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jueves 23 de septiembre de 2004

“La mentalidad anticapitalista”, de Ludwig von Mises

En este libro, Mises realiza un análisis de los motivos que llevan a muchas personas a despreciar, rechazar y, muchas veces, hasta odiar al sistema capitalista.

Según Ludwig von Mises, aun cuando el capitalismo mejora en forma continua el bienestar de todos los habitantes de la sociedad, hay personas que dentro del sistema tienen más éxito que otros, produciéndose en ellas una sensación de frustración que las lleva a ponerse en contra del sistema. Parecería que donde se dan con más frecuencia estos casos es dentro de los intelectuales, que, sintiéndose superiores a sus congéneres pero al mismo tiempo frustrados por no ocupar posiciones de “poder” dentro de la sociedad, se creen en condiciones de dirigir o planificar la sociedad tal cual ellos piensan que debe existir.

En este brillante libro (editado por Fundación Bolsa de Comercio de Buenos aires, en 1979), Mises va exponiendo los motivos y errores de esta mentalidad anticapitalista.

Reproducimos a continuación algunos fragmentos:

La soberanía del consumidor

“La economía basada en el lucro hace prosperar a quienes supieron satisfacer las necesidades de las gentes de la manera mejor y más barata. Sólo complaciendo a los consumidores es posible enriquecerse. Los capitalistas pierden su dinero en cuanto dejan de invertirlo en aquellas empresas que mejor atienden la demanda del público. En un plebiscito donde cada céntimo confiere derecho a votar, los consumidores a diario deciden quiénes deben poseer y dirigir las factorías, los comercios y las explotaciones agrícolas. El controlo de los factores de producción constituye una función social sujeta a confirmación o revocación por los consumidores soberanos.” (página 68)

“Es costumbre muy corriente asimilar los empresarios y capitalistas a los nobles de la sociedad feudal. La comparación se basa en la riqueza de ambos frente a la penuria en que viven sus semejantes. Sin embargo, al establecer este paralelo se pasa por alto la diferencia fundamental que existe entre la riqueza de una aristocracia de tipo feudal y la riqueza “burguesa” o capitalista.

“La riqueza de un aristócrata no es un fenómeno del mercado: no deriva del hecho de haber suministrado bienes a los consumidores, quienes no pueden anularla ni siquiera modificarla en lo más mínimo. Procede del botín o de la liberalidad de un conquistador. Desaparece por la revocación del donante o porque se la apropie otro conquistador; o puede ser disipada por un pródigo. El señor feudal no se halla al servicio de los consumidores y es inmune al descontento del pueblo llano.

“Empresarios y capitalistas deben sus riquezas a la clientela que patrocinó sus negocios. Fatalmente se empobrece en cuanto nuevos concurrentes les suplantan sirviendo de modo mejor y menos caro al mercado del consumidor.” (páginas 71-72)

Ahorro y capital como base de la prosperidad

“Tan sólo el ahorro, la acumulación de nuevos capitales, ha permitido sustituir, paulatinamente, la penosa búsqueda de alimentos a que se hallaba obligado el primitivo hombre de las cavernas por los modernos métodos de producción. Tan trascendental mutación fue posible gracias al triunfo de aquellas ideas que sobre la base de la prosperidad privada de los medios de producción proporcionaron garantía y seguridad a la acumulación de capitales. Todo avance por el camino de la prosperidad es fruto del ahorro. Los más ingeniosos inventos serían prácticamente inútiles si los factores de capital precisos para su explotación no hubieran sido previamente acumulados mediante el ahorro.

“Los empresarios invierten el capital, ahorrado por terceros, con miras a satisfacer del modo mejor las más urgentes y todavía no satisfechas necesidades de los consumidores. Al lado de técnicos dedicados a perfeccionar métodos de producción, desempeñan, después de quienes supieron ahorrar, un papel decisivo en el progreso económico. El resto de los hombres no hace más que beneficiarse de la actuación de estos tres tipos de adelantadcos. Cualquiera que sea la actividad de aquellos seres corrientes no pasan de ser simples beneficiarios de una mejora a la que nada contribuyeron.

“La nota característico de la economía de mercado es beneficiar a la inmensa mayoría, integrada por los hombres comunes, con una participación máxima en las mejoras derivadas del actuar en las tres clases rectoras integradas por los que ahorran, quienes invierten y aquellos que elaboran métodos nuevos para la mejor utilización del capital. El incremento de su volumen per cápita, por una parte, eleva la utilidad marginal del trabajo y, por otra, abarata las mercancías. El mecanismo del mercado permite al hombre común disfrutar de ajenas realizaciones y obliga a las tres clases activas de la sociedad a servir a la inerte mayoría de la mejor manera posible.”

