La desproporcionada importancia del Gral. Milani
Como si el país hubiese retrocedido, sin darse cuenta, treinta o cuarenta años, hete aquí que nos hemos enfrascado en una discusión que hubiera sido pertinente —y vaya cuánto— antes del triunfo electoral de Raúl Alfonsín, cuando promediaba 1983 ó, a lo sumo, en el curso de su gestión presidencial. Hoy, en cambio, enredarse en una controversia por el estilo carece de sentido no sólo por su carácter irrelevante. También por su obsolescencia. Nos referimos, para no prolongar el misterio, al sentido que pueda tener el nombramiento, como jefe del Estado Mayor del Ejercito, del general César Milani y de las eventuales consecuencias que traería aparejada, en un momento crítico de la vida política, su confesa adhesión al régimen kirchnerista.
En épocas ya pasadas de moda —y, además, de regreso imposible— quien liderase al principal factor de poder de la Argentina no le pasaba desapercibido a nadie. Era lógico que, en consonancia con el peso especifico del Ejercito —algo que ocurría, claro que en menor medida, con la Armada y la Aeronáutica—, se tejieran mil conjeturas y se imaginasen otros tantos escenarios si el jefe militar era Juan Carlos Onganía o Alejandro Agustín Lanusse, Jorge Rafael Videla o Alberto Numa Laplane, Roberto Viola o Carlos Suárez Mason, para mencionar al voleo algunos ejemplos históricos.
Como la posibilidad de que las Fuerzas Armadas irrumpieran en escena y marchasen en pos de la Casa Rosada fue algo natural por espacio de medio siglo, nunca podía ser lo mismo Zutano que Perengano. Mudados los tiempos y, sobre todo, las relaciones de poder vigentes entre nosotros, imaginar que el respaldo de Milani cambia algo, supone incurrir en un vicio lógico común a todos los países en donde hubo —por espacio de décadas— un factor determinante que, de buenas a primeras, desapareció dejando pocos rastros de su existencia en el camino. Esos rastros parecen bastarles a muchos analistas para suponer que el mencionado factor sigue acreditando vigencia, cuando lo cierto es que ha dejado de existir tal cual lo conocimos.
En la Argentina moderna las Fuerzas Armadas tuvieron, entre 1930 y l990, poco más o menos, un poder y una autoridad que las convirtieron casi en un poder excluyente. El único que a la larga contaba por la sencilla razón de que los batallones, tanques, fusiles y capacidad de despliegue territorial pesaban más que cualquier otra fuerza, grupo de presión, capilla económica, partido político o sindicato existente. Luego de esa fecha, en correspondencia con la última intentona llevada a cabo por el sector carapintada que lideraba el coronel Seineldín, nunca más esas fuerzas —otrora tan decisivas— contaron seriamente a la hora de dirimir supremacías en torno del poder. Al respecto, pasaron a ser un cuerpo de desfile; nada más.
Eso, claro, prescindiendo de considerar el discurso que a través de sus gestiones enarbolaron, para salvar las apariencias o para trasparentar sus convicciones sobre el fenómeno militar, Raúl Alfonsin, Carlos Menem, Fernando De la Rúa, Eduardo Duhalde, Néstor Kirchner y ahora su mujer, Cristina Fernández. Elogiados o vilipendiados, tomados en cuenta u olímpicamente ignorados, en rigor los militares pasaron a tener una función decorativa a la par que se deterioraban sus sueldos, se corroían sus armas y perdía sentido su razón de ser en un país donde hasta los desfiles que hicieron las delicias de nuestra niñez, han dejado de interesar por completo.
¿Por qué tanto alboroto, pues? ¿Es una cortina de humo montada al solo propósito de ocultar algo más grave o es una de esos típicos temas de debate que surgen, de tanto en tanto, sin demasiada consistencia? —Ni lo uno ni lo otro. Hay, de parte de quienes impugnan la tozudez de Cristina Fernández en promover a su favorito y ponerlo a cubierto de cualquier proceso judicial en el que pudieran pensar sus adversarios, una preocupación sincera. Creen ver en la figura de Milani a un peón incondicional de la estrategia de la Casa Rosada para la eventualidad de que la presidente, en un momento verdaderamente crítico, decidiese patear el tablero y convocar a los militares a respaldar con la espada su gobierno.
