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jueves 17 de septiembre de 2009

La Moncloa argentina

La Constitución de 1853 es el pacto fundacional del país que no supimos defender. ¿Es necesario tener uno nuevo si ni siquiera hemos podido ser fieles al primero?

Los pactos de La Moncloa (los acuerdos que todo el mundo señala como la base de la democracia moderna española) han sido un tema recurrente en la Argentina. La idea de reproducir esos acuerdos entre la dirigencia de nuestro país siempre tuvo su apelativo e imaginario positivo. Trazar unas bases mínimas de acuerdos de convivencia entre los representantes de las distintas corrientes nacionales es algo que cuenta con el instintivo apoyo de muchos.

Ahora dicen que Eduardo Duhalde y Rodolfo Terragno están trabajando en una idea similar. Es positiva la iniciativa, desde ya. Sin embargo sería interesante desmenuzar los elementos con los que contamos y lo que se esperaría de un acuerdo así para ver si las expectativas positivas no aparecen luego como sobredimensionadas.

Por empezar, la Argentina tuvo (y tiene) su Pacto de la Moncloa. Se trata del Acuerdo de San Nicolás que dio origen a la Constitución de 1853. Si 180 años después convenimos en que es necesario volver a “pactar” habrá que concluir que el país vivió en gran medida al divino botón durante más de un siglo y medio, malgastando un tiempo inútil antes de mantenerse apegado a los lineamientos de aquel pacto inicial cuyos primeros frutos fueron irreprochables.

Esta tradición de “Juego de la Oca” no es nueva en la Argentina: el país de tanto en tanto repite las escenas del pasado como si nunca las hubiera vivido. Pero lo más cómico de todo esto es que el contenido del nuevo “pacto” debería tener unos perfiles muy parecidos a aquellos que se firmaron después de Caseros. Hasta la caída de Rosas, el país también se había caracterizado por un desafío abierto a los métodos que el mundo (o ciertos lugares exitosos del mundo) parecían señalar como convenientes.

Habiendo podido organizarse antes, el país decidió desangrarse durante 40 años para terminar aceptando que el sol sale por el Este, como el mundo afirmaba.

Hoy también la Argentina aparece envuelta en una guerra contra la racionalidad mundial, contra los métodos que se saben exitosos e, incluso, contra el mero hecho de tener buenas relaciones con los países que representan esos métodos.

Por supuesto que los Kirchner significan una expresión extrema de la negación de la racionalidad, pero el acuerdo social alrededor de ideas fracasadas es más amplio que el que hoy sirve de base de sustentación al gobierno. La sociedad, efectivamente, tiene hoy desavenencias irreparables con el matrimonio gobernante. Pero ellas están mayoritariamente basadas en un rechazo por las maneras y las formas (lo que no es poco) antes que por el fondo.

Si hiciéramos una separación de brocha gruesa entre cuatro o cinco temas medulares que hacen a la definición del “sesgo” social, veremos que el núcleo del “pensamiento” kirchnerista no está tan alejado de la media nacional. Por ejemplo:
1.-Operación estatal o privada de los medios de producción
2.-Libertad de los mercados
3.-Responsabilidad individual
4.-Supremacía de los contratos
5.-Relación con los Estados Unidos
6. Integración mundial

Está claro que Kirchner le ha agregado un ideologismo barato a todos estos temas, pero muchos argentinos, que se separarían de Kirchner precisamente por esa “baratura”, no lo harían si enfrentaran un brete tipo “la espada o la pared”. Aunque desprecian la corrupción, seguirían eligiendo una economía más bien “estatal” antes que “privada”; aunque gustan de los avances que la libertad produce, preferían un mercado “controlado”; aunque “hablan” de la responsabilidad de cada uno, muchos siguen sintiéndose cómodos en el anonimato de lo “colectivo”; aunque irían a vivir allí de poder hacerlo, siguen vociferando contra los Estados Unidos y, aunque queda bien “hablar” de integración, la mayoría sigue abrazando el aislamiento.

Entonces, ¿qué contenido tendría la Moncloa argentina?, ¿un contenido contracorriente?, ¿protagonizado por quién?, ¿acaso la dirigencia no comparte esas convicciones de la sociedad? ¿No será entonces que la Moncloa argentina ya está rigiendo de hecho alrededor de esos convencimientos? Y si es así, ¿de qué nos quejamos?, ¿de las maneras de los Kirchner? Cambiemos las maneras, entonces. Seamos más dulces y educados. Pero eso no alcanzará para terminar la miseria. Porque ella responde al sesgo social no a las groserías de los presidentes. © www.economiaparatodos.com.ar

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