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EPT | March 29, 2024

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jueves 10 de mayo de 2007

La economía no sustituye la política

Es un error político pensar que la capacidad de acción gubernamental se basa en el éxito económico porque, cuando la economía comience a desacelerarse o muestre dificultades, será necesario contar con verdaderos apoyos políticos que permitan encarar las reformas necesarias hasta ahora postergadas.

Con escaso caudal electoral y en el contexto de una crisis de inéditos antecedentes, pocos, si algunos, eran los argentinos que se aventuraron a anticipar que, en el curso de apenas cuatro años, el presidente Néstor Kirchner habría de acumular un innegable poder político, a punto tal de encabezar los sondeos de opinión (de ser ciertos) referidos a los postulantes para las elecciones presidenciales de octubre de 2007. Sin embargo, desde mayo hasta octubre, hay tiempo durante el cual se pueden producir cambios de expectativas económicas lo suficientemente importantes, no para invalidar las posibilidades de triunfo del primer mandatario, sino como para dificultar el paseo triunfal que hasta hace poco algunos descontaban.

La base de sustentación de Kirchner ha sido lograda, primero, por las medidas dispuestas anteriormente por el ex presidente Eduardo Duhalde con Roberto Lavagna como ministro de Economía, las que pueden considerarse “el trabajo sucio” que le permitió comenzar su gestión cuando la crisis había pasado por el cenit. Segundo, porque acertó al mantener al mismo ministro, lo que le permitió seguir el camino iniciado. Tercero, finalmente, porque encontró un escenario internacional sumamente favorable con términos de intercambio pocas veces registradas en el pasado.

La política económica que hizo suya, si bien es cierto con matices distintos, le permitió mostrar como resultados más destacados un extraordinario crecimiento de la economía y un marcado descenso de la tasa de desempleo. Claro está que se trató de hechos favorecidos por el cuadro inversor de los años noventa, que dio como resultado un considerable margen de capacidad instalada ociosa en el aparato productivo.

Es materia opinable la consistencia técnica de la política económica en relación a los objetivos trazados y el uso de los instrumentos utilizados, pero lo cierto es que el denominado “modelo productivo” produjo superávit conjuntos de las cuentas externas y de las cuentas públicas. Ambos de una magnitud tal que permitieron, hasta ahora, reestablecer la confianza de los tenedores de la deuda que se habían presentado al canje de la misma luego de la oferta hecha por el gobierno argentino.

Como era de esperar, ambos superávit se están reduciendo debido a la falta de un enfoque global que frene el crecimiento excesivo del gasto público, las transferencias a las provincias y municipios, los subsidios y el recrudecimiento de las presiones inflacionarias, consecuencia de un desequilibrio marcado entre la demanda y la oferta agregadas.

No es el propósito de esta nota hacer un análisis crítico de esa política económica y el grado de su sustentabilidad futura, aunque puede afirmarse que, actualmente, la misma se encuentra comprometida por una inflación que estaba ínsita en la base del “modelo productivo”. En virtud de esto último, un análisis técnico demostraría que ya deberían haberse hecho correcciones para aventar las inconsistencias presentes, sobre todo el que se relaciona con la insuficiente inversión cualitativa para ampliar la capacidad productiva. Naturalmente, como no se hicieron, se está en mora, fundamentalmente y vaya como ejemplo, en el terreno de la energía, habida cuenta de la subestimación hecha por el Gobierno de la oferta energética en cualesquiera de sus formas y, yendo un poco más atrás, en el proceso descendente de las reservas de gas y petróleo. Y es obvio que sin energía no puede haber crecimiento.

Es posible que las autoridades económicas consideren que no hay problemas a la vista, que todo está bien y, por lo tanto, ningún cambio es necesario. Si así fuera, como se desprende del discurso oficial, están efectuando un ejercicio de voluntarismo que no se corresponde con las evidencias a la vista. Tal el caso cuando se insiste respecto de la inflación proyectada para el año en curso, que ubican en el 7%, cuando en general esa cifra ya parece inalcanzable y los observadores la reemplazan por otra que tiene como piso el 13% en las proyecciones más optimistas hasta llegar al 18% por parte de no pocos analistas, luego de evaluar los efectos de los ajustes salariales en marcha.

