¿La intolerancia como valor legítimo?
El gobierno parece seguir los pasos del autoritarismo de Oswald Spengler porque al igual de lo que éste sostiene en gran parte de su obra, en sus discursos está presente el concepto de una guerra que promueva la derrota de los disidentes respecto de sus políticas oficiales
Los paradigmas del filósofo alemán estuvieron basados en su tiempo en la conquista y superación del adversario a fin de dominarlo, haciéndolo víctima de una inocultable “sed de infinito”. Un sentimiento (digámoslo de paso), que contribuyó al extravío del nazismo en el siglo XX.
“Para Spengler”, dice Víctor Massuh, “el eje de la cultura occidental es el espíritu fáustico, y quien lo encarna en plenitud es el pueblo germano”. Es ésta una cultura que, en su concepto, aparece asumida por un protagonista (en nuestro caso ha resultado ser el kirchnerismo), presentado como la encarnación de dicha plenitud, tirando abajo cualquier concepto de convivencia política democrática y rescatando lo peor de nuestra historia: las “revoluciones” de los procesos militares.
Los Kirchner, curiosamente, usaron y abusaron del término “militancia”, como una manera de presentar su movimiento como protagonista único y excluyente de la política.
Como ellos, también Spengler se refería con desdén a los Estados Unidos, planteando la misma crítica implacable contra una sociedad que vive hoy -en su concepto-, una decadencia muy alejada de la nación que concibieron en su momento los “padres de la patria”, que les impide consolidar un proyecto común (¿), mientras persiguen la supuesta “colonización” de ciertos países periféricos en su propio beneficio individualista.
El kirchnerismo dirige así su crítica a toda sociedad compuesta por individuos que, como en la estadounidense, aspiren a que se los deje libres de desarrollar sus propias iniciativas. Al hacerlo, –sugieren enérgicamente-, desaparece todo interés por el destino colectivo, por lo que el remedio es la monopolización del Estado (a quien ellos personifican en forma excluyente), que resulta ser así como un Gran Hermano vigilante que lo convierte en protagonista del bien común de manera unívoca e inapelable.
Para afirmar sus propósitos, han tratado de explotar el sentimiento de culpa de una sociedad que, en su concepto, equivocó los objetivos sociales y quiso manejarse caprichosamente de acuerdo con un cierto relativismo que ahondó la magnitud de sus errores (¿).
Una inyección “freudiana”, que hizo impacto en la supuesta “culpa” que debíamos sentir por la exacerbación de nuestro nocivo “individualismo” neoliberal (¿).
Resulta increíble que personas con cultura tan elemental como Néstor y Cristina, hayan tenido la habilidad de envolvernos durante estos años en un marcado cierre de fronteras políticas y mentales, haciendo desaparecer como por arte de magia cualquier espíritu de apertura, inyectándonos una pérdida del sentido de la diferencia entre el bien y el mal, en tanto osáramos contradecir el interés de una supuesta minoría “bienpensante” (ellos).
Hoy ha quedado en evidencia que ninguno de los vaticinios de la épica kirchnerista se cumplió. Nos redujeron a escombros en diez años, e intentan ahora culparnos de las grandes “realizaciones” que imaginaron imprescindibles para que la sociedad se “redimiera” de los errores cometidos, que resultaron ser finalmente una impúdica exhibición de falsedades.
Hoy ha quedado al descubierto que este discurso grandioso y “atemporal”, les sirvió para robar y enriquecerse, estableciendo el terreno de una cultura “deificada” en su modo de concebirla: todo para el amigo y castigo al disidente.
En momentos en que deben dar pasos fundamentales para recomponer la economía nacional que se encargaron de destrozar prolijamente, se muestran intolerantes hasta con nuestra propia perplejidad.
¡Cómo es posible –nos dicen-, que no valoremos los esfuerzos que han hecho para corregir el fracaso de una sociedad “neoliberal”, egoísta y declinante! (¿)
Parece mentira que una gran mayoría de gente haya comprado este discurso absurdo hasta haber llegado a decir hoy de viva voz ante la puja con nuestros acreedores: “los buitres o nosotros”, “no pasarán” y otras lindezas por el estilo.
Nos espanta pensar en los esfuerzos que deberán hacerse cuando Cristina deje su mandato, para “reparar” una cultura nacional destrozada con heridas y vacíos que habrá que rellenar otra vez con los valores tradicionales de los principios que fundamentan a una república auténticamente democrática.