La popularidad del socialismo

“… la gente no apoya al socialismo porque sepa que ha de mejorar su condición, ni rechaza el capitalismo porque sepa que es un sistema que le perjudica. Se convierten al socialismo porque creen que mejora su suerte, y odian al capitalismo porque creen que les perjudica; son socialistas porque les ciega la envidia y la ignorancia. Se niegan tercamente a estudiar la ciencia económica y prescinden de la razonada impugnación que los economistas hacen del sistema socialista, por cuanto estiman que, tratándose de una ciencia abstracta, la economía carece de sentido. Pretenden fiarse sólo de la experiencia. Pero, sin embargo, se resisten obstinadamente a aceptar un hecho innegable que la experiencia registra, cual es la incomparable superioridad del nivel de vida en la América capitalista comparado con el paraíso soviético.

“Con respecto a los países económicamente atrasados, la gente incurre en idénticos errores. Cree que estos pueblos deben simpatizar “naturalmente” con el comunismo porque hállanse sumidos en la miseria. Nadie duda de que las naciones pobres desean acabar con su penuria; por tanto, deberían adoptar el sistema de organización social que mejor conduce a tal objetivo: el capitalismo. No obstante, desorientados por falaces ideas anticapitalistas miran con buenos ojos al comunismo. Es paradójico en verdad que los gobernantes de los pueblos orientales, pese a envidiar la prosperidad occidental, rechacen el sistema que enriqueció al Occidente, cayendo bajo el hechizo del comunismo soviético causante de la pobreza de los rusos y sus satélites. Y todavía es más paradójico que los norteamericanos que se benefician con los frutos de la gran industria capitalista exalten el sistema soviético y consideren muy “natural” que las naciones pobres de Asia y África prefieran el comunismo al capitalismo.

“Cabe discutir si es o no conveniente que todo el mundo estudie economía en serio. Ahora bien, existe un hecho cierto: quien hable o escriba para el público acerca de la pugna entre capitalismo y socialismo, sin conocer a fondo las verdades descubiertas por la ciencia económica sobre estas materias, es un charlatán irresponsable.” (páginas 113-114)

La libertad de prensa

“La libertad de prensa constituye una de las principales notas distintivas de las naciones libres. Fue tema fundamental del programa político del viejo liberalismo clásico. Nadie ha conseguido nunca una objeción sólida al razonamiento de los dos libros clásicos, Aeropagítica, de John Milton (1644), y On Liberty, de John Stuart Mill (1859). La impresión sin licencia previa es presupuesto básico de la libertad de expresión.

“Sólo puede existir prensa libre allí donde los medios de producción quedan en manos de los particulares. En una comunidad socialista, donde el papel, las imprentas, etcétera, son propiedad del gobierno, no cabe hablar de prensa libre. Únicamente el gobierno decide quién ha de tener tiempo y oportunidad para escribir y qué se hace de imprimir y publicar. Comparada con la Rusia soviética, incluso la Rusia zarista nos parece ahora un país de prensa libre. Cuando los nazis realizaron sus famosas quemas públicas de libros, no hacían sino seguir las indicaciones de los grandes autores socialistas: Cabet.

“Como quiera que todos los países avanzan hacia el socialismo, la libertad de prensa poco a poco se desvanece. Cada día resulta más difícil publicar un libro o un artículo cuyo contenido no moleste al gobierno o a los grupos más influyentes. Todavía no se “liquida” al disidente como en Rusia, ni se queman sus libros por orden de la Inquisición. Y tampoco se ha vuelto al antiguo sistema de la censura. Los partidos, que se califican a sí mismos de progresistas, disponen de armas más eficaces. Su decisivo instrumento de opresión consiste en boicotear a escritores, editores, libreros, impresores, anunciantes y lectores.

“Todo el mundo es libre para abstenerse de leer los libros, revistas y periódicos que no le gusten e incluso para recomendar a terceros que los rechacen. Pero es muy distinto que unos amenacen a otros con graves represalias si no se dejan de favorecer a ciertas publicaciones y a sus editores. En muchos países, los diarios y revistas se asustan ante la perspectiva de un boicot por parte de los sindicatos obreros. Rehúyen toda la discusión sobre el tema y se someten vergonzosamente a los dictados de los capitostes sindicalistas.” (páginas 122-124)

El dirigismo

“Los conceptos “dirigismo” y “paternalismo” empleados por gobernantes, políticos, economistas y el común de la gente no significan en definitiva otra cosa distinta al objetivo final del comunismo y socialismo. La planificación implica que los planes estatales deben reemplazar a los planes privados. Equivale a anular la capacidad de los empresarios y capitalistas para emplear sus bienes en la forma que estimen más acertada, obligándolos a atenerse a las directrices emanadas de la oficina o junta central planificadora. Lo que equivale a transferir al Estado la función directiva de empresarios y capitalistas.

