La psicología del poder y del dominado
Uno de los problemas centrales no solo de nuestro tiempo sino de la humanidad desde sus inicios ha sido, por una parte, el deseo morboso de dominar a los semejantes y, por otro, la aceptación servil de quienes se dejan aplastar.
Nadie como Aldous Huxley ha definido mejor nuestros problemas: “En mayor o menor medida, entonces, todas las comunidades civilizadas del mundo moderno están constituidas por una cantidad reducida de gobernantes, corruptos por demasiado poder y por una cantidad grande de súbditos, corruptos por demasiada obediencia pasiva e irresponsable”. No he leído algo más preciso y contundente. Este pensamiento define a las mil maravillas lo que viene ocurriendo en nuestro mundo.
No es que en esta instancia del proceso de evolución cultural no deba existir el monopolio de la fuerza que denominamos gobierno. El asunto es que lo que se ha inventado con la idea de proteger los derechos de los gobernados se ha transformado en una maquinaria infernal que conculca derechos a diestra y siniestra y los gobernados se dejan atropellar sin levantar la voz. Etienne de la Boétie ha escrito con razón que “Son, pues, los propios pueblos lo que se dejan, o mejor dicho, se hacen encadenar que que con solo dejar de servir romperían sus cadenas”. Es cierto, la sublevación y el no conformismo estuvo en el origen de la revolución estadounidense, la más exitosa en la historia de la humanidad al efecto de proteger libertades.
Erich Fromm subraya que, al contrario de lo que se piensa, el poderoso es un sujeto débil y enclenque psicológicamente que para rellenar su personalidad y su vacío existencial requiere del dominado. Ahora bien, la relación dominante-dominado no se circunscribe al poder político sino que se extiende, por ejemplo, a la relación hombre-mujer como una comprobación del complejo de inferioridad del varón que no soporta que la mujer lo sobrepase. Es la relación maestro-alumno para esconder la ignorancia del primero por lo que se disgusta con preguntas que estima impertinentes, para no decir nada de los posibles desacuerdos respecto al libreto que trasmite. Es la relación empleador-empleado en empresas verticalistas cuyos gerentes son incapaces de sacar partida del conocimiento de sus colaboradores en un contexto horizontal.
Pero ¿que sucede en la mente de quien detenta poder? Según Stanton Samenow es un asunto de pura maldad, no como diría la visión convencional de “enfermedad mental” puesto que como nos enseña Thomas Szasz la patología muestra que la enfermedad significa lesión de tejidos, órganos o células puesto que las ideas y los comportamientos no pueden enfermar, lo cual no quita que existan trastornos o enfermedades en el cerebro como consecuencia de problemas químicos y de neurotrasmisores pero no en la mente. Maldad o desórdenes en cuanto a los valores que son muchas veces tolerados por miembros de la sociedad. Ronald Sampson explica que los actos de muchos gobiernos serían considerados criminales si se llevaran a cabo en la vida privada.
Solo puede corregirse este mal sea en la esfera pública o en la vida privada si en primer lugar se condenan enfáticamente los abusos y, por consiguiente, se castigan severamente. Uno podría decir que el problema se circunscribe al poder puesto que los dominados lo son por propia determinación…que se embromen por haber decidido dejarse basurear, su servilismo es asunto de ellos, pero resulta que los dominados por el poder político son los que les dan fuerza y apoyo a los desmesurados con lo que pagan el pato todos los que tienen dignidad y autoestima y, por ende, rechazan el atropello de gobernantes sin escrúpulos.
De más está decir que no nos referimos al poder en el sentido de facultad de hacer o decir algo sino al dominio de otro o de otros, lo cual lamentablemente en algunos casos incluso ha sido suscripto por mentes excepcionalmente esclarecidas como es el desafortunado apoyo de Aristóteles a la esclavitud bajo la inaudita afirmación que “unos han nacido para mandar y otros para obedecer”.
Como ya he señalado en otras oportunidades, el ensalzamiento del poder político deriva de un sistema degradado cual es una mal llamada democracia en la que cuenta el aspecto formal de la cantidad de votos y se desconoce su aspecto de fondo que alude al respeto de las mayorías por las minorías. Vamos a esto enseguida pero ahora digamos que como ha enfatizado Lev Tolstoy el poder es la antítesis del amor, esto último es la luz que se entrega al otro al efecto de mejorar su alma, su mente, su conocimiento. Este es el sentido del aforismo socrático en el sentido de que “la virtud es el conocimiento”. El que ama pretende dirigirse a lo más excelso de ser humano amado que, como queda dicho, es el intelecto que caracteriza a la condición humana en su aspecto medular.
También digamos que en una sociedad abierta no es propio aludir al poder económico ni a metáforas como “el rey del chocolate” y similares puesto que los abastecedores de tal o cual bien o servicio dependen enteramente de las demandas de sus consumidores. Ni bien pretendan contradecir esos requerimientos comienzan a perder patrimonio y si insisten en operar con independencia de las necesidades ajenas desaparecen del mercado.