Más allá de opiniones encontradas, debe recordárseles a las autoridades que, en cualquier tiempo y circunstancia, la marcha de la economía no se efectúa a lo largo de una curva siempre creciente, porque tanto las condiciones internas como las externas son cambiantes. Que se haya crecido a “tasas chinas” en los últimos cuatro años no habilita a suponer que ello seguirá ocurriendo, entre otras cosas porque la capacidad ociosa ya ha sido utilizada, porque las conductas sindicales no son iguales cuando de una alta tasa de desocupación se pasa a otra de menos del 10%, porque la tasa de crecimiento del gasto público excede –y mucho– a la de la recaudación, porque el sistema de precios ha dejado, en gran medida, de funcionar con eficiencia debido a controles y subsidios que pretenden disimular las presiones de demanda a las que son sometidos productos básicos, porque la inflación ya instalada se espiraliza por la puja distributiva y porque la falta de reconocimiento oficial de la inflación hace que las tasas impositivas a que están sujetos los contribuyentes sean, en términos reales, superiores a las legales. Podrían agregarse otras manifestaciones que conspiran contra el crecimiento, como son los avances sobre las instituciones para hacerlas funcionales a los fines gubernamentales, pero con las expuestas basta para evidenciar la patología que estamos enfrentando.

Tampoco habilita la visión optimista de largo plazo suponer que en el mundo nada ha de cambiar, entre otras cosas porque el escenario internacional del cual dependemos en gran medida, así como nos ha impactado y nos está impactando favorablemente, puede tornarse negativo en el futuro. Al respecto, sólo basta extrapolar cuales serían las consecuencias de producirse un proceso recesivo en los Estados Unidos, como ya se está insinuando, con eventuales repercusiones en los países de Europa y de Oriente. O aun si China se viera precisada a desacelerar su economía por la aparición de estrangulamientos en el campo de la energía, por los problemas ambientales que generan tasas superiores al 10% como parece ser se repetirán este año, o si llegara a mostrar dificultades su sistema económico montado en una fabulosa expansión crediticia con dudosa capacidad de retorno, cuestión esta última que en los años noventa produjo las recordadas crisis del sudeste asiático y que se trasladaron luego a México, Rusia, Turquía, Brasil y la Argentina.

A pesar del crecimiento registrado, nuestra economía es altamente dependiente de la soja y, en términos generales, de su secular estructura productiva primarizada. No puede dejar de advertirse que, a pesar de una paridad cambiaria que va dejando de estar tan subvaluada por los efectos de la inflación, las exportaciones crecieron fundamentalmente por la incidencia positiva de los precios internacionales y no tanto por los volúmenes. ¿Qué pasa si este escenario cambia, como algún día ha de cambiar? Nada hay seguro y todo es posible. En todo caso, es bueno tener presente que nos ubicamos entre los países que contabilizan toneladas exportadas a precios en centavos por kilos, a diferencia de los que venden por kilo y cobran a cientos de dólares. Y también que Brasil, luego de revaluar su moneda en un 30% frente al dólar, tiene un mejor perfil en su comercio exterior al ir dejando atrás la estructura tradicional.

Parece que nos olvidamos que hay pocos antecedentes en el mundo de un ciclo positivo de tan largo alcance como el presente y con tanta sensibilidad en los mercados financieros caracterizados por un muy alto grado de liquidez, fuertemente influenciados por las variaciones de la tasa de interés que imponga la Reserva Federal de los Estados Unidos. En ese escenario, la debilidad actual del dólar, justificada por la actitud belicista del presidente George W. Bush, no puede mantenerse y está anticipando un fuerte ajuste en la economía americana para eliminar sus déficits gemelos. La vía para que ello ocurra será el ajuste alcista de la tasa de interés, la reducción del gasto público junto al aumento de los impuestos, lo cual casi con seguridad habrá de producirse cuando los demócratas lleguen a la Casa Blanca. Se repetirá en tal caso la experiencia vivida en la transición Reagan-Clinton. Que tal cosa ocurra no debe dejar de considerarse, aunque más no sea como ejercicio de anticipo de escenarios posibles por parte de nuestro gobierno.

El punto que quiero destacar, a la luz de las indicadores negativos que se advierten en la economía doméstica y a nuestra alta dependencia de factores externos, es que constituye un error político sostener la capacidad de acción gubernamental en el éxito económico, como insiste en hacer Kirchner, sin advertir que la desaceleración de la economía, que no debería confundirse con recesión, estará asociada con un alto costo político porque el Gobierno se verá dificultado de justificarla por no haberla anticipado y, por el contrario, procurará sostener el sistema que funciona, básicamente, como consecuencia de un alto nivel de consumo colectivo.

Ahora, bien si la propensión del Gobierno es enfatizar sólo en los aspectos económicos, estamos en problemas en la medida en que no existan otros aspectos de la sociedad a destacar. En todo caso, si los hay, la ciudadanía no les otorga la misma importancia que los vinculados a la economía y están eclipsados por la falta de seguridad, el deficiente cuadro educativo, el estado anárquico que debe enfrentar quien deba viajar como sea y, por último aunque no en importancia, a la ausencia de efecto derrame del crecimiento a la justicia distributiva.

