La mediocridad de un kirchnerismo que marcha a “volantazos”
Friedrich Nietzsche sostenía que hay espíritus mediocres que son especialmente hábiles para detectar algunos hechos vulgares, coleccionándolos y reduciéndolos a fórmulas que representen supuestos valores nuevos, causando de tal manera una depresión global de su significado.
De la misma manera, jamás meditan sobre los secretos interiores de su espíritu y las innumerables acechanzas de la naturaleza de las cosas que se les ponen por delante, adquiriendo la funesta inclinación a huir de sí mismos, sin distinguir que esto les impide reconocer las pasiones desatadas en su interior.
El hombre mediocre no reflexiona: actúa por impulso y sin dedicarse a averiguar dónde nacen éstos, dirige sus discursos según la inclinación de sus deseos interiores, convirtiéndolos en un mero instrumento de sus pasiones personales.
Ahora que se derrumba el pedestal adonde quiso situarse el kirchnerismo se advierte la oscuridad de sus ideas, que les impidió expresarse con claridad, distinción y exactitud, ya que sus miembros solo se reconocieron a sí mismos de manera inexacta, confusa y oscura.
No hay otro modo de entender este largo proceso de decadencia que hemos vivido en los últimos diez años, donde presenciamos el montaje de una hipocresía llevada a su máximo nivel de expresión, por la ausencia total de valores intelectuales y morales.
La cólera y el resentimiento (de raíces psicológicas), que caracterizó siempre a Néstor y Cristina Kirchner, se transmitió rápidamente a muchos adeptos al “relato” y fueron recogidos en ambientes donde moraban individuos convencidos de que habían sido castigados injustamente por sus ideas: los extremistas violentos de los años 70.
De alguna manera, se dio en nuestra sociedad un “revival” del síndrome de Estocolmo, ocurrido entre una sociedad “culposa” que no pudo asimilar las verdades más profundas de su historia y un “castigador” implacable de su conciencia, el gobierno, que encontró un placer feroz en clavar un puñal vengador en las entrañas de la “víctima”, excitando un sentimiento de supuesta reparación.
Desafortunadamente, la mediocridad conceptual de los K ha sido de tal magnitud que solo acertaron a establecer los principios de una lucha entre “enemigos”, sin haber apostado en ningún momento a desarrollar un estímulo que le permitiera a la sociedad superar sus errores.
La simplicidad de su mundo interior resulta, aún hoy, moralmente ofensiva, y “rara vez se escuchan de ellos reflexiones sobre sus responsabilidades, que cubren con un abyecto cinismo, sin que se perciba un solo atisbo de un drama de conciencia”, como dijo alguna vez Enrique Krause al describir el castrismo venezolano al que adscriben los K sin pudor alguno.
Para el kirchnerismo, todos aquellos que no comulgábamos con sus ideas, debíamos, ante todo, pagar por nuestros pecados (entre los cuales el peor era nuestra falta de fe en su gobierno), siendo ellos los designados para castigarnos y restituir el mundo de los valores perdidos, de la manera que se les ocurriese.
En el camino, fueron “ajusticiados” culturalmente hasta los organismos internacionales de crédito, por ser los supuestos causantes de nuestra debacle para convertirnos en vasallos del poder económico “apátrida”
(sic).
Pretendieron así elevar hasta el heroísmo esta justa, desconociendo, ciega y sordamente, los índices de una realidad que fueron incapaces de “digerir” por considerarse a sí mismos como único “manantial válido para la resurrección social”.
En medio del torbellino producto de su ignorancia, se encontraron finalmente frente a un “dead end” donde ahora están, sin atinar a la mejor manera de “dar la vuelta” y retornar al principio del camino por donde llegaron.
Si imaginárarnos a Cristina, Kiciloff, Capitanich, Zanini, Máximo, De Vido, Timerman, Alak, Scioli etc, alrededor de una mesa resolviendo los problemas acuciantes que debemos enfrentar, ¿sería posible creer que tendrían la capacidad necesaria para sacarnos de la ciénaga en la que nos sumergieron por su impericia?
Lo que se percibe frente al derrumbe es que han decidido “pegar un volantazo” y poner el vehículo en el que se transportaban, hacia la “derecha”. Que es tan falsa y mediocre como la “izquierda” con la que coquetearon innoblemente estos años.
Boudou es hoy la cara tragicómica de una secta de poseídos de la verdad absoluta. Parecería que la sociedad ha comenzado finalmente a condenarlos.
carlosberro24@gmail.com