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lunes 3 de septiembre de 2007

La película de siempre: reestrena en octubre

Los argentinos no están dispuestos a involucrarse en la vida política para cambiar lo que hay. El resultado es la historia de nunca acabar.

“¡Tal como somos! Como un niño acobardado con el andador gastado
por temor a echarse a andar. Chantas y en el fondo solidarios,
más al fondo muy otarios, y muy piolas más acá.
¡Vamos! Aprendamos pronto el tomo
de asumirnos como somos o no somos nunca más.”
Eladia Blázquez, “Somos como somos”

No hay alianzas. No hay acuerdo. Se piensa distinto, aunque se quiera lo mismo, al menos en apariencia. Al decir de los candidatos políticos, todos quieren un país mejor. ¿Mejor para sí mismos? Nadie se atrevería a decirlo, pero algunas conductas hacen suponer que el interés personal prima por sobre el general. El resto de la sociedad adhiere de distintas maneras.

Por un lado, existe un microclima que hace circular las notas críticas por Internet, que trata de leer las entrelíneas de los diarios y que sabe qué está pasando en la Argentina. Es esa franja social con conciencia política que alguna vez supo ser la clase media alta. Hoy cree seguir siéndolo, posiblemente lo sea de una u otra forma, aun cuando en el transcurso de tantos gobiernos haya perdido detalles quizás no tan pequeños.

Ese sector de la ciudadanía no sabe a quién votará. Nadie está dispuesto a seducirlos con propuestas y las dádivas a ellos no les llegan. Son críticos férreos del “estilo K”, hasta hace poco veían en Elisa Carrió a una “iluminada” demasiado mística, una denunciante profesional lanzada a la política. Ahora la miran de otra manera, pero no se atreven, todavía, a definir su voto a favor de ella. ¿Qué hacen, en consecuencia, con Ricardo López Murphy? ¿Dónde sitúan a Roberto Lavagna? Son los únicos dos referentes que quedan para ese grueso social. Posiblemente adhieran a las sentencias del titular de RECREAR. El problema es que las encuestas sostienen que por sí sólo no tiene chance de llegar. No suma. Y ellos quieren o pretenden forzar un ballottage. Respecto a Roberto Lavagna, no lo conocen demasiado, ni siquiera saben a ciencia cierta el nombre del movimiento que lo presenta como candidato. Apenas está el recuerdo de su paso por el Ministerio de Economía en época de Eduardo Duhalde y sí hay noción de que participó del gobierno kirchnerista. Sin embargo, hoy se muestra en las antípodas. ¿Vale el “darse cuenta”? Para algunos, probablemente, sirva. Lavagna se llevará una parte de los votos de esta franja del electorado. No mucho más.

En el otro vértice del esquema, se halla ese grupo social que no sabe de política ni le interesa. No por desidia, quizás, sino por cultura, por haber nacido y crecido en la miseria. Son herramientas de la política, aunque tampoco tengan demasiada conciencia. Los candidatos mencionados hasta aquí no frecuentan esta parte de la ciudadanía. Apenas se les acercan cuando las elecciones llegan. Hay acciones tendientes a llegar a ellos en general, pero no en particular como debería haberlo, y tampoco sólo en época electoral, sino todo el tiempo.

Estos ciudadanos no conocen cuál es la diferencia entre Ricardo López Murphy y Roberto Lavagna, por ejemplo. Tampoco atienden los datos del INDEC ni el IPC cuenta para ellos. No se aterran ni rasgan las vestiduras porque el Gobierno miente todo el tiempo o la corrupción hace mella. Desconfían, mas no lo suficiente como para negar un voto oficial. Votan al puntero que les alcanza el electrodoméstico. Votan al intendente que les asfaltó la calle. Votan al que se les acercó días antes de los comicios con un subsidio. No es apenas un sector marginal, ni es algo nuevo. Es la gran masa del pueblo que perdió la cultura del trabajo hace mucho tiempo. Tienen simbologías heredadas de padres y abuelos. Evita les regaló su primer juguete de Navidad. Los Kirchner, de alguna manera, son la continuidad. ¿Alberto Rodríguez Saá? Viene de muy lejos… al menos para gran parte del conurbano bonaerense donde se erige, por ejemplo, el partido de La Matanza, que equivale a cuatro provincias juntas a la hora de definir quién pierde o quién gana. Néstor Kirchner y su séquito saben esto, por eso se ríen de quienes están déle protestar detrás de una pantalla.

Desde luego que hay otros sectores que escapan a estos lineamientos. Sin embargo, la Argentina, básicamente, se divide entre esta gente. ¿Dónde está el problema? ¿Qué explica que Cristina Fernández de Kirchner encabece las encuestas? La respuesta es más simple de lo que parece: a ninguno de los dos sectores les interesa la Argentina en realidad. Incluso cuando, a simple vista, aquellos que más tienen se preocupen por lo que viene, la preocupación se queda en sobremesas. No hay ganas de arremangarse, no hay acción, sólo reacción. Y siempre se reacciona tarde. Hay una alarmante especulación y ningún afán filantrópico. Empresarios que manejan millones no están dispuestos a ceder un ápice para apoyar alguna fuerza política que recién empieza, tampoco emprendimientos nuevos que “disgusten” el humor oficial. Los candidatos que ya están, por su parte, siguen sin ofrecer propuestas que entusiasmen. En el fondo, la situación es más grave: ¿a quién le interesan las propuestas? Hoy, me atrevo a decir que a nadie.

Hay bronca con un oficialismo que arrasa y va por más. Hay miedo, pero no suficiente como para saltar. Las cacerolas siguen guardadas para cuando la inflación se dispare. ¿Más? Si, más. Es cierto que quieren freno a un proyecto hegemónico de gobierno, empero ese freno deben ponerlo “otros”. Y todos somos los “otros” de los demás. Al resto, le basta con satisfacer sus necesidades. En parte, no pueden hacer más. Para muchos, el objetivo es veranear 15 días en la costa atlántica y en pro de ello no tienen inconveniente en aguantar que les suban “un poco” los precios o una valija sin remito ni destino, una bolsa de dinero o un sobreprecio. Es la Argentina. Guste o no asumirla.

Incluso entre quienes el presidente y la primera dama son palabras non sanctas, no hay muchas ganas de meterse para cambiar lo que hay. A los analistas suelen decirnos que no tiremos tantas pálidas, que “tan mal no se está”. Esa sentencia aclara el panorama: porque tan mal no se está, crucemos los brazos y a esperar. Cuando las papas quemen, entonces sí, saquemos las cacerolas del mueble y a la plaza a gritar. Después…, después todo vuelve a empezar. Es la película de siempre. Ya la vimos, pero algo nos lleva a no cambiar de canal y verla una vez más. En octubre reestrena nuevamente. © www.economiaparatodos.com.ar

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