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lunes 16 de septiembre de 2013

La calidad de las decisiones

La calidad de las decisiones

Creo que es innegable que ARGENTINA es la historia del país que pudo haber sido y no fue

Leía el otro día que Martín Lagos y Juan Llach explicaban que la Argentina había logrado un crecimiento “fenomenal”  en las últimas tres décadas del siglo XIX y la primera del siglo XX. En ese lapso, el PBI per cápita avanzó desde un  60% del promedio de los 16 países más avanzados del mundo occidental (1870) hasta un 99% a ese promedio, pero a partir de la década del 30 ese crecimiento comenzó a rezagarse y en 1960 estábamos otra vez en el punto de origen, el 60% de los países más avanzados. En el lapso que transcurrió entre  1975/90 el ingreso per cápita  cayó   un tercio y hoy oscilamos entre un 30 y 42% con relación a los más avanzados.

En ese libro “Claves y progresos del retraso y del progreso de la Argentina”  los autores buscan explicaciones -y en verdad  las encuentran- en las posibles causas que nos han llevado y a veces hasta con cierto nivel de orgullo, a ser un país “retrasado” que vive “con lo nuestro”, pero lo que se debe tener en cuenta que esas causas son mas bien consecuencias de malas decisiones, decisiones de muy baja calidad.

Hay una constante: nuestra institucionalidad es muy débil, basta con observar los procedimientos del señor Guillermo Moreno y, lo más grave cómo son tolerados y hasta ponderados, pero también debemos ver cómo funciona el Congreso de la nación, como apéndice del gobierno o del Poder Ejecutivo; el oportunismo de una parte del Poder Judicial, en especial el fuero penal federal que se muestra incapaz de penalizar a la corrupción; la cultura de rentas; caudillos políticos que se logran mantener como en FORMOSA, TUCUMAN, SAN LUIS, CATAMARCA, LA RIOJA o  SANTA CRUZ, y una absurda puja distributiva que a veces se plantea como una “puja virtuosa”. En fin podemos seguir con la enumeración de esas consecuencias.

Lo que pretendo responder es por qué nos pasa eso y es obvio que “nosotros” tenemos culpas y responsabilidades ya que como comunidad “nosística” no hemos sabido producir cosas mejores.

Esto nos lleva a dos cuestiones que tienen que ver con la “cultura” y su consecuencia que es la “calidad de las decisiones”.

La “calidad” nos permite juzgar el valor de las cosas y la “cultura”, según la RAE es el “conjunto de conocimientos que permite a alguien desarrollar su  juicio crítico” que es lo que nos permite tomar la decisión correcta, que no es más que una decisión de buena calidad.

Ortega en “Misión de la Universidad”, opúsculo que debería ser de lectura obligatoria, nos decía que “cultura” es el sistema de ideas vivas que cada tiempo posee o sea “…el repertorio de nuestras efectivas convicciones sobre lo que es el mundo y son los prójimos, sobre la jerarquía que tienen las cosas y las acciones, cuales son mas estimables y cuales menos…”.

Precisamente esa diferencia entre “lo más y lo menos estimable” es lo que califica a una decisión como buena o mala.

Diría con Zygmunt Bauman que la sociedad ha perdido el sentido de lo perdurable que tiene que ver, como lo llama él, con la “sabiduría” que para mí es sinónimo de cultura.

Hoy la cuestión de la toma de “decisiones” se ha complicado ya que lo que hoy puede ser meritorio, dentro de un rato dejará  de serlo, Bauman dice “…el arte de navegar sobre las olas ha sustituido al arte de sondear en las profundidades…” con esto quiero decir que las decisiones que tomamos están condicionadas por la comodidad.

Hoy a los padres les resulta más fácil consentir que negar, a los maestros les resulta más simple la facilitación que la exigencia  y a los políticos pensar solo en las “inmediateces”, por eso son populistas porque esas “inmediateces” les hacen ganar el favor o la simpatía de las masas.

Quizás la expresión máxima de esta “cultura líquida” se definía en aquella leyenda que decía “prohibido prohibir” que no es otra cosa que lo que llamaría “cultura de la pereza”.

La pereza en una de sus acepciones significa: “Negligencia, tedio o descuido en las cosas a que estamos obligados”, dicho en otras palabras “prohibido prohibir” que significa elevar la pereza a la categoría de “virtud”.

Se elimina el concepto de la “obligación” y se fundamentaliza el concepto de “derecho”.Es ni más ni menos una elegía a la anomia social.

Si observamos la realidad Argentina tendríamos que hacer una profunda revisión de nuestros sistema educativo al que no ponderaría tanto por los resultados obtenidos en materia de alfabetización sino de culturización.

