone a ser.  

Parece y es ingenuo hacerlo si piensa votarse al cómplice del carcelero. Tal vez acudir a las policía represente riesgo porque dentro de la fuerza hay también delincuencia, pero solos no podemos. En esa disyuntiva esta la sociedad argentina.

No existe la panacea que queremos, no está el candidato perfecto que nos asegure prosperidad económica, honestidad absoluta y transparencia en todas sus conductas, ¿qué hacemos? ¿Volvemos a la conocida fórmula de votar al menos malo? ¿Cuál es la otra? 

Las preguntas no tienen tampoco las respuestas que nos gustan. Hoy la posibilidad de cambio es una. Y ese cambio no es radical, sólo representa un primer paso. Pero o nos disponemos a darlo y dejamos de buscar la quinta pata al gato (porque la vamos a encontrar aunque no la tenga), o seguimos sembrando cementerios en una geografía donde nos asombramos 24 ó 48 horas apenas porque murió un chico con hambre y la dirigencia lo niega.

Es una hipocresía creer que va a cambiar la Argentian si los argentinos no están dispuestos a cambiarse a sí mismos.

Gabriela Pousa