Allá lejos y hace tiempo, los argentinos nos distinguíamos de los demás países de América Latina porque teníamos una próspera y extendida clase media. Aquí se estaba seguro de poder triunfar por el propio esfuerzo, el Estado nada tenía que hacer en la adjudicación de la riqueza, disfrutábamos de una envidiable estabilidad en las instituciones, exhibíamos con orgullo una cultura que asombraba al mundo, teníamos confianza en la seriedad y majestad de la justicia y comprobábamos la generosidad de algunos inmigrantes exitosos que hacían cuantiosas donaciones de hospicios, templos, asilos de ancianos, hospitales y edificios escolares. Pero todo comenzó a resquebrajarse, manu militari se cambió el orden jurídico y se aplicaron recetas populistas que paralizaron el progreso y gestaron nuestro estancamiento. Pasamos a ser el único país en el mundo contemporáneo cuya economía se retrogradaba en lugar de desarrollarse. Después de la catástrofe devaluacionista, la monstruosa distribución de renta producida por la pesificación asimétrica y la violación de los contratos privados, muchos argentinos de clase media se sintieron como los hijos de ricos empobrecidos, sorprendidos ante la ferocidad de nuestra decadencia y sin saber qué hacer para superar la extrema pobreza en que se veían sumergidos.
En ese período, la característica que nos definía frente a los demás países era la posibilidad de realizarse a sí mismo, esto es: ponernos de pie, levantar cabeza y comenzar a progresar para legar un futuro mejor a nuestros hijos. Por eso, millones de hombres, que fueron nuestros padres y abuelos, embarcaron hacia la Argentina y aquí construyeron esta patria que todavía usufructuamos, porque funcionaba el mecanismo de la “movilidad social”, esto es la posibilidad de progresar por los propios méritos y no por dádiva ajena.
Cuando se dan las condiciones de “movilidad social”, los desocupados encuentran trabajo, los marginales dejan de vivir en inhumanas covachas, los pobres mejoran su nivel de vida, los hijos de obreros llegan a ser investigadores científicos en los mejores centros mundiales, los profesionales de origen humilde acceden a cargos ejecutivos en enormes corporaciones y los pequeños comerciantes e industriales se conviertan en grandes empresarios.
Pero el proceso de “movilidad social”, que libera a los pobres de la condena a seguir siéndolo hasta su muerte y de engendrar hijos que también serán pobres, se destruye inexorablemente cuando se mantiene vigente un sistema impositivo desalmado y un sistema educativo degradado.
Proceso de movilidad social
La “movilidad social” nunca es fruto de la asistencia estatal ni de la repartija de electrodomésticos, sino de una fuerza interior que se desata dentro de la persona como una poderosa palanca para remover todos los obstáculos a su progreso individual.
Este proceso se basa en la acción humana e imperiosamente necesita de un esfuerzo de voluntad, es decir, de la capacidad para elegir prefiriendo lo mejor y proceder de acuerdo con el deseo de alcanzar la meta ambicionada o rehuir la meta desechada.
Inexorablemente el proceso requiere de cuatro pasos: 1º. Tener autoestima (sentirse incómodos) 2º. Estar bien educado (saber que se puede vivir mejor) 3º. Disponer de capital (contar con medios materiales) 4º. Respetar las reglas (sdoptar una conducta apropiada)
Si cualquiera de nosotros estuviese satisfecho con la pobreza, la mugre y el desorden, carecería de motivos para actuar, porque no encontraría razones para cambiar de estado. No tendría deseos ni anhelos de superación, sería perfectamente feliz. No haría nada y simplemente viviría esperándolo todo del Estado. El incentivo para progresar es siempre el malestar, sentirse incómodos y tener un ferviente deseo de abandonar un estado de cosas deplorable.
Para que eso suceda, el individuo tiene que saber que es posible vivir mejor. La mente debe presentarle situaciones más gratas, confortables y apacibles que las que ahora vive y esto sólo se consigue por el conocimiento que brinda la educación. Sólo la educación permite conocer que hay un mundo superior, mejor y más digno.
Pero ni la sensación de incomodidad, ni la capacidad de representarnos un estado de cosas atractivo bastan por sí mismas para empujarnos a actuar. Debe concurrir un tercer requisito: disponer de medios materiales, instrumentos y equipos para poder actuar, lo cual se consigue cuando existe la posibilidad de acumular capital con una parte de los ingresos individuales.
Por último, aun disponiendo de conocimientos y de capital es necesario saber cómo se hacen las cosas y adoptar un comportamiento deliberado, sujeto a disciplina y reglas de recta conducta capaces de suprimir las incomodidades para alcanzar las metas propuestas.
Prioridades políticas
Si las declamaciones formuladas por los políticos triunfantes en las últimas elecciones son sinceras y no fingidas, debieran ponerse de acuerdo para adoptar algunas medidas que tienen prioridad absoluta. Es mentira que ellos vayan a brindarnos un mejor nivel de vida o que gracias a su actuación se logrará la felicidad de los argentinos si no consiguen restaurar el mecanismo de la “movilidad social”. Para lo cual nuestros gobernantes y la oposición debieran entender que la “movilidad social” tiene dos exigencias indispensables para funcionar adecuadamente: a) la posibilidad de acumular capitales y b) la acumulación de conocimientos. Sin capitales ni conocimientos no hay ascenso social posible.
Ahora bien, con un sistema impositivo como el que tenemos -expoliador, abrumadoramente complejo, que tiende a acorralar y no a proteger al contribuyente- es imposible acumular capitales porque la fiscalidad acumulada detrae progresivamente más renta a medida que las personas humildes mejoran su posición social, dado que el conjunto de los innumerables impuestos llega a confiscarles el 65% de sus ingresos individuales.
De la misma manera, con un sistema educativo degradado por una visión facilista de la enseñanza -que descuida completamente la formación de la inteligencia y el carácter de niños y adolescentes, que tiende a entretenerlos y convertirlos en mano de obra barata en lugar de formar una persona, que está despreocupado por la pérdida de días de clase y que sólo tiende a garantizar que pasen de grado y no que se formen- es imposible que nuestros niños y jóvenes puedan tener una comprensión cabal del mundo en que van a ingresar, saber qué es lo que está pasando y estar en condiciones de tener respuestas para solucionar los problemas.
A partir de ahora constituyen prioridades absolutas del gobierno una reforma revolucionaria del sistema impositivo, atendiendo no sólo a las necesidades del Fisco sino también a los derechos e intereses de la gente, y una reforma a fondo del sistema educativo para formar personas en la multiplicidad de sus inteligencias y en la enorme variedad de sus caracteres. Si no lo hacen, la promesa de construir un gran país será una manifestación muy cínica y desfachatada de una vergonzosa deformación de la democracia que utilizan para acumular poder en provecho personal. © www.economiaparatodos.com.ar
Antonio Margariti es economista y autor del libro “Impuestos y pobreza. Un cambio copernicano en el sistema impositivo para que todos podamos vivir dignamente”, editado por la Fundación Libertad de Rosario. |