“En su consecuencia supone grave error pensar que el socialismo, el dirigismo o el estado-providencia brindan soluciones par ala organización económica de la sociedad diferentes al comunismo, en razón de ser “menos absolutos” y “menos radicales”. Tampoco cabe reputarles antídotos del comunismo como muchos pretenden. La moderación del socialista estriba tan sólo en que no se hace entrega de los documentos secretos de su país a los agentes de Rusia ni maquina la muerte de los burgueses anticomunistas. Esta diferencia, desde luego, tiene trascendencia. Ahora bien, no afecta para nada a los objetivos finales de aquella política.” (página 131)

“Los detractores del capitalismo esgrimen dos argumentos. En primer lugar, aseguran que el poseer automóvil, un aparato de televisión o una nevera eléctrica no proporciona la felicidad. En segundo lugar, añaden que hay todavía gente que no posee ninguna de dichas comodidades. Ambas observaciones son exactas. Sin embargo, no suponen acusación alguna contra el sistema capitalista de cooperación social.

“La gente no se afana y trabaja en busca de la felicidad absoluta, sino para suprimir en lo posible cualquier incomodidad, logrando así ser más feliz de lo que antes era. Quien adquiere un aparato de televisión demuestra con ello que en su opinión dicho mecanismo incrementará su bienestar y le hará más feliz. En otro caso no lo habría comprado. La función del médico no consiste en proporcionar la felicidad del paciente, sino en aliviar su dolor mejorando su estado con miras a la consecución del objetivo principal de todo ser vivo: la lucha contra las realidades nocivas a su vida y su bienestar.

“Tal vez haya budistas mendicantes que, pese a vivir de limosnas, sumidos en la suciedad y la miseria, se sientan perfectamente felices sin envidiar a ningún nabab. Ahora bien, es un hecho que, para la inmensa mayoría, tal género de vida resultaría insoportable. La mayor parte de los hombres sienten un impulso innato por mejorar sus condiciones naturales de vida. ¿Quién pretendería poner un mendigo oriental de ejemplo a cualquier americano medio? El descenso de la mortalidad infantil constituye uno de los triunfos más conspicuos del capitalismo. ¿Quién negará que este fenómeno ha suprimido al menos una de las causas de la infelicidad de mucha gente?

“No es menos absurdo el otro reproche que se hace el capitalismo, a saber: que los progresos de la medicina y la técnica no alcanzan a todos. Los cambios en las condiciones humanas se deben a la labor precursora de los más inteligentes y enérgicos. Rompen la marcha y el resto de la humanidad los sigue poco a poco. Lo nuevo constituye al principio lujo disfrutado por unos pocos, poniéndose gradualmente al alcanza de la mayoría. No arguyen en contra de los zapatos o los tenedores el hecho de que su uso se extendiera lentamente y que aún hoy en día haya millones que nos los disfrutan. Los refinados caballeros y damas que adoptaron el uso del jabón abrieron el camino para la producción del mismo en gran escala con destino a la masa. Si quienes pudiendo hacerlo se abstuvieran de adquirir un aparato de televisión en razón de que hay personas a las cuales la compra resulta prohibitiva, no con ello facilitarían la generalización de su disfrute, sino todo lo contrario.” (páginas 141-143)

¿Por qué hay países pobres?

“Pero la verdad es que ese capitalismo de laissez faire es el que enriqueció a los países occidentales mediante la creación de capital posteriormente invertido en máquinas y herramientas. No es imputable al capitalismo que los asiáticos y africanos no adoptaran las filosofías y sistemas que hubieran dado lugar a la aparición de un capitalismo autóctono. Tampoco tiene culpa de que la política seguida por aquellos pueblos condenara al fracaso todo intento de inversiones extranjeras para proporcionarles “en mayor grado los beneficios derivados del maquinismo”. Nadie pone en duda que la causa de la miseria de cientos de millones de seres en Asia y África consiste en su apego a los métodos primitivos de producción, lo cual les obliga a renunciar a los beneficios que el empleo de mejores herramientas y técnicas les reportaría. Ahora bien, sólo hay un medio de aliviar sus males: la implantación, sin reservas, del laissez faire capitalista. Lo que estos pueblos precisan es la iniciativa privada y la acumulación de nuevos capitales, o sea capitalistas y empresarios. Carece de sentido culpar al capitalismo y a las naciones capitalistas de Occidente de la miseria que los pueblos atrasados con su propio actuar provocaron. El remedio apropiado no consiste en innovaciones a la “justicia”, sino en sustituir un pernicioso sistema económico por otro sano y eficiente, es decir, el del laissez faire.

