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lunes 11 de octubre de 2010

La entronización del grotesco

La política se redujo a una suerte de competencia absurda donde gana quien dice o esboza la barbaridad más calamitosa.

En la Argentina de los últimos tiempos, hay profesiones ciertamente insalubres. Así como acunar la profesión docente se ha vuelto un “deporte” de alto riesgo por el ocaso de la autoridad, o lo que es peor aún por el trastrocamiento de la misma, y los desvirtuados y mal entendidos “derechos del niño” y “derechos humanos” que atañen a un reducido grupo social bendecido por la dupla presidencial, el análisis político se ha vaciado de contenido.

La carencia de políticas de Estado concretas y el nivel de la dirigencia nos deja librados a interpretaciones casi intuitivas en una tarea de Sísifo, buscando el nudo del ovillo como si fuéramos Ariadna en un laberinto donde el minotauro aguarda. Teseo, en este caso, ocuparía el rol de la razón, poco probable de hallar cuando no hay vestigios siquiera de algo razonable.

La política se redujo a una suerte de competencia absurda donde gana quien dice o esboza la barbaridad más calamitosa. No hay reglas ni límites: se puede atacar a las personas del mismo modo como se denuesta al sistema, a la democracia que ya es quimera, o a la mismísima investidura presidencial: binomio cuya definición nadie se atreve a dar. “El hábito no hace al monje” hasta que el monje se despoja no sólo de sus ropas sino, principalmente, de la dignidad. En este punto de no retorno, el respeto cae en saco roto, y la verborragia excede aquello que comúnmente podría considerarse un simple desliz o incluso una “pavada”…

El nivel de agresividad ha ido creciendo proporcionalmente a la destrucción de la institucionalidad y de la lógica. La gobernabilidad devino en eufemismo, y todo queda reducido a la entronización del grotesco como exaltación del ego.

“Si me excedo en lo que digo, seré reconocido”, parece ser la máxima del funcionario actual. Si encima el escenario elegido para el epíteto adquiere dimensión internacional, mayor puede resultar la onda expansiva, y el pedido o la orden de rectificar llega siempre tarde porque en el trayecto ha quedado una parva de heridos, empezando por la Argentina en su totalidad. Toda “fama” -posterior o no- queda ratificada en ese instante de desparpajo verbal. De ahí a la portada de los diarios el camino es el de un rayo. Y acá ya no se trata de distinguirse por la coherencia y la eficacia en la tarea, por el resultado logrado o por el bien realizado sino sobresalir al costo que sea.

Es mucho más fácil ser conocido por un romance inventado y bien promocionado o por un “exabrupto” paradójicamente perfectamente premeditado que acceder al conocimiento de las masas por la eficiencia en la gestión, o por la eficiencia en el papel encomendado.

En el tramo final de una era que pasará a la historia más como insólita y siniestra que como otra cosa, la competencia se ha tornado descarnada a niveles impensados. Hasta la mismísima Presidente ha tomado carrera y compite a través de toda herramienta que encuentra.

El afamado Twitter, que pudo haber sido un medio informativo rápido y preciso, se ha transformado en esta geografía en un manual de groserías y absurdos que se transmiten a todo el mundo. Porque, para la concepción presidencial, “mundo” se reduce a una breve comunidad de acomodados o privilegiados con acceso a esa red social. El resto que se “informe” a través de Jorge Rial o espere el turno del electrodoméstico que sin duda ha de llegarle para Navidad, del mismo modo como lo harán los “premios” o regalos que se vayan sumando hasta la magna fecha electoral.

La muñeca peronista, la pelota de Evita que llegaba a la villa a modo de caridad queda deslucida frente al desparpajo del clientelismo sin tapujos ni disimulo que prepara la obsecuencia oficial para apurar los calendarios con una mínima dosis de esperanza, aunque a esta altura sea inútil y vana.

Lo paradójico de este sistema publicitario, de esta metodología promocional de candidatos autoproclamados pasa por sacar lo peor de lo malo que ya hay. Así es como Hebe Bonafini se convierte en la vocero más representativa y espectacular que puede tener el kirchnerismo destronando a Luis D’Elía y a cualquier otro que, en algún momento, haya logrado ser exégeta del matrimonio presidencial.

De pronto, el jefe de Gabinete, Aníbal Fernández, termina convertido en un personaje ramplón frente a otros obsecuentes que hacen del cronómetro hacia el abandono del chofer o la salida del despacho cómodo, una obsesión tal que los lleva a esmerarse en demasía por ganarle la partida en la defensa de lo indefendible y en la procacidad.

En este trance de vulgaridades y atrofia de la racionalidad nos hallamos sumidos todos los argentinos a la espera de un sesgo de sentido común que nos otorgue un soplo de aire cristalino. Los tiempos se aceleran y el oxígeno, sin embargo, no parece estar muy cerca. El poder del hacer y deshacer del kirchnerismo mengua, en contrapartida, a pasos agigantados pero no así el poder de daño que hasta el último día, es preferible, admitir que sigue y seguirá intacto. Un manotazo de ahogado suele ser más fatal que quienes están rodeando que para el mismísimo náufrago.

Es cierto que a las palabras se las lleva el viento, pero esta visto que la “meteorología” está queriendo que un ciclón nos lleve puestos. © www.economiaparatodos.com.ar

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