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jueves 12 de junio de 2008

La culpa no es de las amonestaciones

Una breve explicación de cómo los ministros de Educación transmiten los incentivos equivocados a los alumnos y alientan a los buenos docentes a dedicarse a otra cosa.

En recientes debates públicos, los ministros de Educación de la Ciudad de Buenos Aires, la homónima provincia y el país se manifestaron en contra de las amonestaciones como sistema de penalización de faltas disciplinarias en el ámbito escolar. Algunos funcionarios ministeriales, supuestos expertos, hicieron declaraciones fundamentando lo dicho por los ministros. Mientras tanto sectores de la educación reclaman el regreso de las mismas.

La preocupación de los funcionarios es la exclusión. Sostienen que si los alumnos que se portan mal son amonestados y por reiterar su inconducta o por la gravedad de la misma llegan a las tradicionales 25 amonestaciones y son expulsados quedan excluidos, es decir sin oportunidad de salir de la situación de marginalidad.

Ellos prefieren que los jóvenes no reciban una sanción y perciban que da todo lo mismo. Que pasen un tiempo más en la escuela, sin aprender, porque al no respetar las indicaciones docentes no harán lo que estos indiquen deben hacer para aprender y así, completamente escolarizados salgan a la vida sin saber contenidos ni haber aprendido los mínimos valores necesarios para manejarse en la sociedad. ¿Cuánto puede durar en un trabajo quién le pega al jefe cuando le indica lo que esta mal hecho o quién falta permanentemente?

¿Qué exclusión es más grave, la de la amonestación en la juventud, cuando todavía hay tiempo de corregirse o la del despido en el primer trabajo?

Los ministros confunden autoridad con autoritarismo. Dan por sentado que la amonestación es arbitraria, sujeta al capricho del docente y sin oportunidad para que el alumno se defienda. Honestamente dan la idea de que nunca vieron un parte de amonestaciones en blanco.

En el antiguo régimen de apercibimientos y amonestaciones el docente solicitaba una sanción ante una inconducta que observaba en un alumno. Iniciado el pedido, el jefe de preceptores, regente o vicedirector debía elevar un informe al rector junto con un detalle de la situación del alumno y de la información complementaria que hubiese reunido. El rector fijaba finalmente la sanción y la comunicaba a los padres.

Varios errores se deslizan en el planteo de los ministros y sus asesores. El profesor no fijaba arbitrariamente la cantidad de amonestaciones; el equipo docente y directivo fijaba criterios para establecer la cantidad, criterios que implican valores que se van transmitiendo a los alumnos. Las autoridades intervinientes, jefe de preceptores, regente, vicedirector o el rector mismo tenían la oportunidad y el deber de conversar con el alumno o con la familia antes de decidir. “Mañana venga junto con sus padres” es una muy recordada frase de la adolescencia de muchos. Muchos rectores se reservaban el derecho a “dar oportunidades”.

Ante situaciones extremas se convocaba al cuerpo de profesores para que den su opinión, incluso en algunos casos vinculante.

Seguro que muchos de los chicos sancionados no estaban felices con ese hecho. ¿Quién esta feliz con un castigo? Interesante sería saber hoy si estos adultos opinan que aprendieron algo o no.

Sin duda habrá habido docentes y directivos arbitrarios y autoritarios. Habrá habido mediocres y otros con poca capacidad para escuchar y todo el conjunto de desviaciones humanas.

Pero el nudo de la cuestión es que quién se porta bien tiene un registro inmaculado, quién tiene mala conducta lleva las amonestaciones, es decir hay un sistema de premios y castigos. Como tal incentiva a hacer lo correcto y desalienta lo incorrecto. Impulsa a que el alumno asista a clase, preste atención al profesor, se comporte con sus compañeros, haga la tarea sin trampas, etc. y finalmente aprenda.

Pretende que a aquel que trabaja con responsabilidad, esfuerzo y respeto le vaya bien y al que no le vaya mal. Y que esta sea la lección fundamental que se lleven los chicos de la escuela. Le va bien a quien trabaja, se esfuerza y es responsable. Y quien no trabaja, molesta, entorpece el trabajo de los demás es excluido. Porque eso es lo que pasa en la vida más allá de la escuela. Y eso es lo que tienen que predicar o enseñar los docentes.

Es verdad que para que el sistema funcione necesita que una parte importante de los docentes que lo forman tengan autoridad. Que sean docentes que hayan sabido ganarse el respeto, que sus palabras valgan, que sus decisiones y opiniones sean tomadas en cuenta, que cuando digan “le voy a dar una nueva oportunidad” generen en el alumno un deber moral de estar a la altura de esa oportunidad. He conocido muchos de esos docentes, tanto preceptores, profesores como directivos, tanto jóvenes como otros con mucha experiencia, tanto formales como informales, tanto de materias exactas, como de materias sociales, artísticas o deportivas, varones y mujeres, formados en los distintos institutos, pero todos ellos con tres características: un gran compromiso con su labor, una gran capacidad para escuchar y prestar atención a sus alumnos y, por último, la madurez para reconocer sus limitaciones y sus errores, enmendándolos.

El deber de los ministros es contribuir a formar docentes con esa autoridad, darles los cargos, alentarlos a crecer y fundamentalmente respaldarlos cuando llegan los momentos claves.

Tarde o temprano, hasta al mejor docente se le va a cruzar un caso excepcional por lo problemático, que no va a poder resolver y ante el cuál va a tener que tomar o pedir medidas extremas. Tarde o temprano, el docente de verdad, con dolor en el alma, tendrá que aplicar el castigo, el que implica transmitir el mensaje de así no, esta conducta te excluye, te perjudica. Y en ese momento el ministro y los funcionarios ministeriales deben apoyar al docente, al que vieron crecer, al que muestra todas las pruebas de que su decisión es la correcta.

Hoy los ministros hacen otra cosa, reincorporan al alumno; en los hechos le dicen que no importa como se porte tiene derecho a malgastar la escuela que todos pagamos, que no van a correr el riesgo de excluirlo ahora, le garantizan que lo será más adelante. Arrastran en esto a los compañeros que reciben también el mensaje equivocado y ven disminuir la calidad de su entorno.

Y excluyen al docente, que ve su autoridad y su trabajo pisoteados, que queda indefenso ante unos alumnos que vienen de una sociedad, según el propio ministro Tedesco, cada vez más violenta.

Muchos docentes pierden el compromiso, muchos más abandonan la escuela pública y son reemplazados por los que sin vocación van a buscar un sueldo seguro a fin de mes.

Ah, eso sí, Mariano Narodowski, ministro de educación de la Ciudad de Buenos Aires, se ha comprometido a “reconstruir el lugar de los docentes como una autoridad, justa, legítima y confiable”. © www.economiaparatodos.com.ar

Jorge Ludovico Grillo es docente y abogado. Es director de un colegio segundario en Provincia de Buenos Aires. Mantiene el blog www.ludovico.com.ar.

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