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lunes 21 de junio de 2010

La judicialización de la política: todos somos víctimas

El crecimiento del Derecho como modo de regulación de conflictos se inscribe en el marco de una crisis visceral de la política y el debilitamiento de los aparatos mediadores tradicionales.

“Sufro: indudablemente alguien tiene que ser el causante.
Así razonan las ovejas enfermizas.”
Friedrich Nietzsche en Genealogía de la Moral, tercera disertación

A rendirse ante las evidencias: a quienes creían que el Mundial de Fútbol podía tapar los baches de la política, o mejor dicho de la falta de políticas, los acontecimientos que se viven en estos días les demuestran que tapar el sol con la mano es siempre una utopía. Las internas en el seno mismo del kirchnerismo no cesan, la renuncia de Jorge Taiana es apenas un dato más que no debería generar tanta sorpresa. Hay mucho de hipocresía en ese asombro repentino que demuestran dirigentes opositores, y hasta funcionarios allegados al Ejecutivo. Los Kirchner proclaman aquello que, en apariencia, desdeñan y en ese contexto la “obediencia debida” es la infranqueable ley que prima. Un traspié del ahora ex canciller no implica un “arrepentimiento” a cinco años de hacer o deshacer aquello que le fue ordenado “desde arriba”.

Es fácil abandonar el barco cuando no se puede ocultar más el naufragio. Triste sería, de ahora en más, ver a Taiana convertido en autoridad para dar cátedra sobre aquello que ha hecho y hace mal el oficialismo. Pero lo más probable, analizando el cómo y el modo en que operan ciertos medios, es que el ex ministro de Relaciones Exteriores entre en el equipo de los nuevos comentaristas que hacen leña del árbol que va cayendo. No será dificil hallarlo incluso como columnista, y hasta ser tratado de héroe no tanto por disentir con la Presidente sino quizás por hallar otra senda más productiva en lo sucesivo.

A esta altura de las circunstancias estos movimientos en el libro de pases deberían causar gracia más que falsas expectativas. Pretender cambios en una política exterior que nunca existió es de una ingenuidad supina. Descubrir ahora que las relaciones internacionales se limitan a negociados poco claros con interferencia del Ministerio de Planificación, y que la diplomacia le dejó su espacio al desplante y a la grosería habla de una ceguera peligrosa o más bien de una conducta en exceso cínica.

Por todo lo dicho, la renuncia se agota en estas líneas. No merece demasiado análisis teniendo en cuenta el cuándo se produce la sangría. ¿Cómo es posible que haya quienes, ajenos al entorno oficial, advirtieran desde el primer día el afán hegemónico y dictatorial que perseguía el matrimonio presidencial y aquellos que eran parte de la partida desconocieran la metodología? Si hay algo que no tiene cabida en política es la inocencia y la ingenuidad aunque a veces haya actores con cierta pericia para fingirlas.

Mientras estos movimientos se suceden, se libera finalmente (poor unos días) el corte del puente que une a Uruguay con la Argentina. ¿Se apeló al artículo preclaro de la Constitución que garantiza la libre circulación? No, se apeló como es el modus operandi de la actual administración, a la extorsión. Esa es la verdadera traducción de aquello que finamente se da en llamar, hoy en día, la “judicialización de la política”.

¿Qué esconde esta aparentemente nueva faceta? Primero y principal, la muerte de la doctrinas revolucionarias que, consecuentemente, hacen florecer la victimización como alternativa. Así, los llamados asambleistas se presentaron como víctimas. Por otra parte, la ausencia de autoridad en aquel poder que, paradójicamente, se erige como el más fuerte y audaz (el Ejecutivo) deja que aflore en el escenario el culto a lo judicial.

El crecimiento potencial del derecho como modo de regulación de conflictos se inscribe en el marco de una crisis visceral de la política, y el debilitamiento de los aparatos mediadores tradicionales como ser los partidos políticos o incluso el sindicalismo. Como expone el analista Robert Reich, si tanta gente se siente estafada y discriminada, es porque los amortiguadores y arbitrajes clásicos se han difuminado. Cada uno queda aislado frente a la derrota de ese “Estado providencia” que supuestamente era reductor de incertidumbres y problemas.

En ese plano surge también, con fuerza inusitada, el discurso victimista como el que esgrimen los asambleístas dando preeminencia a la figura del abogado que muchas veces incita a multiplicar los derechos subjetivos en detrimento del bien común. Es menester evitar que esta corriente para “solucionar” conflictos se propague porque la consecuencia es convertir a la “victimología” en plaga nacional. De ese modo cualquiera tiene derecho a cortar calles, usurpar edificios públicos, y priorizar su problema individual en detrimento de los demás. Siempre surgen circunstancias atenuantes: veamos, sin ir más lejos, el caso de General Villegas donde la menor abusada y filmada por mayores de edad termina presentada como la victimaria por haber incitado al mal.

Hay que tener cuidado con las llamadas “circunstancias atenuantes” porque pueden convertirse en circunstancias exculpatorias y hasta redentoras dejando que las minorías se adjudiquen derechos por el sólo hecho de sentirse diferentes. La pregunta del millón: ¿Cómo evitar que esto suceda? Unicamente custodiando la independencia de poderes, y no dejando que el Estado maneje a su antojo y provecho el aparato jurídico sino, por el contrario logrando que éste obre como contralor y limitador de los excesos de los gobiernos que apañan ciertas manifestaciones hasta que éstas se convierten en un boomerang.

El problema también se centra en que el Estado rechaza cada vez más la culpa imponiendo modelos de indiscutida irresponsabilidad. Pascal Bruckner se pregunta y con razón: “¿Cómo aceptar el castigo o la sanción cuando ya nadie tiene sensación de infracción, y por qué practicar una virtud que todos ridiculizan?” La estrategia es hacer recaer la culpa sobre los demás, y en ese sentido es imposible discutir la habilidad que tiene el kirchnerismo.

De la noche a la mañana, apareció en escena como ajeno al conflicto que desató la pastera y se distanció del problema endilgando al Poder Judicial la solución al mismo. “Yo no fui” es el slogan que de ahora en más utilizará con más ahínco el oficialismo aún cuando para ser creíble deba entregar a sus delfines más sensibles.

De lo que se trata, en definitiva, es de imponer el llamado por tantos filósofos: “estatuto del oprimido”, y en ese contexto aparecer como víctima de corrientes insurrectas que sólo pueden ser detenidas por la justicia aún cuando ésta se halle bajo sospecha por su alto grado de dependencia.

Cabe esperar, con escasa esperanza, que una renuncia tardía no convierta en héroe a quién fue cómplice de la desidia en materia de relaciones externas, y que un paso logrado como lo es la liberación del tránsito en los puentes que unen al Uruguay con la Argentina sea visto como solución de una autoridad que ha sido justamente quién propulsó durante más de tres años aquella medida. © www.economiaparatodos.com.ar

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