Image Image Image Image Image Image Image Image Image Image
Scroll to top

Top

miércoles 4 de junio de 2014

La democracia no es una panacea

La democracia no es una panacea

Algunos  dogmas se han pretendido instalar como certezas indiscutibles.  En estas últimas décadas, con la implementación  de las democracias como sistema de gobierno en gran parte  del planeta, se ha endiosado a una herramienta de convivencia  social, al punto de siquiera poder cuestionarla

La búsqueda de la verdad, la necesidad de explicar  fenómenos sociales, precisa de una actitud de permanente  revisión, de crítica constante, ya no para descartar  sistemas, sino justamente para perfeccionarlos.

No existen dudas de que la democracia ha traído consigo  un sinnúmero de progresos y que pese a sus irrefutables  defectos, ha sido capaz de contribuir a una vida en armonía,  con respeto y tolerancia.

Pero es igualmente  real que su instrumentación tiene matices y que algunas  sociedades han sucumbido bajo sus principales paradigmas  involucionando y hasta en casos extremos, siendo conducidos  a excesos inaceptables, promoviendo el odio y los genocidios,  de la mano de la voluntad de los más.

No  se trata de condenar a la democracia como sistema, pero  tampoco de convertirla en la panacea, en ese remedio que  resuelve cualquier problema. Resulta por ello indispensable  analizar lo que ocurre, justamente para rescatar sus atributos  positivos e individualizar aquellos aspectos específicos  que solo deforman el objetivo. Toda sociedad sensata aspira  a vivir en paz, bajo el paraguas del consenso y no de la  confrontación.

Probablemente los países  que mejores experiencias pueden mostrar son aquellos en  los que la democracia está subordinada a la república,  dicho de otro modo, en los que la voluntad de las mayorías  expresada en las urnas está condicionada por la división  de poderes y por una norma constitucional que fija los límites  a la concentración y al abuso de poder.

La  democracia puede ser un genuino medio para lograr un loable  fin, pero canonizarla y colocarla en un pedestal convirtiéndola  en el objetivo central de una sociedad, es extremadamente  riesgoso.

Muchas naciones vienen transitando  ese ambiguo sendero que les ha hecho perder mucho de calidad,  al intentar que un sistema que ha sido pensado como un método  eficiente para encontrar acuerdos y como forma de resolver  conflictos, se convierta en el mecanismo que genere enfrentamientos  invitando a la dinámica continua de la ruptura.

Tal vez esta exageración conceptual, ha empujado  a que los actores políticos sientan que en democracia  todo vale, que lo que importa son los votos, el poder y  quien lo administra. Parecen haber olvidado las razones  vitales que llevaron a impulsar sistemas de este tipo, que  ayudan a solucionar inconvenientes de un modo amigable y  pacifico.

La innegable prosperidad ordenada  de algunas comunidades que no se rigen por la democracia  tal cual se la conoce tradicionalmente, obligan a preguntarse  por lo que viene sucediendo en el mundo.

No  se trata de abandonar el sistema democrático como forma  de ordenamiento social. No se puede hacer caso omiso a sus  imperfecciones evidentes. Es peligroso caer en la trampa  de no cuestionarlo para no perjudicarlo. Se conspira contra  la democracia cuando se evitar revisarla, cuando no se advierten  sus contundentes desviaciones y cuando se elige mirar a  otro lado porque resulta políticamente incorrecto hablar  de ello.

A Winston Churchill se le atribuye  aquella frase de que «la democracia es el peor sistema de  gobierno diseñado por el hombre, excepto todos los  demás». Tal vez sea esto brutalmente cierto, pero no  menos verdadero es que todos los sistemas merecen ser revisados  y, en lo posible, mejorados.

Sin embargo, pocos  políticos se atreven si quiera a proponer cambios.  Es probable que eso tenga que ver con que muchos de ellos  son parte de ese defectuoso régimen que les permite  liderar el presente. Modificar ciertas cuestiones podría  atentar contra la base de su elemental poder personal.

Es posible que a los políticos no les interese  mejorar el sistema. Lo que es indudable es que la sociedad  observa con claridad todo lo negativo de un sistema que  debería garantizar óptimos resultados y que hoy  se deteriora día a día, bajo la mirada cómplice  de la clase política y con la imprescindible resignación  de una ciudadanía que percibiendo los problemas, prefiere  resignarse, bajar los brazos, arriesgando demasiado de lo  logrado.

Si la democracia no es reformulada  y corregida puede extinguirse. El desprecio ciudadano por  la actividad política es creciente en diferentes lugares  del mundo. Atribuir ese desprestigio solo a ciertos sectores  de la dirigencia política, es decidir deliberadamente  ignorar las raíces profundas del problema y perder  la brillante e irrepetible oportunidad de quitar las ramas  que impiden que el árbol siga creciendo fuerte y solido.

Los políticos parecen inclinarse por el camino  de hacerse los distraídos, tal vez porque de esa manera  la pasan mejor en el corto plazo y siguen aprovechando las  grietas que ofrece el actual esquema que les posibilita  llevar adelante sus controvertidas prácticas. La gente  ya se dio cuenta hace tiempo. Solo no encontró, aún,  el modo de ponerlos en su lugar, de fijarle límites  y de incitarlos a hacer esos cambios que el sistema precisa  para evolucionar. La sociedad ya sabe que la democracia  no es una panacea.