La Argentina es fruto o consecuencia de lo que hemos estudiado y quizás ello aparezca reflejado en “Carta a un joven argentino que estudia filosofía”, escrita por Ortega y publicada en El Espectador, en la que nos decía que “el americano…propende al narcisismo y a lo que ustedes llaman “parada”, miramos las cosas para reflejarnos en ellas, jamás entramos en la profundidad e interior de las cosas, solos nos ocupamos en la plástica de los hechos. Otra observación refiere a la distancia que advertía entre la inteligencia y el criterio o esa creencia en la infalibilidad del énfasis y en el desprecio por la precisión.

De allí viene su expresión “Hay que ir a las cosas, hay que ir a las cosas sin más…”

Quizás hemos tenido una educación enfática que nos generó muchos sabios, pero lamentablemente incultos.

No sé, en un país como la Argentina cuántas son las decisiones esenciales que debe tomar un gobernante por año. Me refiero a las decisiones que tiene que ver con las “cuestiones” que definiría como “problemas de problemas”

Veamos un ejemplo muy simple. Se puede tomar la decisión de estatizar Aerolíneas Argentinas, ahora bien esa decisión podría ser una “una buena decisión”. Esa sería la cuestión.

Luego de resuelta la cuestión viene el “problema” de  cómo debe ser su gerenciamiento, allí viene la cuestión de la “idoneidad”.

La decisión de estatizar esa empresa o cualquier otra  implica designar un gestor idóneo tomar  UNA DECISION DE CALIDAD, lo que no quiere decir que el resultado será exitoso.

Otro caso, la falsificación estadística.

Se trata de una decisión de pésima calidad, porque implica privar al gobernante de los indicadores de la realidad.  Esta decisión es fruto  de la incultura del gobernante al que poco le importa la diferencia entre lo estimable y lo desestimable o, lo que es más grave, entre la verdad y la mentira.

El estado de los servicios públicos. En este caso se trata de una constante a lo largo de los años.

Roberto Agosta en la revista Criterio Nº 2396 explica que “entre 1980 y 2010 el nivel de inversión en transporte público es apenas superior al 50% de lo invertido entre 1920 y 1950, y no llega al 40% de lo invertido entre 1890 y 1920,” épocas en que nuestro PBI per cápita estuvo al nivel de los países más desarrollados.

En el sistema educativo últimamente se ha gastado un 5% del PBI, sin embargo ese gasto no se traduce en “calidad educativa”, de donde la decisión política de incrementar el gasto educativo no ha sido una decisión de buena calidad, ya que no tuvo en cuenta cómo usar ese gasto para que mejore la calidad del sistema.

La elección de los “gerentes” para administrar ese dinero opacó lo que de otro modo hubiera sido una decisión de calidad.

Gastar más no significa gastar bien.

Esto es otra cuestión de “cultura” del gobernante, el creer que solo más dinero puede mejorar las cosas y paradójicamente jamás prevemos el costo de los derechos. Esto será materia de otra nota.

Es como creer que una marca de cartera o una tarjeta de crédito “platinum” o un “vestidito negro” nos convierten en seres honorables e idóneos.

En la Argentina las decisiones sobre nuestras grandes “cuestiones” siempre fueron mal resueltas por ello la causa de esa regresión que señalaban LAGOS y LLACH es la mala calidad de las decisiones políticas consecuencia de una cultura que no pondera lo perdurable, lo valioso y que solo se puede llegar al bienestar mediante el esfuerzo continuado de todas las generaciones.

La Argentina es la comunidad de la inmediatez por eso la vigencia de ese “contrato de la corrupción” del que habló Eduardo Fidanza en el diario LA NACION  “Tal vez una evidencia resulte crucial para entender el modo en que funciona la percepción de corrupción. Se trata de la correlación entre cómo se aprecia la evolución de los ilícitos y el consumo. Los datos son consistentes: cuando desciende la confianza del consumidor, la población tiende a creer que la corrupción se agudiza. Al contrario, cuando se afianza la convicción en el consumo, la corrupción pasa a segundo plano. Así, durante el período recesivo de 2008 y 2009, más del 60% de la población pensaba que la corrupción estaba empeorando. Al cabo de dos años de recuperación económica, a fines de 2011, esa percepción había caído al 45%.

Queda claro  que, mientras midamos la “calidad de las decisiones” por los niveles de consumo, no haremos más que consumir el futuro, sin tener en cuenta que nuestros hijos y nietos lo vivirán.

Por eso, “la cuestión es la cultura” y ello está mucho más allá que los “K” porque en el fondo, parafraseando a Perón, podremos ser liberales, progres, socialistas, macristas (de Jorge o Mauricio) pero todos llevamos el enano “K” en alguna parte del cuerpo….

A modo de conclusión, contrariamente a lo que dijo Eduardo Duhalde alguna vez,  mientras no cambiemos nuestras cabezas estaremos condenados al fracaso, porque el éxito no es una condena sino una tarea que exige calidad en las decisiones.