“No fueron vanas disquisiciones en torno al vago concepto de justicia lo que en los países capitalistas elevó el nivel de vida del hombre medio hasta la altura actual, sino la actuación de hombres calificados de “individualistas sin entrañas” y de “explotadores”. La pobreza de los países atrasados se debe a que sus métodos expoliatorios, su discriminatorio régimen fiscal y el control de los cambios impiden la inversión de capitales extranjeros, mientras que la política económica interna dificulta la formación de capitales indígenas.

“A cuantos condenan el capitalismo desde un punto de vista moral, reputándolo sistema injusto, ciégales su incapacidad para comprender qué es el capital, cómo se crea y se conserva y cuáles son los beneficios derivados de su empleo en el proceso de producción.

“El ahorro constituye la única fuente de capital. Si se consume la totalidad de los bienes producidos no se forma capital. Ahora bien, si el consumo es menor que la producción y las mercancías dejadas de consumir se invierten en nuevos procesos de producción, estos segundos procesos han sido posibles gracias al nuevo capital acumulado. Los bienes que integran el capital no son más que productos intermedios representativos de las distintas etapas recorridas desde la primera utilización de los factores de producción originarios –es decir, recursos de la naturaleza y el trabajo del hombre– hasta la producción final de bienes listos para el consumo. Tales bienes de capital son fungibles. Antes o después el proceso mismo de producción los destruye. Si todos los bienes producidos son consumidos y no se separa la parte precisa para reemplazar los bienes de capital desgastados por el proceso productivo, se está consumiendo el capital. En este caso la ulterior producción dispondrá de una cantidad menor de bienes de capital y, por tanto, el rendimiento por unidad de recursos naturales y de trabajo humano invertido será menor. Para impedir lo que cabría denominar “desahorro y desinversión” es preciso dedicar una parte del esfuerzo productivo a la conservación del capital existente, es decir, a sustituir los bienes de capital absorbidos en la producción de bienes de consumo.

“El capital no es un don gratuito de Dios o de la Naturaleza. Es el fruto derivado de una previsora restricción del consumo por parte del hombre. Se crea y se aumenta con el ahorro y se mantiene cuidándose de evitar el “desahorro”.

“El capital por sí solo carece de poder para incrementar la productividad de los factores de la naturaleza, así como la del trabajo humano. Tan sólo cuando el ahorro ha sido invertido inteligentemente puede incrementar la productividad `por cada unidad de recursos naturales y trabajo humano empleado. De otra suerte el capital se malgasta y se disipa.

“La acumulación de nuevos capitales, la conservación del existente y su utilización para aumentar la productividad del esfuerzo humano son los frutos que la consciente actuación humana permite cosechar. Estos frutos provienen de personas que ahorran y no malgastan, es decir, los capitalistas, cuya recompensa es el intereés, y de otras que saben emplear el capital disponible para la mejor satisfacción de las necesidades de los consumidores, es decir, los empresarios, cuya recompensa es el beneficio.” (páginas 150-153)

“Para una mayor claridad cabe dejar de lado, de momento, el examen crítico de los errores en que se suele incurrir al tratar estos problemas y preguntar simplemente: ¿cuál de los dos factores de producción, el capital o el trabajo, incrementó la productividad? Desde luego, si planteamos así la disyuntiva, la respuesta resulta obvia: el capital. Lo que explica que la producción de los Estados Unidos sea hoy en día mayor (por individuo empleado) que en épocas anteriores e igualmente superior a la alcanzada en otros países económicamente más atrasados –por ejemplo, China– radica en la circunstancia de que el obrero americano de hoy cuenta con más y mejores herramientas. Lo que se requiere para, sin una elevación del número de trabajadores empleados, incrementar la producción industrial americana es la inversión de capitales adicionales que sólo cabe generar mediante nuevo ahorro. El aumento de la producción general de la masa trabajadora se debe a la actuación de quienes ahorran y de quienes invierten lo ahorrado.” (página 155)




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