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jueves 9 de octubre de 2008

La codicia y mala gestión del dinero

Frente a la crisis financiera mundial y los diagnósticos que hacen responsable de todo al sistema capitalista, conviene repasar cómo funciona un sistema bancario moderno.

En medio de la actual crisis financiera mundial –agravada día tras día- surgió una mujer gobernante que asumió la valiente posición de liderazgo, denunció lo que estaba ocurriendo y tomó las riendas del salvataje con rigor intelectual, habilidad técnica y autoridad moral.

Pese a lo que pueda suponerse, no se trata de nuestra presidente, ni tampoco de Michelle Bachelet, ni de la candidata republicana Sarah Palin. La nuestra porque sus desafortunadas declaraciones la descolocan del panorama mundial. La presidente de Chile porque considera que el responsable de la crisis es el neoliberalismo. La gobernadora de los esquimales porque en el debate con Joseph Biden terminó por demostrar que ella misma no comprendía lo que estaba sucediendo.

Ni unas ni otras.

En esta profunda crisis mundial, el rol de verdadera estadista correspondió a la canciller de hierro de Alemania, Angela Dorothea Merkel, doctorada en física en la rigurosa universidad de Leipzig. La jefa de estado germana, achacó a la “codicia” y la “pésima gestión” de los banqueros, la actual crisis financiera mundial y apostó por crear mecanismos de control bancario para prevenir situaciones similares en el futuro. “Que cada uno asuma su responsabilidad ante una situación tan difícil y que aquellos que han provocado estos daños, terminen en la cárcel. La situación es seria, más de lo que nunca lo fue”, señaló Merkel ante el Bundestag. “No cabe ocultar la realidad, sino actuar desde una doble perspectiva: intervenciones inmediatas y reformas a largo plazo. Entre las medidas de acción inmediata imprescindibles, resaltó el paquete de ayuda para salvar al Hypo Real Estate Bank de la quiebra, brindar a los ciudadanos garantía del 100 % de sus depósitos en bancos alemanes y que nadie deba temer por sus ahorros porque estarán garantizados dentro del sistema de economía de mercado pero con responsabilidad social”. Con sus palabras, la codicia y la mala gestión del dinero quedaron marcadas a fuego como responsables de esta crisis financiera global.

El pecado de la codicia

Este viejo pecado capital hace su irrupción en la moderna economía financiera, por la voz de la canciller alemana. ¿Pero qué es la codicia?

Decían los clásicos que la codicia es la acción que cometen los avaros, aquellos que tienen un afán desordenado por acumular dinero y riquezas. A los avaros se los denomina mezquinos, usureros y tacaños, porque sustituyen los valores interiores que están dentro del hombre, por cosas terrenales efímeras. No es lo mismo poseer un automóvil lujoso que tener sabiduría y no es lo mismo tener juventud que tener simpatía. La codicia rebaja la condición humana porque impide la generosidad de espíritu y la esplendidez de actitudes. Por eso en la literatura universal de todos los tiempos el avaro ha sido ridiculizado y mucho más cuando ocupa la posición de gobernante.

El gran poeta italiano Dante Alighieri representa a la codicia como una loba y dice que es el mayor enemigo de la armonía universal. Vincula la codicia con el derroche y la coloca en el quinto círculo del Purgatorio, para que quienes se arrepientan sean obligados a arrodillarse sobre una áspera piedra recitando hasta el final de sus días los casos de avaricias cometidos.

Mala fe de los adoradores del Estado

La crisis financiera desatada con la quiebra del banco inglés Northern Rock y continuada con la liquidación de otros bancos de inversión se ha visto agravada en los últimos días por la caída de las bolsas en todo el mundo y la baja sin término en el precio de las commodities. Esta crisis ha animado a los intervencionistas de todos los partidos a lanzarse en tromba contra el capitalismo que llaman «salvaje» y que los conservadores tildan de «antipático». Con indisimulada ironía señalan que hasta los partidarios del libre mercado recurren al Estado cuando las cosas les van mal. ¿Tienen razón? ¿Significa todo esto que debemos abandonar el mercado semi-libre en que vivimos para instaurar un sistema intervenido y manejado por políticos? Lo primero de todo es entender cómo funciona un sistema bancario moderno, basado en la confianza, pero no en la confianza de que todo puede seguir creciendo interminablemente.

Son muchas las inversiones equivocadas y muchas las compañías mal dirigidas que van a desaparecer, lo cual hace inevitable una recesión mundial, que incluirá a nuestro país. Sostener el crecimiento a tasas chinas, cueste lo que cueste, como durante los años 2003 a 2007, sin cambios fundamentales, no haría sino prolongar la crisis que se nos viene encima porque se terminó el viento de cola. Es lo mismo que sucedió en Japón en la década de los ‘80. Una profunda reestructuración acortaría la crisis, pero el gobierno tendría que proceder a una reforma integral del sistema impositivo para alentar la capitalización y la creación de nuevos puestos de trabajo. También debiera incluir la reforma del mercado laboral reduciendo sustancialmente los impuestos, las cargas laborales y la repelente industria del juicio laboral. Además, tendríamos que abrirnos al comercio exterior para que todos pudieran aprovechar las indudables oportunidades que nos ofrecerá un mundo necesitado de vender sus productos a bajo precio.

