martes 25 de noviembre de 2014
La política «farandular»
Resulta de interés destacar -una vez más- la notable similitud (habría que hablar, en realidad, de total identidad) entre la farándula y la política. Hasta el mismo diccionario de la Real Academia Española lo reconoce en su definición. Veamos lo que dice:
farándula.
(Del prov. farandoulo).
1. f. Profesión y ambiente de los actores.
2. f. Antigua compañía ambulante de teatro, especialmente de comedias.
3. f. despect. Arg., Cuba, El Salv., Ur. y Ven. Mundillo de la vida nocturna formado por figuras de los negocios, el deporte, la política y el espectáculo.[1]
Tal como vemos, la tercera acepción del diccionario recoge la expresión farándula identificándola y relacionándola expresamente con el mundo de la política. Y es que, verdaderamente -al menos en la Argentina- la mayoría de la gente vive, recepta, «analiza» y comenta las noticias políticas de la misma manera en que lo hace con las del mundo del espectáculo.
Tampoco es casual -a mi modo de ver- que no sean pocos los artistas (en el sentido de actores y actrices del «arte escénico») que a menudo saltan del escenario televisivo, cinematográfico o teatral a la palestra política, y aparecen postulándose para los más diversos cargos, ya sean estos en el poder legislativo o el ejecutivo. La sola excepción -por ahora- parecería ser la del poder judicial, aunque -al paso que van las cosas y en vista de la profunda degradación moral, cultural, educativa y -por supuesto- económica en la que se desbarranca Argentina- pronto no nos sorprendamos también de enterarnos del brinco de personajes de la farándula que traten de infiltrarse dentro de las filas del poder judicial.
Es que efectivamente, el argentino promedio se posiciona frente a la política y a los políticos como quien ve una representación en la TV, en el cine o en el teatro, y en verdad piensa que todo eso que observa, es algo en lo que él o ella es sólo un simple y mero espectador, que nada puede hacer por modificar la trama de la historia, ni el guion de la película. Sólo se considera a sí mismo un espectador pasivo, inerme para cambiar los roles de los protagonistas en la escena, incapaz incluso de permutar a los actores de reparto (en este caso los políticos mismos).
Es más, cree que no es a él al que le corresponde reemplazar ni a los actores de reparto, ni a la función que está observando, sino que esa acción sólo le cabe al director de la obra, sin siquiera asumir que el director de la obra política siempre es el ciudadano que vota -es decir el mismo- y no un «tercero».
Esta visión farandúlica de la política se extiende también a la mayor parte del denominado periodismo político. Si se observa atentamente el diseño de la difusión, comentarios y análisis político se puede advertir de inmediato que tiene idéntica estructura que la difusión, comentarios y análisis del mundo de la farándula.
De la misma manera que un periodista de cine, televisión o teatro «analiza» si la actriz fulanita se divorció o «se juntó» con el actor menganito, de semejante modo muchos «analistas» políticos describen la «alianza» del político «Juan» con el político «Pedro» ; la «traición» del candidato B al partido C ; el «coqueteo» del candidato X con el «presidenciable» Z ; etc. etc. etc..
Es por ello que, en general, el político argentino está más preocupado por ser un buen actor, que obtenga la mejor posición posible en el «rating», que en qué es lo que «podrá» hacer, «piensa» hacer, o posiblemente «haría» en el caso de resultar electo. Este último aspecto es el menos importante para él.
El argentino promedio «vive» la política como un drama o una comedia, pero dicha «vivencia» siempre le es ajena en su auto-atribuida calidad de espectador, condición esta última a la que raramente renunciará. Y se lamenta y se regocija frente a los sucesos políticos de la equivalente forma en que se divierte mientras disfruta de una comedia televisiva o cinematográfica, o se entristece ante la pantalla o la butaca de una obra trágica. Y observa y habla de los políticos de parecida manera en que lo hace de los actores y actrices del mundo de la escena.
Incluso la mayoría de los comentarios familiares o con amigos de los hechos y protagonistas del mundo político, también tienen semejanzas notables con los que se ven o escuchan en los muy célebres programas televisivos o radiales de «chimentos del ambiente». Esto anima a muchos conductores de programas de chimentos de la farándula a exponer en esos mismos programas hechos o actos políticos, no siendo tampoco extraño ver en esos programas televisivos de chismes del espectáculo a notables figuras de la política.
Esto explica -siempre en mi opinión- la razón por la cual la corrupción, la violación de la ley, el latrocinio estatal, el peculado y la rapacidad burocrática, etc. se ha hecho algo cotidiano entre los argentinos. El promedio de ellos está convencido de que la corrupción es meramente un fenómeno político que no tiene nada que ver con nadie que no actúe en el plano ni en el ámbito de la política. Es «algo» que «sólo se ve por TV», o «se lee en los diarios». «Algo» que hacen «otras» personas que, a la sazón, reciben el nombre de «políticos».
El espectador se posiciona frente al espectáculo como «algo» que es ajeno a él, sobre lo que tiene ningún otro control más que cambiar el canal o la frecuencia de la emisora que está escuchando. Y esta misma actitud la extiende al mundo político, como algo que pasa «fuera de él» y como en una dimensión lejana, que ni siquiera lo roza. Piensa que «el director» de la obra tiene que divertirlo o entretenerlo siempre, y dejarle un mensaje positivo. Y opera mentalmente de la misma manera ante los acontecimientos de la política nacional.
Esto permite a la clase política dominar la escena y -a la vez que dan su espectáculo- esquilmar a los bolsillos de sus espectadores (los ciudadanos).
[1] Diccionario de la Lengua Española – Vigésima segunda edición – Real Academia Española © Todos los derechos reservados
Fuente: Accion Humana