Una nueva moda “políticamente correcta” se está extendiendo en el mundo empresario occidental. Es la responsabilidad social corporativa, errónea mezcla conceptual de injustificada culpabilidad y de solidaridad mal entendida.
Ya no se trata de la sana preocupación social que como buen ciudadano deben tener las empresas en sus ámbitos de actuación o influencia, algo que las grandes compañías de nuestro país siempre han hecho, como bien dan testimonio de ello la existencia –e incluso los nombres– de múltiples barrios originalmente construidos para obreros, de equipos de fútbol o básquetbol, escuelas, obras sociales, cooperativas de consumo, fondos de pensión y hasta bandas de música, que materializan la correcta idea de que no es posible hacer buenos negocios en sociedades insatisfechas y atrasadas.
Pero ahora, en virtud de una novedosa concepción “new age” del capitalismo, que hasta ha logrado reconocimiento legislativo merced la diligencia de ejecutivos buscadores de fama y prestigio social, de legisladores y funcionarios facilistas y de cierta intelectualidad predominante, las empresas tienen obligación de hacerse cargo y remediar multitud de problemas sociales de los que no son responsables, que para solucionarlos no han sido creadas ni tampoco son eficientes para hacerlo, comprometiendo su propio patrimonio y recursos en acciones sociales y asistenciales, no ya de sus trabajadores o de la comunidad en la que desarrollan sus actividades, sino muy alejadas de su ámbito natural.
Frente a este desplazamiento de responsabilidad por parte de los poderes públicos y de los individuos hacia el mundo empresario, las empresas deberían decir claramente que no están para eso, que no pueden distraer la atención de sus directivos ni los recursos de sus accionistas en esas actividades, que no están preparados para ello, que su responsabilidad social como empresa es clara y terminante, y consiste en: contribuir sus impuestos, respetar las normas y pagar los salarios y las cargas sociales de sus empleados.
Pero ahora está mal visto que las empresas y sus directivos se reafirmen en su razón de ser, que es crear valor económico produciendo bienes o servicios de forma eficiente, honesta y rentable, remunerando adecuadamente al capital y pagando puntualmente los salarios de sus trabajadores, y capacitándolos en mutuo beneficio, algo que además redundará en una mejora socio-cultural de toda la comunidad.
Esta nueva moda tiene también una versión más perversa en fundaciones e instituciones bien intencionadas que, esperando contar con algún generoso aporte estatal o alguna culposa contribución corporativa, fomentan el desarrollo de microemprendimientos, aspirando transformar en entrepreneurs a personas cuyo principal anhelo es conseguir un buen trabajo bien remunerado con buena cobertura médica y esperanzas de una jubilación digna, pretendiendo que su honesta preocupación y las reuniones que mantienen sirvan de extraordinario catalizador que genere de la nada Bill Gates o Henry Ford vernáculos a partir de trabajadores excluidos del mercado laboral por falta de polivalencia funcional adaptada a los nuevos tiempos tecnológicos –por cierto no imputable a ellos–, desconociendo que las características extraordinarias y únicas del emprendedor no se pueden obtener sólo con buena voluntad, y que la propensión al riesgo, la voluntad creadora, la capacidad y la visión empresarial o el talento no se encuentran usualmente en gente que esencialmente busca y necesita seguridad como valor principal, por más que algún banco estatal intente convencernos con su publicidad sobre lo fácil que es transformarse en exportador de lámparas artesanales al lejano oriente gracias a sus créditos para emprendedores.
Mientras esto ocurre, y a pesar de los altos niveles de desempleo actual, hay empresas que no encuentran personal calificado para conducir maquinaria agrícola moderna, operar la última tecnología de impresión o que tan siquiera sepan cosechar con oficio uvas para vinos de calidad o frutos finos para exportación. Y también nos enteramos que, según datos del INDEC, el 16% de las empresas que realizaron alguna búsqueda laboral en el primer trimestre de 2005 tuvieron dificultades para encontrar el perfil buscado y no lograron cubrir las vacantes que tenían disponibles, y que 42% de ellas no pudieron ser cubiertas por falta de capacitación técnica (mecánicos, costureros, armadores, carpinteros), algo que lamentaría el fundador de las Escuelas Técnicas Raggio.
Pese a ello, seguro que en este mismo momento hay más de un grupo de conspicuos ejecutivos locales congregados en alguna fundación de nombre inspirador, que con el apoyo de alguna subsecretaría de Desarrollo Social estatal y el patrocinio cultural de alguna universidad privada están trabajando intensamente para capacitar ex operarios de alguna fábrica cerrada. Claro está que de producir miel, de tejidos artesanales o de cría de conejos nada saben, pero no importa, la buena voluntad y la sensibilidad social tal vez basten para promover exitosos microemprendimientos. © www.economiaparatodos.com.ar
Esteban Mac Garrell es abogado, economista y director de sociedades anónimas. |