Sea corto o largo este período en que vamos a ingresar, necesitamos confianza en algo primordial: la moneda. La moneda con la que valoramos los bienes y servicios; la moneda con la cual calculamos los costos y fijamos precios; la moneda con la que compramos y vendemos; la moneda en la cual guardamos nuestros ahorros para hacer frente a las contingencias que el futuro nos depare.

El sistema monetario es un sistema fiduciario, basado en la “fe” o “fiducia», que es la base de la confianza. Hoy el mundo se refugia en el dólar, el oro y el yen porque confían que otros aceptarán esas monedas en pago de lo que compren. El dinero que usamos diariamente no consiste sólo en monedas y billetes de papel. La mayoría de nuestros recursos monetarios tiene la forma de depósitos bancarios. A ellos recurrimos para obtener billetes del cajero automático, para cubrir un cheque que entregamos, para saldar el resumen de la tarjeta de crédito. El sistema fiduciario en que se basa la moneda, contribuye a crear la prosperidad, pero está amenazado por dos terribles peligros. El primero es la inflación en el interior del país y la devaluación en el exterior, porque erosiona su valor y estafa a los más débiles. El segundo peligro es el que afecta al dinero bancario, cuando los bancos que custodian nuestros depósitos se vuelven insolventes y suspenden sus pagos.

Los bancos comerciales se comprometen a devolver los depósitos de sus clientes pese a que ellos suman muchas veces su caja, porque confían en que no todos los depositantes van a retirar sus depósitos a la vez.

Los defensores del capitalismo moderno nunca han sostenido que un sistema fiduciario pueda funcionar sin intervención pública. Un club de bancos necesita un prestamista de última instancia, que podría ser un Banco Central o un Fondo asegurador con depósitos de liquidez inmediata. Cuando quiebra un banco y se retiran los depósitos en otros bancos, se produce una formidable destrucción de dinero, que debiera ser reemplazada por la contrapartida de creación de liquidez en forma prudente. Esa es la enseñanza que Milton Friedman recogió después de analizar el comportamiento de la Reserva Federal durante la gran contracción de 1929-1933 en EE.UU. Cuando una economía se queda sin dinero, bancario o monetario, el sistema se enferma y paraliza. Por eso necesita una mínima garantía de los depósitos privados e inyecciones temporales de liquidez, cuando los depositantes sacan sus depósitos y los bancos se niegan a prestarse los unos a los otros.

Pero no son los banqueros ni los especuladores los únicos que han pecado de codicia. Todos aquellos individuos que apenas alcanzaban a cubrir sus gastos y se endeudaban para especular con una segunda vivienda; los asesores financieros que colocaban hipotecas baratas a quienes no podrían soportar ni siquiera el pago de intereses; los consumidores que abusaban de las tarjetas de crédito para irse de vacaciones o para comprar coches por encima de sus posibilidades; los políticos que cobraban impuestos distorsivos para pagar subsidios sin ton ni son y que fomentaban un consumo frenético no sostenible; todos ellos y otros más han sido y son codiciosos.

No se trata de impedir y trabar la actividad agrícola, industrial o comercial con regulaciones como las de la ONCCA, ni de castigar el deseo de mejora personal con impuestos excesivos. La cuestión estriba en reducir la inestabilidad de la sociedad capitalista exigiendo a cada uno a que asuma la consecuencia de sus actos y se sienta responsable de lo que hace.

La base última de esta crisis, que está haciendo tambalear la pirámide invertida de la especulación financiera se encuentra en unos tipos de interés ridículamente bajos y una desatada creación de dinero por los bancos centrales a lo largo de los últimos años. Todo ello contribuyó a inflar la «burbuja financiera», cuyo estallido se quiso evitar con más ríos de dinero. La reciente ola de febril crecimiento mundial ha durado cinco años, gracias a que las importaciones de China e India contenían los precios al consumo, mientras se disparaba el valor de las casas y las acciones. Cuando la construcción y el alquiler de inmuebles empezaron a no producir la renta esperada, el ciclo se invirtió. El mercado ha funcionado bien, haciendo quebrar los negocios mal planteados y obligando a sanear a los que se apoyaban en ellos. Ahora será necesaria una regulación más rígida y prudente del sistema financiero, sobre todo exigiendo encajes muy elevados en operaciones a la vista y fraccionarios para operaciones a plazo.

Quizás sea preciso recurrir al famoso Plan Chicago del 100 % y dividir los bancos en dos secciones: custodia del dinero a la vista y operaciones de crédito.

A partir de ahora y por mucho tiempo se acabará toda posibilidad de capitalización recurriendo al endeudamiento y el famoso “apalancamiento financiero” será un recuerdo del pasado. Volverán a reinar los ahorros genuinos que se invierten en empresas para producir bienes reales y servicios demandados por la sociedad. El mecanismo más importante para capitalizar las empresas volverá a ser la reinversión de utilidades. Lo cual requiere un inteligente e inmediato replanteo de todo el sistema impositivo para atraer el ahorro y facilitar el autofinanciamiento.

No ha fallado el mercado, ha fallado el Estado con una regulación laxa y permisiva que, desde 1999 metió al mundo en una burbuja que ahora ha explotado. © www.economiaparatodos.com.ar

Antonio I. Margariti es economista y autor del libro “Impuestos y pobreza. Un cambio copernicano en el sistema impositivo para que todos podamos vivir dignamente”, editado por la Fundación Libertad de Rosario.

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