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miércoles 25 de septiembre de 2013

Jefe de campaña, ¿para qué?

Jefe de campaña, ¿para qué?

Para aquellos que no lo sepan, el jefe de la campaña del seguro ganador de las elecciones legislativas del próximo 27 de octubre se llama Juan José Álvarez. Como ex–intendente de la localidad de Hurlingham y ex–secretario de Seguridad de la Nación en el gobierno de Eduardo Duhalde, pergaminos no le faltan para desempeñarse ahora en un cargo de tamaña importancia. Dicho sin vueltas: no es un improvisado en estas lides y sabe de lo que habla cuando opina y toma decisiones. Por eso lo nombró Sergio Massa.

Pero Juanjo, como se lo conoce en el mundillo de la política, tiene buenas razones para preocuparse. No es que haya descuidado su trabajo o cometido uno de esos errores imperdonables, de los cuales depende, en última instancia, la suerte del candidato que lo eligió para organizar sus actos, discursos y movimientos en la provincia de Buenos Aires. Por el contrario, hasta hoy ha cumplido en tiempo y forma, sin que el jefe del Frente Renovador tenga motivos de queja.

Álvarez teme quedarse sin el puesto que detenta, no por sus yerros tácticos o sus equivocaciones estratégicas sino por otro motivo inconcebible. ¿Cuál? —Muy sencillo: en la vereda de enfrente, donde han desplegado sus tiendas de campaña los seguidores del kirchnerismo, sobresalen una serie de personajes de primer nivel que parecen turnarse a la hora de obrar en contra de sus propios intereses y, al mismo tiempo, a favor de su principal enemigo.

Desde que la presidente creyó necesario bajarla de un día para otro a su cuñada de una candidatura que le quedaba grande y poner en su lugar a Martín Insaurralde, el FPV ha incurrido en todos los desaciertos imaginables. Por raro que suene, nadie le ha sumado más votos a Massa que la soberbia y la estupidez del oficialismo nacional. En este orden de cosas, Cristina Fernández, Daniel Scioli y el intendente de Lomas de Zamora dan la impresión de haberse puesto de acuerdo para perder. Vistas las cosas sin atender a los condicionantes ideológicos, ellos han sido y siguen siendo, de lejos, los mejores conductores de campaña de Massa.

Si acaso faltasen pruebas para demostrarlo, el domingo anterior Martín Insaurralde, en mayor medida que el gobernador bonaerense y la presidente de la Nación, dejó en claro por qué Juan José Álvarez está desvelado. En el mismo momento en que el jefe comunal de La Matanza se disculpaba ante su par de Tigre por la agresión que había sufrido a manos de unos cuantos inadaptados, no se le ocurrió nada mejor al de Lomas que afirmar, muy suelto de cuerpo, que su contrincante había querido victimizarse a los efectos de sacar provecho de cuanto había sucedido. De más está decir que ni en la Casa Rosada ni en La Plata se escuchó un pedido de disculpas.

Nadie podría sostener que la prepotencia de esos vándalos fue orquestada por las máximas autoridades del kirchnerismo. Claro que también es cierto que nadie en su sano juicio podría apuntalar la tesis de que Massa fraguó el incidente o lo prohijó. Lo más seguro es que algunos secuaces del kirchnerismo hayan decidido actuar por su cuenta y riesgo y terminaron obrando lo que es harto conocido a esta altura del partido.

Correspondía, no tanto por elementales razones de cortesía sino de conveniencia política, ponerse a disposición de los agredidos, repudiar la acción y dar la impresión —aunque hiciesen arcadas y no estuviesen convencidos— que el FPV nada tenía que ver con la violencia. La lógica indicaba que dos personas moderadas, y ajenas al odio que ventilan en público sus mandantes —empezando por Cristina Fernández—, procederían de esa manera. Si se hubiesen hecho apuestas al respecto, no habría habido un solo disidente. De manera unánime los consultados hubieran dicho que Daniel Scioli y Martín Insaurralde se iban a comportar caballerescamente.

