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jueves 9 de noviembre de 2006

La importancia de los valores vividos

De nada sirve intentar transmitir ciertos valores a las nuevas generaciones si no los trasladamos a nuestras propias actitudes: educar con el ejemplo no es una frase hecha, sino un imperativo.

Desde hace tiempo escucho que muchos problemas de la humanidad actual se deben a una crisis de valores.

No creo que los valores hayan cambiado mucho, al menos en el ámbito teórico. Quizá algunos hayan subido o bajado ligeramente en la escala de cada sociedad. Sin embargo, básicamente seguimos buscando para nuestros descendientes lo mismo que nuestros ancestros pretendían para nosotros. Lo que sí ha cambiado sobremanera es la forma de transmitirlos. Hay un viejo adagio educativo que reza: “Explicamos todo lo que sabemos, pero enseñamos lo que somos”.

Ésta es una de las causas que permite explicar por qué cada vez menos gente encarna (intenta vivir en su propia vida) los valores que la sociedad reclama.

La irrupción de los medios de comunicación masiva ha hecho que los agentes educadores (familia, sociedad e iglesia) dejaran de ser los únicos y comenzaran a competir con un educador que con mucha frecuencia enseña valores contrarios a los que la sociedad le propone, aunque explique los otros.

Creo que la teórica crisis de valores no pasa por el cambio de los mismos, sino por la falta de interés individual, familiar y social por mostrar a las generaciones jóvenes cómo se viven esos valores.

Nuestros padres y abuelos luchaban mucho más por ser un ejemplo práctico, tratando de ser coherentes entre lo que pensaban, decían y hacían.

En nuestra realidad actual, parece que hay una incoherencia absoluta entre lo que reclamamos y lo que hacemos. Me permito una serie de ejemplos.

Mientras todos afirman que la educación es lo más importante, corremos feriados de un sábado a un lunes por razones turísticas, o los docentes hacen paros para defender la educación, o los padres permiten que los chicos falten a la escuela por cualquier tontería.

Todos nos manifestamos en contra de la violencia, pero permitimos que los chicos contemplen en la caja boba miles de escenas de agresión.

Pretendemos que nuestros hijos no tengan adicciones. Sin embargo, en todas las celebraciones entre adultos tiene que haber alcohol, porque si no es aburrido.

Mientras les decimos a nuestros hijos que no deben mentir, les pedimos que contesten “decile que no estoy” ante un llamado telefónico inoportuno.

Pretendemos enseñarles que respeten la autoridad, al mismo tiempo que insultamos al referí de un partido de fútbol porque sancionó algo contrario a nuestro equipo.

Nos escandalizamos por la enorme cantidad de accidentes de tránsito, muchos de ellos fatales, aunque somos los primeros en no respetar las leyes viales.

Decimos sostener el valor de la puntualidad, pero sospechosamente les tenemos que explicar a nuestros hijos que si la invitación de casamiento dice 20.30 es porque comienza a las 21.00.

Quizá lo más importante que debemos realizar, si queremos revertir esta teórica crisis de valores, es tratar de ser cada uno un modelo de valores. Ya sé que cuesta. Es probable que el ser coherente sea la tarea más difícil de encarar.

Pero tengamos claro que la única (repito, la única) forma de educar en los valores es a través del ejemplo, ya sea individual, familiar o social. Esto exige un esfuerzo enorme que sólo puede hacer cada uno de nosotros. Si pretendemos que las generaciones venideras tengan los mismos valores que nosotros, no hay otra forma de conseguirlo que encarnando los valores que decimos tener. © www.economiaparatodos.com.ar

Federico Johansen es licenciado en Ciencias de la Educación (UBA) y miembro del equipo de profesionales de la Fundación Proyecto Padres.

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