Veamos entonces la cuestión del poder político tan bien tratado, entre otros, por Bertrand de Jouvenel y Guglielmo Ferrero. Antes que estos últimos autores, Montesquieu escribió que “el sufragio por sorteo está en la índole de la democracia” afirmación que destaca la importancia de las instituciones y minimiza el rol de los hombres tal como consignó Karl Popper al criticar la atrabiliaria idea de Platón con su “filósofo rey”. También es de gran interés repasar los debates constituyentes estadounidenses respecto al triunvirato propuesto por los congresistas Edmund Randolph y Elbridge Gerry tal como destaca James Madison en sus memorias de dicha asamblea, ello para atenuar el presidencialismo. Por su parte Friedrich Hayek ha sugerido límites al Poder Legislativo en cuanto a funciones de ambas Cámaras, reelecciones y edades para ocupar bancas y Bruno Leoni lo ha hecho en la práctica para el Poder Judicial al mostrar el carácter de descubrimiento del derecho y la importancia de los arbitrajes privados.
Esto para encauzarse en el concepto de democracia al estilo de los Giovanni Sartori de nuestra época y no caer en la actual cleptocracias, es decir, los gobiernos de los ladrones de libertades, de propiedades y de sueños de vida. No es posible esperar con los brazos cruzados el descalabro total de las así llamadas democracias antes de actuar. Como ha repetido Albert Einstein “el reiterar las mismas causas producirán idénticos resultados”.
Es de gran interés citar un pensamiento de Leonard Read en el sentido de que “nosotros en Estados Unidos nos equivocamos al recurrir a la expresión ´gobierno´ puesto que significa mandar y dirigir lo cual debemos hacer cada uno de nosotros con nosotros mismos pero no con el prójimo.Usar esta palabra es lo mismo que referirse al guardián de una fábrica como gerente general”.
Gordon Tullock ha publicado un meticuloso estudio en el que pone de relieve el incremento del gasto público en todos los gobiernos desde la Primera Guerra Mundial en adelante y marca la notable fuerza centrípeta que desata incentivos en la psicología del poder para que los aparatos estatales se expandan, de allí la imperiosa necesidad de contener esta vorágine permanentemente a través del establecimiento de nuevas y más vigorosas vallas al abuso del poder.
Ludwig von Mises expone la pendiente del estatismo en el sentido de como una medida intervencionista conduce a la otra al efecto de paliar los efectos dañinos de la anterior y así sucesivamente, todo lo cual nace a partir de la incomprensión de la función política de proteger y garantizar los derechos individuales y no meterse con arreglos contractuales libres y voluntarios entre las partes, un proceso que necesita de la mayor flexibilización y no el encorcetamiento de legislaciones concebidas para los antedichos propósitos. En el proceso de mercado no hay incompatibilidad entre que algunos prefieran tal o cual bien o servicio mientras otras personas se inclinan por bienes y servicios distintos. En cambio, la ley no puede pronunciarse por blanco o negro simultáneamente. Es por esto último que cuando la legislación se aparta de su función específica de establecer marcos institucionales en lo que no está permitido lesionar derechos de terceros aparecen las “batallas” que hay que librar y “enemigos” que hay que combatir, lo cual no ocurre en el mercado ya que muy distintos proyectos se llevan a cabo sin que nadie se sienta ofendido ni mermados sus derechos.
Thomas Jefferson ha dicho que “cuando la gente le teme al gobierno estamos frente a una tiranía, mientras que cuando el gobierno le teme a los gobernados estamos frente a un pueblo libre”. Por su parte, Arthur Sutherland y Roscoe Pound hacen notar que toda la teoría constitucional desde la Carta Magna de 1215 se refiere a la estricta limitación al poder político, “la historia de la humanidad es la historia de la lucha por la libertad” sentenció Benedetto Croce.
La psicología del poder parte de la premisa de la superioridad de quien domina a sus congéneres, es una actitud arrogante y soberbia que a su vez se basa en una muy errada teoría del conocimiento puesto que éste no solo está fraccionado entre millones de personas sino que se caracteriza por la provisionalidad y abierto a refutaciones. Las certezas de quienes se deleitan en el poder arruinan la convivencia civilizada, de allí es que Emannuel Carrére ha sentenciado que “lo contrario a las verdades no son las mentiras sino la certezas”. Por esto es que el que impone a los demás sus creencias hasta en los más mínimos detalles concentra ignorancia. Giovanni Papini dice que los problemas más acuciantes comienzan con la soberbia desde la referencia bíblica del “seréis como dioses”.
Es llamativo como la psicología del poder no permite ver que en las relaciones interpersonales la coordinación y la consecuente cooperación social y división del trabajo se establece a través del sistema de señales -precios- que permiten que cada uno al seguir su interés personal conduce al beneficio de todas las partes involucradas para la consecución de fines que exceden el conocimiento de cada uno individualmente considerado. Esto es lo que la psicología del poder no permite vislumbrar puesto que no conciben la existencia de nada de lo que ellos pueden personalmente construir. Esta es la raíz de la infame ingeniería social por la que las personas son tratadas como muñecos de plastilina siempre sujetas a los caprichos del mandamás.
Si cabe la expresión, la única imposición factible en una sociedad abierta es la no-imposición, a saber, el establecimiento del respeto recíproco. Todo esto ha sido la preocupación del liberalismo desde la Escolástica Tardía, Sidney y Locke hasta nuestros días.
Por otro lado, la psicología de la sumisión se debe a la fuerza que les es impuesta para torcer sus rumbos y también por el espíritu servil de personas que se sienten incompetentes para manejar sus propios asuntos lo que por comodidad o desidia delegan en los que ejercen el poder de modo inmisericorde. Es el caso de los que le abren camino al Gran Hermano orwelliano.