Refractarios a la lógica, el primero hizo hasta 48 horas después de los incidentes mutis por el foro y el segundo expresó lo único que podía hundirlo definitivamente en unas encuestas que, cada día, le son más adversas. ¿Qué necesidad había de actuar así? ¿Acaso no se dieron cuenta de hasta dónde conspiraban en contra de cuanto deben defender? Por lo visto parecen ignorar la realidad que los circunda y el terreno que pisan.

Si se tratase de personajes de segunda categoría, sus gazapos difícilmente complicarían las chances electorales del kirchnerismo. Pero se trata —nada más y nada menos— de la presidente, del gobernador bonaerense y del candidato del FPV en el principal distrito electoral del país. ¡Como para que Juanjo no esté desesperado…! En unas de ésas, Massa —que de tonto no tiene un pelo— decide darle las gracias por los servicios prestados y prescindir de sus servicios. Total, con semejantes adversarios (aliados) del otro lado de la colina, sobra el jefe de campaña.

Bromas aparte, la desesperación kirchnerista es de tal magnitud que quienes deben, en un momento así, serenarse y pensar dos veces antes de actuar, se chocan en los pasillos, sin terminar de entender por qué hacen lo que hacen. Los desvelos de la Casa Rosada y de la gobernación bonaerense tienen una causa que, tratándose de peronistas, es doblemente acuciante: Massa está ganando en todos lados, inclusive en los bastiones kirchneristas del sur del Gran Buenos Aires. En las PASO el intendente de Tigre perdió en las dos ciudades más importantes del interior de la provincia: Mar del Plata y Bahía Blanca. En el curso de la semana pasada se conocieron dos encuestas que son ilustrativas, en grado superlativo, de cómo y cuánto han cambiado las cosas desde el 11 de agosto a la fecha.

En La Feliz un relevamiento pedido por Scioli le dio una ventaja a Massa, a expensas del de Lomas, de casi 12 puntos. Peor luce Bahía Blanca para el FPV: Massa, que había salido tercero hace un mes y medio, hoy se impone a Insaurralde por 17 puntos y a Francisco De Narváez por diez. Si a estos datos se le agregan los del encuestador Federico González —el único que anticipó la victoria del Frente Renovador por cinco puntos en agosto— el panorama resulta catastrófico: Massa ganaría las elecciones, si se votase el domingo venidero, por una diferencia de 11 puntos.

Lo que ha quedado al descubierto en esta particular instancia es la falta de correspondencia entre subsidios y votos cautivos. Dicho de manera diferente, hay un mito arraigado —que casi todos repiten en función de cuanto ha sucedido en comicios anteriores— según el cual el clientelismo es estable y, por lo tanto, el oficialismo llevaría siempre las de ganar allí donde los dineros públicos, planes sociales, favores y canonjías extendidas a las franjas más necesitadas se convirtiesen —como es ya costumbre— en políticas de estado.

Pues bien, el mito es falso. Lo que está a la vista en el Gran Buenos Aires tiene poco que ver con esta noción repetida hasta el hartazgo, sobre la cual el kirchnerismo depositó sus esperanzas, si no de vencer a Massa, cuanto menos de acortar las diferencias. De ahí que buena parte de los responsables de la campaña del FPV hayan pensado hasta el 10 de agosto que las posibilidades de un empate técnico entre los dos candidatos era el escenario más probable.

Si Sergio Massa no estuviese ganando en las dos secciones que representan dos tercios de los votos de toda la provincia —la primera y la tercera— qué razón habría para tratar de impedir que visitase La Matanza. Ninguna. Pero cuando todos descuentan su triunfo, cada uno de sus contrincantes actúa a tontas y a locas, como si fuesen zombies desasistidos de plan y de prudencia.

Nunca antes se supo con semejante anticipación, en unos comicios legislativos tan decisivos, quién sería el ganador. Nunca antes fue así de claro el fenómeno de adversarios que se transformaron en los mejores aliados de quien tenían enfrente suyo. Nunca antes tantos, en tan poco tiempo, trasparentaron con sus gazapos, ridiculeces, tropezones y pifias la realidad del fin de un ciclo. Hasta la próxima semana.

Fuente: Gentileza Massot/Monteverde & Asoc.