Cuando las autoridades adviertan que, ante las insoslayables dificultades, deberán actuar, no con ajustes marginales sino impulsando los cambios demorados por el encandilamiento de lo que se ha considerado una gestión exitosa, habrá llegado el momento de reconocer la importancia de verdaderos apoyos políticos, tal como es propio de las democracias maduras asentadas en la vigencia de partidos políticos. No de los apoyos políticos circunstanciales e interesados, motivados por ventajas económicas –transferencias discrecionales del Tesoro- que actúan, entre nosotros, como sustituto de la falta de una Ley de Coparticipación Federal que ya desde 1994 debió haberse “aggiornado”. Me refiero a los verdaderos apoyos ideológicos que pongan de manifiesto que debajo del poder hay una amplia base de sustentación dispuesta a compartir la acción de gobernar y que incluyen la posibilidad de coaliciones partidarias.

Al respecto puede recordarse que, frente a una grave crisis en 1952 cuando gobernaba el presidente Juan Domingo Perón, su ministro de Economía instrumentó un plan económico ortodoxo para sortearla. En esas circunstancias, la necesidad se hizo virtud y Perón contó con el apoyo del Partido Justicialista y de organizaciones intermedias para superar las dificultades.

Sería aconsejable que Kirchner no se obnubile y considere que el país ha de enfrentar dificultades y, por lo tanto, no cierre en su discurso las posibilidades de cambios, toda vez que el pragmatismo debe ser un valor entendido cuando se debe gobernar. Nuevas realidades imponen nuevas directrices y no deben desecharse, cualesquiera ellas sean en el terreno de la ideología, porque el valor supremo a tutelar siempre debe ser el interés de la Nación y no el de cualquiera de sus parcialidades. Frente a las mismas, no se las debe disimular o ignorar creando expectativas difícilmente cumplibles o incluso apelando a anuncios que no formen parte de un marco general.

Se debe comprender que la difícil tarea a acometer, si las circunstancias lo exigen, debe comprender la reconstitución del entramado político que amplíe la base de sustentación del Gobierno, lo cual no es ninguna novedad, porque en la democracia representativa la economía no puede ser nunca sustituto eficiente de los partidos políticos. Esto habrá de verse con claridad si en las elecciones que anteceden a la del mes de octubre los resultados llegaren a ser adversos al presidente como podría acontecer en algunos distritos relevantes, tales como la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y la provincia de Santa Fe, entre los más importantes. La economía es una parte del todo, pero no es el todo y siempre está después de las definiciones y decisiones políticas.

Se debe, por todo lo expresado, enfatizar que gobernar es anticiparse y el grado de eficiencia en la acción es lo que define al verdadero estadista en ejercicio del poder a partir del convencimiento de que su lealtad primaria es para todos los argentinos.

¿Y qué podría pasar si la economía empieza a andar mal y se insiste en que la equivocada es la realidad y se niegan las evidencias, como ocurrió con el caso del INDEC? Muy simple: volver al infierno siempre recordado por nuestro presidente no sería una mera hipótesis y, por tanto, no puede rechazarse como posibilidad a la luz de la triste experiencia histórica argentina. Sería, en todo caso, una evidencia más de que la Argentina no está condenada al éxito.

ADENDUM: Algunos campos sobre los que no se pueden demorar decisiones

– Redefinir la Ley de Coparticipación Federal, para que aquello de “la Nación adopta un gobierno representativo, republicano y federal” no continúe siendo una muestra de cinismo político propio del unitarismo fiscal del gobierno central desde siempre. Hay, al respecto, un atraso de 13 años.

– Comenzar el estudio de la modificación de la estructura tributaria para dar cabida a la eliminación de los derechos a las exportaciones y los impuestos a las operaciones bancarias.

– Racionalizar el gasto público para maximizar su eficiencia y asegurar que el superávit presupuestario sea asignado a la compra de divisas, con el objetivo de reemplazar la intervención del Banco Central en el mercado cambiario mediante la creación de deuda onerosa.

– Terminar con la intervención directa en el sistema de precios y recomponer la estructura de los precios relativos.

– Fortalecer el andamiaje institucional y comenzar a dar por concluido el escenario simbiótico entre el gobierno y el Estado. Este último debe ser utilizado por el primero para instrumentar las políticas que trace, pero no para perseguir sus fines políticos como ha sido desde hace, por lo menos, ochenta años. © www.economiaparatodos.com.ar

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