La educación en la Argentina necesita una profunda reforma. Nadie duda sobre la crisis del sistema educativo argentino, que refleja la crisis de un Estado intervencionista y del monopolio del Estado en materia educativa.
Es necesario devolver la educación a la sociedad, a cada padre, a cada alumno, de forma tal que cada uno pueda decidir acerca de su vida, de su proyecto de vida.
En este sentido, resulta una opción interesante el homeschooling, en un marco que desmonopolice y desregule la oferta escolar y permita la verdadera competencia entre sistemas educativos. Porque, como tan bien lo señaló hace muchos años el profesor Luis Jorge Zanotti, “en nuestro país se puede elegir entre una escuela oficial y una privada, y en general se puede elegir (…) el establecimiento de enseñanza, pero el sistema educativo en su conjunto es una estructura de servicios monopólica porque la población está obligada a recurrir a esa estructura, uniforme y rígida –ya sea en establecimientos oficiales o privados- para obtener los reconocimientos oficiales indispensables para la ley (…)”.
Si la educación en nuestro país es obligatoria, ¿qué significa hoy la obligatoriedad? ¿Qué es obligatorio? ¿Es obligatorio aprender o concurrir al sistema, cumplir con los pasos formales?
Es importante señalar que la Ley 1420 de 1884 impone obligatoriedad en la instrucción, no obligatoriedad escolar, pues no era imprescindible la concurrencia al establecimiento educativo. Según el articulo 4°, “la obligación escolar puede cumplirse en las escuelas públicas, en las escuelas particulares o en el hogar de los niños, puede comprobarse mediante certificado y examen”.
La Ley Federal de Educación deja un espacio a este respecto, probablemente por no diferenciar entre instrucción obligatoria y escolaridad obligatoria. En este sentido, aparecen lagunas, contradicciones entre diversos artículos y, en definitiva, no queda el tema definido como sí resultaba claro a partir de la lectura de la Ley 1420.
Supongamos que es obligatoria la instrucción. Luego, podría impartirse en el hogar, en escuelas estatales o privadas, pero uno podría elegir. Ahora bien, supongamos incluso que lo que es obligatorio es la escolaridad y que aceptamos el supuesto de la educación gratuita. ¿Esto hace necesario que existan establecimientos estatales? ¿Acaso no se puede establecer un sistema de vouchers (subsidio a la demanda) por el cual, al menos, eligiéramos el establecimiento? En países tan diferentes como Bangladesh, Belice, Chile y Colombia, entre otros, existe un sistema denominado “los fondos siguen al niño”.
Por último, la realidad nos demuestra que cumplir con el requisito de ir a la escuela no basta para aprender, no significa que el alumno aprenda. Se pueden obtener otros o mejores resultados sin ir a la escuela. Una diferencia sustancial entre el sistema educativo argentino y el norteamericano –al menos hasta algunos años atrás- es que este último era más flexible, dada la distinta legislación entre estados y condados. En este sentido, los niños no estaban obligados a rendir (ser examinados) año a año para demostrar que podían acceder al siguiente nivel de enseñanza y aprendizaje. Simplemente, cuando llegaban a la universidad, debían rendir un examen en el cual daban cuenta de tener los conocimientos necesarios para ingresar a ese nivel de estudios. En nuestro país, uno debe obtener el certificado (del cual nos hablaba Zanotti en la cita anterior) para ir avanzando en el sistema, luego no sabemos con seguridad si se ha aprendido o si solamente hemos fiscalizado pasos formales.
Pues bien, ¿por qué es interesante el homeschooling? La individualidad propia de cada ser humano, lo que tiene de único, de diferente e irrepetible, se respeta en un sistema como éste.
La enseñanza individual permite optimizar la flexibilidad de contenidos de enseñanza (tengamos en cuenta que según una resolución del Ministerio de Educación de 1998 -2538/98-, la carga horaria total del EGB3 es de 2.700 horas, de las cuales 2.232 son asignadas a los Contenidos Básicos Comunes -el 83%-, las restantes 468 horas son de distribución flexible), la forma en que se imparten esos contenidos y los tiempos en que se imparten según las características personales de cada individuo.
En última instancia, ¿no serán los propios padres quienes saben qué es mejor para un hijo?
Seguramente, la persona que se educa en su hogar tendrá otras instancias de socialización, será parte y se hará parte en otros espacios. Lo importante es poder elegir, para que cada uno se pueda realizar como persona. Como decía el Padre Ismael Quiles: la educación es un proceso de perfeccionamiento de las capacidades específicamente humanas.
No podemos aceptar el argumento de que la escuela es “contenedora” porque habremos desvirtuado la función de la escuela, la habremos convertido en otra cosa y no habremos hecho a los padres y a los alumnos responsables de sus vidas. Es una paradoja inexplicable que seamos capaces de elegir gobernantes pero no lo que queremos que nuestros hijos aprendan o lo que nosotros u otros queremos que nos enseñen pero, sin embargo, somos todavía capaces de elegirlos a ellos… para que ellos nos digan qué, cómo y dónde estudiar y aprender. Casi todo el mundo acepta que la autoridad formada por funcionarios -que de alguna manera llegan al poder- son los elegidos, los indicados, para decidir lo que los niños y jóvenes deben aprender. La pregunta que debemos hacernos es ¿por qué ellos?
Aldous Huxley decía en Nueva visita a un mundo feliz que “todo pájaro que aprenda a organizarse una buena vida sin necesidad de usar sus alas, pronto renunciará al privilegio del vuelo y permanecerá por siempre en tierra. Algo parecido pasa con los seres humanos. Si se les procura con regularidad y abundancia pan tres veces al día, muchos de ellos se contentarán con vivir de pan únicamente o, al menos, de pan y circo únicamente”. En palabras de Bertrand Russell: “la enseñanza estatal (…) produce un rebaño de fanáticos ignorantes”. © www.economiaparatodos.com.ar
Constanza Mazzina cursó un Master en Economía y Ciencias Políticas y es investigadora junior de ESEADE. |