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jueves 22 de marzo de 2007

La más linda

Sydney, en la costa este australiana, despunta como una joya lejana y perfecta. Moderna, con una bahía de aguas azules enmarcadas por obras arquitectónicas como la Opera y el Harbour Bridge que llevan su nombre, entrega una atmósfera relajada y un estilo sin par.

Parece un enclave norteamericano en las antípodas. Pero no lo es. Aquí no hay apuro, ni gente hablando sola. El encanto australiano comienza por esta ciudad, su metrópoli más conocida. Sydney propone un contacto visual inmediato con el agua. El sol y la playa no son un patrimonio del verano. Desde Bondi hasta las playas arboladas de North Beach son visitadas en invierno por los surfistas que prefieren aprovechar el horario del almuerzo en la oficina para subirse a la tabla antes que sentarse a la mesa.

La modernidad arquitectónica de la ciudad se combina con el estilo británico que lleva un sello propio en todo el país.

El centro de la ciudad es un imán de atracción a partir del Circular Quay (se pronuncia Circular Kií), donde se concentra la llegada de todos los ferris que conectan por agua a la ciudad con sus alrededores. Allí aparecen la Opera y el Harbour Bridge, dos marcas registradas mundiales de Sydney que la distinguen por encima de todo.

El Opera House es un edificio espectacular. Diseñado para que sus naves simulen las velas de un imaginario y gigantesco yacht anclado permanentemente en esta bahía de ensueño, ofrece visitas guiadas con abundante información sobre su construcción, su historia y los espectáculos de los que es anfitriona. Y el Harbour Bridge, inaugurado en 1932, es testigo de una vista impactante del horizonte de rascacielos que aparecen al este y al norte del Opera House.

Sobre el pilar sur del puente se levanta el sector más vivo y más picante de Sydney: The Rocks. Dicen que la ciudad nació en ese lugar después del desembarco inglés, algo más cerca de la actual North Beach. The Rocks reúne toda la “onda” de la metrópoli. Negocios, restaurantes, pubs y lugares para bailar y para divertirse toman vuelo cuando el sol cae. Los australianos son dados por naturaleza y sólo basta un poco de desinhibición y de ganas de pasarla bien para hacerse de un grupo de amigos.

Enfrente está el Toronga Zoo, cuyas vistas de animales con el fondo de la ciudad adquieren un contraste espectacular.

Siguiendo el Olympic Drive a través del Bradfield Park se conecta con la Pacific Highway, que permite observar un sector de estilo victoriano y colonial hasta llegar a Neutral Bay, en el suburbio norte de la ciudad, que ofrece playas arboladas y barrios tranquilos donde se puede almorzar al sol en lugares pequeños que adornan la bahía en la que una vez se ordenó anclar a todos los buques entrantes a la ciudad.

De vuelta al centro se puede pasear por Market Street y visitar el Queen Victoria Building, convertido en un centro comercial que respeta las tradicionales formas arquitectónicas del estilo británico a partir de una renovación en la que se invirtieron 10 millones de dólares en 1984.

Cerca, se levanta el magnífico State Theatre, cuyo hall de ingreso bien vale una visita aunque no se dispongan de entradas para presenciar una obra.

La modernidad de la ciudad nos entrega un contraste inmediato si nos subimos al monorriel que la cruza a media altura o a la torre de Sydney, desde la cual se tienen vistas impresionantes.

En Sydney se pueden saborear los platos de cocina internacional más sofisticada y tener un acceso privilegiado a una de las colonias del sudeste asiático más importantes del mundo.

El estilo de vida australiano ha conquistado a todos quienes lo conocen. Una mezcla de tranquilidad y extraordinario sentido del progreso invade cada rincón de este enclave occidental en el otro extremo del mundo. Su ciudad emblema resume como nada ese espíritu único que distingue a este país como una de las reservas más agradables del mundo actual. © www.economiaparatodos.com.ar

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