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lunes 11 de febrero de 2013

La irracionalidad racional del Kirchnerismo

Cuando en un futuro no muy lejano se intente explicar, y posiblemente se escriban libros y tesis, sobre el Kirchnerismo, varias explicaciones van a ser necesarias para asomar un entendimiento de este movimiento

Cuando en un futuro no muy lejano se intente explicar, y posiblemente se escriban libros y tesis, sobre el Kirchnerismo, varias explicaciones van a ser necesarias para asomar un entendimiento de este movimiento. Por ejemplo, para explicar el comportamiento de los funcionarios públicos más importantes se podrá recurrir a las explicaciones de captura de poder y renta tan común en la literatura del Public Choice y en los trabajos de economistas como James M. Buchanan, Anne Krueger, Gordon Tullock, George Stigler y Mancus Olson, por nombrar a algunos de los más reconocidos. ¿Pero cómo explicar el Kirchnerimos ampliado, es decir, el que sigue al modelo Nac & Pop si no es parte de la captura de rentas y poder? Si bien se pueden extender algunas de estas explicaciones al seguidor del modelo, lo que los economistas llaman irracionalidad racional va a ser necesario para explicar como medidas como el cepo cambiario, expropiaciones inconstitucionales, el cierre a las importaciones, el control de precios y hacer la vista gorda a los problemas del Indec fueron no sólo posibles sino aceptadas por una parte no despreciable de la población.

Es cierto que algunos sectores particulares se benefician con algunas de las medidas K. Por ejemplo, el cierre a las importaciones implica grandes ventajas para el productor local que no puede, o no quiere, competir con productores externos al recibir un mercado cautivo. Claramente es más fácil vender a consumidores que no pueden acceder al mercado externo que de hecho tener que ganarse la aprobación del cliente. El genuino empresario es reemplazado por el pseudo empresario que en lugar de innovar y ganar el favor del consumidor prefiere ganar el favor del político de turno. Pero estos grandes beneficios concentrados en pocos actores se distribuyen a los largo de toda la economía. Si se cobra un impuesto por mes de un peso per cápita, y se otorga lo recaudado como subsidio a un puñado de empresas, los benefactores tienen grandes incentivos para hacer lobby para que se apruebe este “subsidio en favor de la industria nacional,” pero para los contribuyentes es muy costoso hacer lobby o protestar y dejar de pagar el impuesto de un peso por mes. Si bien este fenómeno puede explicar el comportamiento de los beneficiados, no explica por qué el damnificado va a estar a favor de dicha medida. ¿Cómo se explica el apoyo a un relato tan contrario la realidad cotidiana por quien no se ve beneficiado?

En 2007 Bryan Caplan (George Mason University) publica un libro titulado El Mito del Votante Racional (The Myth of the Rational Voter) que se ha vuelto casi un clásico contemporáneo. La idea de Caplan es bastante sencilla, extiende el argumento capturado por el dicho de que con amigos y familia no se puede hablar de política ni religión al ámbito electoral y económico. El votante irracional, dice Caplan, es aquel que vota una medida que va en contra de los objetivos buscados. Uno de los ejemplos más claros es el de los salarios mínimos. No hay desacuerdo entre los economistas que una ley de salario mínimo (por encima del salario de mercado) produce desempleo. A lo sumo, la discusión será normativa, si se prefiere más empleo a salarios de mercado o mayor desempleo pero salarios mayores a los de mercado para los que se mantienen empleados (es decir, subsidiar a los empleados a costa de los compañeros desempleados). No faltan, sin embargo, movimientos que apoyen leyes de salario mínimo con el argumento de que se mejora el ingreso de todos los trabajadores. Otro caso no menor es el de derechos de propiedad. Si es claro y hay un consenso que para mejorar el bienestar y desarrollo de una nación es un requisito ineludible un sistema eficaz a la hora de proteger los derechos de propiedad y libertades individuales, ¿cómo se explica la aprobación a un proyecto político que hace exactamente lo contrario? Seguramente se podrá sostener que algún votante marginal realmente cree que la propiedad privada es un sistema de retroceso económico y social, pero este votante marginal no representa al votante medio que vota un sistema pero en su vida cotidiana actúa de manera opuesta a lo que vota. Los integrantes de La Cámpora y defensores del modelo K, ¿están dispuestos a vender sus ahorros en dólares al tipo de cambio oficial o prefieren guardárselos u operar en otros mercados? No seguirl as pautas del modelo que se defiende no es el comportamiento más honesto para respaldar lo “Nac & Pop.” 

El problema, dice Caplan, no es que el votante medio sea irracional, sino que el votante medio recibe utilidad o gratificación personal y psicológica por creer en ciertas ideas independientemente de que sean ciertas o no. La irracionalidad en Caplan es tomar una media que no conduce a los fines esperados. Pero este comportamiento es racional si uno paga con los costos asociados a medidas ineficiente recibir la gratificación de defender medidas políticamente correctas. Es políticamente correcto sostener, defender y creer que es necesario pesificar la economía, por más que los argumentos esgrimidos sean más débiles que un castillo de naipes, y el votante «irracional» de hecho prefiere pagar los costos de dicha medida pero ser un defensor de la misma. Es políticamente correcto sostener, defender y creer que la inflación es culpa de los empresarios, por más que dicha afirmación implique un aplazo en cualquier curso introductorio a la economía en cualquier universidad del planeta. Más vale demostrar extremo desconocimiento económico que ser percibido como alguien que encuentra en el Banco Central y el Gobierno el origen de la inflación Argentina.

Es por este motivo que el diálogo racional se vuelve imposible. Y es por esta razón que cuanto más alejado de la realidad y más evidentes son las fallas del relato más radicalizado se vuelve el defensor de lo indefendible. La descalificación y el amedrentamiento se vuelven las herramientas predilectas de quien no está dispuesto a una discusión racional y se niega a dejar de lado supersticiones económicas. El punto no es la certeza de que una medida dada produce los efectos esperados, sino la utilidad o el goce de creer y defender ciertas ideas por más ridículas que estas sean. 

 En términos de Caplan, el problema actual, y a futuro, de la Argentina no son las figuras más importantes del gobierno actual, sino la masa de votantes con irracionalidad racional que están dispuestos a sostener medidas cuyos costos hoy son inocultables porque se valora la ideología o discurso político por encima de crecimiento y desarrollo del país. El modelo K, como cualquier otro, no es posible sin el apoyo explícito o tácito del votante medio. Sería un error creer que esta extensión de Caplan empieza y termina en el Kirchnerismo, que no es otra cosa que un caso más exagerado de lo que ha pasado con gobiernos anteriores. Mientras ciertas creencias sea más importante que el futuro del país y de uno mismo, difícilmente la Argentina vuelva a encontrar el rumo que la supo poner entre las naciones más importantes del mundo hace sólo 100 años atrás.

Nicolás Cachanosky (Suffolk University)