Es cierto que la poca discreción del mencionado jefe castrense en el instante que asumió su comando y la abierta identificación “con el proyecto nacional y popular en marcha” —según sus propias palabras— dan pábulo a pensar que no tendría empacho, puesto en esa circunstancia, de volcar el peso de la fuerza a su cargo en defensa del régimen imperante. Milani, si lo creyese conveniente, haría eso y más aun. Sólo que tanto en las especulaciones de sus adversarios como en su propia megalomanía hay un pequeño detalle que no cuaja y que echa por tierra, como a un castillo de naipes, cualquier idea, tesis o teoría concerniente al poder militar. Y es que en la enunciación poder militar, late una flagrante contradicción. Si es poder no es militar y si es militar no es poder. Así de sencillo.
Hay razones para sospechar que estamos ante la presencia de tres partes diferentes que se han metido en una discusión inconducente. Los polemistas, a pesar de ser entre sí tan disímiles en punto a integridad, ideas y posicionamiento dentro del sistema institucional, parten de una premisa común: que todos los mortales vuelan y entonces, como Sócrates se cuenta entre los mortales, el silogismo que construyen hace que Sócrates termine volando. Cámbiese la premisa mayor y en lugar del ejemplo de la Hélade insértese los militares tienen poder, para entender la dimensión del error.
Tanto quienes lo critican, como el círculo intimo de Cristina Fernández, como así también el mismo general Milani, suponen que las Fuerzas Armadas son un factor poderoso y, en consecuencia, decisivo en un caso extraordinario. Quizás no coincidieran si se los sentase a unamisma mesa y se les pidiese que definieran, con alguna precisión, qué significa para ellos el poder armado. Pero cualesquiera que fuesen sus diferencias, ello nada quitaría al hecho de que, en grado diferente, los tres consideran que los militares poseen un atributo fundamental del que, en realidad, carecen por completo.
Entendámonos de una vez: resulta una pérdida de tiempo y un grosero error de apreciación analizar problemas nuevos o una situación inédita con arreglo a categorías desaparecidas en el tiempo. Milani resulta, en términos de poder, un cero al as. Y no necesariamente porque fuese un mediocre, como por el hecho de que si se lo resucitase a Napoleón o a César, en la Argentina de hoy —dado el estado calamitoso en el que se encuentran las Fuerzas Armadas, los complejos y miedos que aquejan a sus integrantes, la falta de adiestramiento de sus cuadros y el descrédito que existe respecto de su participación política— ni el genial corso ni el magnifico romano harían otra cosa que un papelón si deseasen mover un solo soldado para respaldar a la viuda de Kirchner.
Conviene, entonces, poner el asunto en su lugar y quitarle trascendencia y dramatismo. A Milani lo único que le interesa es retener el cargo que ocupa y congraciarse con la presidente.
¿Qué le ofrece, a cambio? —Lo único que puede interesarle a cualquier gobierno de turno
—malgrado los discursos en contrario de ésta y otras administraciones— y que todavía posee el Ejército: su aparato de inteligencia. No sirve para la guerra o para prevenir un ataque. Pero como acá la SIDE está de adorno —salvo para repartir fondos secretos y espiar a los enemigos internos del kirchnerismo— por qué no sumarle el aporte de un general complaciente. Milani está donde está para espiar; y en eso cumple bien con el propósito.
Si se lo saca de esa función y se le pide que aliste tropas para un caso de conmoción política interna, entre los fantasmas del pasado que de manera despiadada acechan sin cesar las mentes de los militares, su nula capacidad para controlar a una población levantisca —si ese fuese el caso— y su ninguna predisposición a repetir practicas que les han costado demasiado caras, harían que esa gestión fracasase sin remedio. Si no pueden desfilar correctamente, ¿alguien en su sano juicio puede creer que estarían listos para obrar como un último reaseguro del kirchnerismo?
Por favor, seamos serios. Hasta la semana que viene.
Fuente: Massot / Monteverde & Asoc.