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jueves 16 de diciembre de 2004

“La sociedad abierta y sus enemigos”, de Karl R. Popper

En este libro Popper realiza una excelente crítica a los enemigos de la democracia. Desde el pensamiento platónico, pasando por Hegel y Marx, el filósofo logra hacer una encendida defensa de una sociedad libre y explica por qué los autoritarismos no deben ser asumidos, muchas veces, como un mal inevitable.

En esta obra, editada por Paidós, Kart Popper realiza un profundo análisis del historicismo que le permite llegar a demostrar que éste carece por completo de rigor científico. Sostiene el autor que el historicismo, al pretender profetizar la historia, da lugar para que pseudointelectuales intenten dominar el centro del ámbito académico.

Popper también se pregunta por qué el historicismo, que puede constituir un primer paso hacia el autoritarismo, es seguido por tanta gente. La respuesta que encuentra es que muchos intelectuales desean dar una expansión a una insatisfacción profundamente arraigada. Así, la tendencia del historicismo a atacar la civilización podría obedecer al hecho de que el historicismo, en sí mismo, es una reacción contra el peso de nuestra civilización y la exigencia que ésta impone de la responsabilidad personal.

Transcribimos a continuación un fragmento:

“Ni siquiera una ciencia es solamente «una masa de hechos», aun en el peor de los casos será una colección de hechos y, como tal, dependerá de los intereses de quien los haya coleccionado, de su punto de vista. En la ciencia, este punto de vista se halla determinado generalmente por una teoría científica: vale decir que seleccionamos entre la infinita variedad de hechos y aspectos de los hechos, aquellos aspectos que guardan interés porque se hallan relacionados con una teoría científica más o menos preconcebida.

“Cierta escuela de filósofos del método científico ha llegado a la conclusión, a partir de consideraciones tales como ésta, de que la ciencia procede siempre en un círculo y que «nos descubrimos persiguiendo nuestras propias colas», como dice Eddington, puesto que sólo podemos extraer de nuestra experiencia fáctica lo que nosotros mismos hemos puedo en ella bajo la forma de nuestras teorías. Pero este argumento es insostenible. Si bien es perfectamente cierto, en general, que sólo escogemos aquellos hechos que guardan cierta relación con una teoría preconcebida, no es cierto que sólo escojamos los hechos que confirman la teoría y que, por así decirlo, la repiten; el método de la ciencia consiste más bien en buscar aquellos hechos que pueden refutar la teoría. Esto es, precisamente, lo que llamamos verificación de una teoría, es decir, la comprobación de que no existe ninguna falla en ella. (…) la historia de la ciencia demuestra que las teorías científicas son frecuentemente descartadas por los experimentos, y es precisamente esta eliminación de teorías inadecuadas lo que constituye el verdadero vehículo del progreso científico. No puede sostenerse, por lo tanto, que la ciencia se mueva en un círculo vicioso.

“En resumen, no puede haber historia de «el pasado tal como ocurrió en la realidad», sólo puede haber interpretaciones históricas y ninguna de ellas definitiva; y cada generación tiene derecho a las suyas propias. (…)

“Pero, ¿hay verdaderamente razones para rehusar al historicista el derecho de interpretar la historia a su manera? ¿No acabamos justamente de proclamar que todo el mundo tiene ese derecho? La respuesta es que las interpretaciones historicistas son de una clase muy peculiar. (…) El historicista no se da cuenta de que somos nosotros quienes seleccionamos y ordenamos los hechos de la historia, sino que cree que es la «historia misma» o la «historia de la humanidad» la que determina, mediante sus leyes intrínsecas, nuestras vidas, nuestros problemas, nuestro futuro y hasta nuestros puntos de vista. En lugar de reconocer que la interpretación histórica debe satisfacer una necesidad derivada de las decisiones y problemas prácticos que debemos afrontar, el historicista cree que en nuestro deseo de interpretaciones históricas se expresa la profunda intuición de que mediante la contemplación de la historia puede descubrirse el secreto, la esencia del destino humano. (…)

“Si pensamos que la historia progresa o que debemos progresar, cometemos entonces el mismo error que quienes creen que la historia tiene un significado que sólo resta descubrir y que no es necesario darle, pues progresar es avanzar hacia un fin determinado. La «historia» no puede hacer eso, sólo nosotros, individuos humanos, podemos hacerlo. Y podemos hacerlo defendiendo y fortaleciendo aquellas instituciones democráticas de las que depende la libertad y, con ella, conscientes del hecho de que el progreso reside en nosotros, en nuestro desvelo, en nuestros esfuerzos, en la claridad con que concibamos nuestros fines y en el realismo con que los hayamos elegido.” © www.economiaparatodos.com.ar




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