La decrepitud del sentido común
“Habitualmente mucha gente muere por una suerte de decrepitud de su sentido común y descubre, cuando es demasiado tarde, que lo único que debería lamentar son sus propios errores” (Oscar Wilde)
Son tantos los motivos que provee la Presidente para escribir sobre sus chiqueros conceptuales, que corremos el riesgo de resultar reiterativos en las críticas a un animal herido como ella, “cuando ya hay demasiada sangre en las calles” (Nathaniel Mayer).
Lo malo de todo esto, es lo que viene siempre detrás de sus desatinos: el aumento creciente de una guerra sorda y ciega contra quien se le ponga por delante, apelando a juicios de valor que corresponden a un cerebro decididamente delirante.
El largo y por momentos enfervorizado discurso de apertura de sesiones ordinarias del Congreso 2015 (con su habitual bailoteo antes de comenzar), la mostró agitada, revolviendo papeles nerviosa y desordenadamente y dirigiéndose en forma vulgar a algunos de los presentes para lanzarles bromas “admonitorias”, evidenciando en forma irrefutable el enamoramiento que tiene consigo misma. Por lo tanto, a medida que avanzaba su filípica, iba subiendo cada vez más el diapasón de su crítica a quienes osan poner en tela de juicio sus opiniones, por considerarse una estrella rutilante que no debe ser eclipsada jamás por ningún impertinente.
Repartió una catarata de sofismas y cifras falsas, eludiendo mencionar (como siempre) la inseguridad, la inflación, la recesión, el avance del narcotráfico y el método con que piensa corregirlos con políticas efectivas. Cantó loas a la excelsitud de su mandato, avisando que tendría valor para enfrentar todos los ataques que sufre (¿por qué será si ha tenido tanto éxito como dijo haber tenido?).
No alcanzó a definir qué es en realidad lo que pretende ser. ¿Una visionaria? ¿Una pitonisa? ¿Una guerrera? ¿Una reina? ¿Una postulante al Nobel? ¿Un émulo de Teresa de Calcuta? ¿Un nuevo oráculo de Delfos? ¿O algo de todo eso y mucho más? Porque “abogada exitosa”, codificadora “napoleónica” y “arquitecta egipcia” ya se ha comprobado que no es.
Hizo esfuerzos denodados para vendernos nuevamente la visión de un país imaginario, fulminando todo lo que no fuese su “augusta” figura, mientras quienes la oíamos con sorpresa pudimos comprender que “una prosperidad engañosa y ficticia contribuye siempre a crear monstruos”, como señaló alguna vez Víctor Hugo.
Su soberbia sin límites la ha depositado finalmente -contra sus deseos-, en la puerta de salida de una historia desenfrenada, firmemente “adherida” a una pequeña banda de obsecuentes huérfanos de “luces”.
Nuestra Presidente no comprende -ni comprendió jamás-, que si no ha sido capaz de cambiar una situación desfavorable producto de malos cálculos personales, lo que debería hacer es tratar de cambiar y no seguir negando neciamente la realidad y confundirla con un escenario de lucha para no “rendirse” (¿) ante quienes, supuestamente, intentan menoscabar su valía.
Para ella solo existe el Bien y el Mal. Y el mal lo personificamos todos aquellos que no pensamos como “se debe” (es decir el “relato”); los que nos negamos a aceptar que la vida consista siempre en un enfrentamiento maniqueo entre lo blanco y lo negro, sino que es más bien un escenario en el que existen simplemente cosas adecuadas o inadecuadas, como sostenía Spinoza.
Por lo tanto, al ver engaño o crimen en la postura de sus adversarios políticos, movida por los trastornos pasionales que la acechan, incurrió nuevamente EN IDEAS Y ERRORES DE CONCEPTO QUE SOLO COMETE EL QUE BUSCA SIEMPRE LO QUE MÁS LE CONVIENE.
Hegel (a quien acudía en alguna época remota cultivando un perfil de oradora “académica”, que ha migrado hoy día hacia sus “paparruchas” de barricada) contribuyó como nadie a convertir determinados “dogmas absolutos” en simples metáforas, especialmente en aquellos casos en que algunas personas (como ella) realizan tareas titánicas PARA TRATAR DE UBICAR LO REAL Y LO IDEAL DENTRO DE SU PROPIO DEVENIR HISTÓRICO.
Son quienes corren al rescate de una divinidad superior, para poder anclar en ella la falta de razón que sufren debido a la “decrepitud de su sentido común”, como señalamos al comienzo con la frase de Wilde.
Por esas vías caminaremos hasta el fin del ciclo constitucional de su gobierno en diciembre próximo, esto es claro, si los acontecimientos que desbordan emocionalmente a la Presidente no la incitan a salir antes de tiempo del lugar incómodo de “pato rengo” en el que se encuentra y no tolera, donde no tienen confirmación alguna sus delirios.
El resto del discurso -de casi cuatro horas-, no agregó nada nuevo a un estilo archiconocido, con la consabida enumeración de datos falsos o “trucados” y, en esta ocasión en especial, la crueldad fanática y desequilibrada con la que defenestró al fiscal Nisman, ofendiendo a su familia y a la mayoría de la justicia que es, en su concepto, “profundamente anticonstitucional”, colocándose en el papel de víctima y victimaria al mismo tiempo.
Parodiando a Strassera, solo nos restaría decir respecto de sus dichos: “nunca más”. Cruzamos nuestros dedos para que el futuro nos depare gobiernos más equilibrados y eficientes. Y que vuelen los días que restan hasta el 10 de diciembre próximo, día en el que esperamos desembarazarnos de esta verdadera pesadilla.
carlosberro24@gmail.com