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lunes 6 de agosto de 2007

La resurrección “sindikal”

La administración kirchnerista generó las condiciones para que el sindicalismo volviera a tomar protagonismo en la escena política y lo convirtió en su aliado. Después de las elecciones de octubre, cuando el Ejecutivo ya no precise votantes cautivos, habrá que ver cómo la nueva gestión hace frente a los compromisos asumidos.

“No se puede pactar con las dificultades.
O las vencemos, o nos vencen.”

Albert Camus

No cabe duda de que todos los gobiernos, en mayor o menor medida, han utilizado a las corporaciones (entendidas éstas como instituciones o factores sociales inherentes a toda sociedad) como herramientas políticas. Sin embargo, lo han hecho en forma sustancialmente distinta. Desde el ocaso que sufrió parte de ellas en plena década pasada hasta este renacimiento parcial que presenciamos hoy en día, los diferentes sectores de la sociedad han sido manipulados algunas veces en forma coercitiva y otras voluntariamente por el gobierno central.

El sindicalismo, las Fuerzas Armadas, la Sociedad Rural, la Iglesia, los partidos políticos, hasta la Justicia y la Unión Industrial atravesaron épocas de apogeo y zozobra. Sin duda, la historia se ocupará de evidenciar culpas y culpables de que así sucediera. Lo que puede descifrarse en este ahora es el desequilibrio que están sufriendo estas organizaciones en la vida política y económica de la Argentina. No operan ya como eslabones de una misma cadena, sino como factores de poder desigual, imponiéndose y cercenándose unos a otros, algunos obrando incluso como apéndices del Ejecutivo nacional.

Vayamos al caso específico del sindicalismo: el gobierno ha logrado que éste se erija prácticamente como un poder paralelo a sí mismo. Hay complicidad en el actuar y mimetización en los modos. La metodología de la extorsión y el apriete que impuso esta administración con algunos sectores productivos es la utilizada por el sindicalismo actual. A fin de obtener un mayor número de afiliados, el titular de la CGT sigue buscando dominar espacios por medio de procedimientos coercitivos, cortes de calle y amenazas, entre otras medidas de fuerza. Así fue como bloqueó las rutas patagónicas para que los camioneros del sur no tributen el Impuesto a las Ganancias o desabasteció las góndolas de bebidas gaseosas. En alguna medida, se puede decir que hasta la política tributaria kirchnerista, a juzgar por cómo se modificó la mentada tablita de José Luis Machinea, está prácticamente en manos de Hugo Moyano, por un lado, y de las necesidades proselitistas del Gobierno, por el otro.

Nada es gratuito. Para que el país no quede preso de paros y movilizaciones como ocurrió en la época alfonsinista, el Ejecutivo debió otorgar, por ejemplo, subsidios al gasoil que utilizan colectivos y camiones por un monto de 160 millones de pesos anuales, cuyo manejo es cuestionado incluso por la Auditoria General de la Nación. Asimismo, se abrió paso a un hombre que responde al titular de la Central Obrera para que administre unos 300 millones más al frente de la Administración de Prestaciones Especiales (APE) y se le otorgó un 5% de participación en la concesión ferroviaria de cargas. De este modo, Moyano se erige como actor fundamental en el armado del poder. Se reparten los tantos. Los sindicatos más chicos han sido capturados por los más grandes que hoy dominan el escenario. Son fuente de votos y son la base de los actos de campaña de la primera dama. Sin ir más lejos, el pasado viernes el matrimonio Kirchner viajó a la localidad de Los Antiguos, en Santa Cruz, junto al gremialista, quien construirá un hotel en tierras patagónicas para sus afiliados.

La protesta organizada por los sindicatos abandonó su premisa inicial que apuntaba a la obtención de derechos sociales y recursos para los trabajadores y se adentró en las fauces de la política con fuerza inusitada. Priman los intereses sectoriales. El trabajador se convirtió en herramienta de poder, es el medio y no el fin. Actualmente, los sindicatos regulan el mercado y la vida política después del ostracismo que sufrieron durante el retraimiento del Estado en los noventa. Recuérdese que, en 1992, sin ir más lejos, la CGT sufrió una de las más grandes rupturas. En aquel entonces, la división dificultó la acción movilizadora de los gremios. Posiblemente, el rasgo peronista más significativo de la actual gestión sea este regreso a la convivencia entre gobierno y sindicalismo. Una connivencia compleja. Se habla del sindicalismo kirchnerista o de “la pata sindical” del Gobierno con absoluta impunidad. Hugo Moyano forma parte de la mesa chica de negociaciones, tanto políticas como económicas, y logra así una suerte de canje entre las aspiraciones salariales y las ofertas oficiales.

Puede decirse que Néstor Kirchner creó las condiciones para que surja una especie de nuevo sindicalismo fundado en la identidad de dirigentes sindicales con el presidente. A éste le deberá el kirchnerismo su triunfo en octubre, aunque también puede llegar a deberle su decadencia cuando la taba se dé vuelta. Siempre hay un precio a pagar cuando los intereses particulares prevalecen sobre los generales. ¿Cuál será la reacción sindical cuando la caja se vacíe, la inflación termine de dispararse y los sueldos no alcancen?

Lo cierto es que hay una peligrosa cesión de la administración política a la corporación sindical, al tiempo que presenciamos el desdén de otras como la Iglesia, los partidos políticos o las Fuerzas Armadas.

El casamiento de los gobiernos con el sindicalismo nunca fue para toda la vida. Los divorcios estuvieron siempre a la orden del día. Terminada la etapa proselitista y a la hora de cerrar cuentas, habrá que ver de qué manera el Ejecutivo hace frente a los compromisos que hoy adopta para encausar un monstruo que él mismo se ha ocupado de resucitar. © www.economiaparatodos.com.ar

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