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lunes 28 de junio de 2010

La fierecilla encumbrada

Cristina Fernández de Kirchner asiste a las cumbres internacionales para dar cátedra: incapaz de aprender o escuchar, se pone a enseñar y reta a todos desde el estrado.

“Terminen con la telenovela”, dice,
paradójicamente desde afuera, la protagonista.

Y sí, hay vida más allá del Mundial aunque estamos en los cuartos de final. Por esa razón los medios le han dado un breve espacio –es cierto que no es necesario extenderse demasiado– al viaje de Cristina Kirchner a Canadá. Una Cumbre más y van… Lo interesante es contemplar qué lectura puede hacerse que difiera de las anteriores epopeyas kirchneristas a los diversos puntos del planeta.

Que el acompañante sea Héctor Timerman y no Jorge Taiana no hace a la sustancia. Lo importante es observar lo inútil de la presencia de la jefa de Estado en todas las reuniones de líderes internacionales. No porque las mismas no puedan arrojar resultados oportunos para el desarrollo de las naciones sino por el papel que ha elegido jugar la Presidente, y que se torna evidente en sus alocuciones. Pretende insertarse en el mundo frenando importaciones y denostándolo.

La mandataria no asiste para intercambiar nada, menos todavía para aprender de experiencias foráneas. Todo lo contrario. Va contra la corriente. Asiste a dar cátedra. Oscar Wilde advertía ya sobre aquellos que son incapaces de aprender y se ponen a enseñar. Hoy esa sentencia cae a pie juntillas para ilustrar el escenario que toca evaluar.

En primer lugar, este viaje junto a la euforia del Mundial cooperan a quitar de la memoria colectiva lo sucedido exactamente un año atrás… ¿El 28 de Junio del 2009 no ha pasado nada acá?

Y vuelve a poner sobre el tapete aquel viejo interrogante: ¿Julio Cobos ha dejado de ser destituyente o nunca lo ha sido, y esa sentencia presidencial fue sólo un pretexto para no asistir a la reunión con el premier chino porque urgía hacerse de las reservas del Banco Central?

Las prioridades del gobierno dejan mucho que desear, máxime si tenemos en cuenta qué consume China, su densidad poblacional, y qué se produce bajo el nombre de “reina madre” en la Argentina. Pero la perdida de oportunidades, a esta altura, es una constante.

Lo cierto es que la Presidenta volvió a caer en aquello que Sartre denominaba “déconnade”: el cachondeo total. Utilizó artillería harto conocida como ser la benevolencia del Estado interventor, la crítica al “neoliberalismo”, a los organismos crediticios, etc. Pero no pudo escapar a una de las características intrínsecas del oficialismo: la contradicción permanente. Así, criticó y rechazó lo que ella misma apoyó, y ejecuta hoy al no combatir la inflación, es decir, el ajuste.

Los autodenominados progresistas suelen caer en la anatema de echar culpas afuera, no ver la paja en el ojo propio, y exigen cambios que ellos no realizan.

Se protesta en definitiva contra entelequias y siglas, eso explica que no haya faltado la crítica al FMI, a las calificadoras de riesgo, a los paraísos fiscales, y a los capitales especulativos. Lo concreto es que la identificación del culpable es neutra, no se lo puede nombrar, y por ende es casi imposible alejarse del mal. Todo discurso se agota en el descrédito y el enfrentamiento estéril, no propone salidas, soluciones ni alternativas.

Pareciera que el modelo kirchnerista consiste en oponerse al hemisferio norte y erigirse autoridad. La critica y la culpa ajena es una reacción casi refleja. Obsérvese que si acaso hay una diplomacia paralela es porque el Embajador que debía entablar los vínculos entre las partes no ha cumplido con su tarea. Nadie esgrime que de ser cierta esa premisa, la responsable primera es quién lo nombró para que ocupara ese rol.

Si en su momento Aníbal Ibarra fue acusado por la tragedia de Cromañón ha sido porque la responsabilidad política tiene existencia fáctica, empírica. Que, ahora, Eduardo Saodus sea acusado de no cumplir con sus obligaciones al frente de la embajada en Venezuela, no exculpa ni redime la creación de una entidad clandestina habilitada para llevar a cabo esa y otras tareas. Del mismo modo como el fallo de la Corte de la Haya o las reuniones con Pepe Mujica no exculpan a las autoridades argentinas de mantener y promover el corte de rutas, incumpliendo durante tres años con el artículo de la Constitución que garantiza la libre circulación.

Cuando no se soporta el pensamiento diferente, ni se admite el propio error, la oratoria contestataria, el dar cátedra y exponerse como ejemplo acarrea el “esnobismo de la indocilidad” como si éste conciliara gloria y sosiego. Así lo cree la Presidente como exponente de una casta de insurgentes que bajo la “estética de la sedición”, se expresan en nombre de los pobres y de los excluidos. El padecer una determinada enfermedad, para ellos, confiere el status de médico. Muchos de los mandatarios latinoamericanos confluyen en este comportamiento.

¿Cuál es el peligro? Como expone la ciencia política hay cuatro destinos para estos “rebeldes”: 1) terminar como dictadores o narcotraficantes 2) dejar de presentarse como perseguidos para actuar como déspotas, 3) morir con las botas puestas como mártires o 4) transformarse en comediantes de la indignación al frente de minorías que ejerzan presión.

Algunos de estos finales parece ser un traje a medida para la dirigencia argentina. Mientras tanto, se sucederán las cumbres, se pronunciarán idénticos monólogos, se despotricará hacia afuera para evitar cualquier condena, y se regresará con mirada altiba por un éxito que sólo miden por el silencio de aquellos que, por educación, escuchan y no critican.

Lo cierto es que tras estos encuentros nunca han llegado a la Argentina inversiones de envergadura, ni se ha solucionado ninguno de los problemas que aquejan al común de la ciudadanía.

Siguen matando gente a diario, la Justicia es una risa, no hay insumos en los nosocomios, la desnutrición infantil se cobra nuevas víctimas, la educación acepta rebeliones de alumnos que, en nombre de viejas felonías agreden y toman escuelas, y se terminan de abolir las jerarquías en lo que parece un plan sistemático de igualar hacia abajo.

El final no guarda sorpresa. Está cantado, y no por grupos destituyentes ni nada parecido sino por la doctrina misma de la política que ha demostrado de qué manera ciertas conductas no pueden escapar a sus consecuencias (aun cuando gane la Argentina). Basta recordar cómo un año atrás las urnas daban inexpugnable evidencia aunque el pueblo, todavía, espera… © www.economiaparatodos.com.ar

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