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jueves 22 de noviembre de 2007

La subdesarrollada legitimidad de Cristina

Las anomalías que tuvieron lugar durante las últimas elecciones no son el único elemento que hay que tener en cuenta al analizar el triunfo de la primera dama: no deben pasarse por alto otras maniobras utilizadas para garantizar la victoria de la fórmula oficialista.

Durante las últimas semanas se ha reflexionado mucho sobre el resultado de las últimas elecciones presidenciales. Sin embargo, un concepto fundamental –la legitimidad– no se ha profundizado, habiéndose sólo concentrado en algunas irregularidades del comicio.

Si por legitimidad se entiende la cantidad de votos emitidos en las urnas, el triunfo de Cristina Kirchner es impecable. Pero si ampliamos el concepto al cumplimiento riguroso de los pasos legales para llegar al poder, y a la ausencia de fraude o de toda maniobra espuria para torcer la voluntad popular, la respuesta es negativa.

El fraude en la Argentina

Estimo que en la Argentina ya alcanzamos lo que denomino “fraudes de tercera generación”, que superan a los de la primera (el viejo y burdo “fraude patriótico”) y los de la segunda, que comenzaron en 1943 con Juan Domingo Perón y se caracterizaron por la demagogia, dádivas, control y censura a la prensa, plena ocupación, manipulación del empleo público, destrucción de la oposición, adoctrinamiento en las escuelas, poder sindical, suma del poder público y muchas otras. Lo de Perón fue mucho menos rudimentario, pero, sobre todo, más efectivo.

Las notas características de este fraude de tercera generación superan las dos anteriores: son más sofisticadas y efectivas. Se puede mencionar el manejo de la caja, la presión y compra de voluntades de gobernadores e intendentes, el reparto discrecional de la obra pública, el control de la prensa vía publicidad oficial, la digitación del candidato y su promoción, los gastos de campaña, el clientelismo, los punteros, los planes sociales, la manipulación de índices y la compra de encuestas hasta convertirlas en “profecías autocumplidas”, entre muchos otros.

Estas maniobras se coronaron con una habilísima instalación de sensación de triunfo de la candidata oficial, junto con las bien logradas complicaciones durante el acto electoral que lograron disuadir a un 30% de argentinos de concurrir a votar: ¿para qué, si ya gana?

Las candidaturas

Si por la reforma de la Constitución Nacional del 1994 ya no pueden existir candidatos sin partido (artículo 38), los candidatos deben ser nominados dentro de los procesos democráticos internos de los partidos políticos. De otra forma, los ciudadanos sólo pueden optar por lo que otros les ponen para elegir.

Dentro de este proceso deben existir las elecciones internas, obligatorias para llegar legítimamente al poder, lo que aquí no ha ocurrido (la broma de “pingüino o pingüina” fue patéticamente efectiva, e hizo realidad lo anticipado por Anatole France en su clásico “La isla de los pingüinos”).

“Miente, miente que algo queda” (Goebbels)

La manipulación de la voluntad popular actual supera todo lo conocido. Un párrafo especial merece la mentira. Se miente sobre el pasado reciente, la época menemista y el rol de los Kirchner durante esa presidencia. Se miente sobre los años de plomo, sobre la historia argentina. Se dicen mentiras sobre los fondos de Santa Cruz y sobre el INDEC. Como sostiene Gabriela Pousa: “En rigor de verdad, el oficialismo ha tenido éxito –como lo sostuvimos en su momento– por su política comunicacional. A través de la palabra y la omisión ha creado un país maquillado donde nada es lo que parece ser”.

Las elecciones como una formalidad

Si se ha prepara bien a la población con estas maniobras, el triunfo está asegurado. Así, los gobiernos no necesitan llegar al acto electoral para conocer su resultado, lo que convierte a la elección en una mera formalidad. Ni Fidel Castro en Cuba, ni antes Alfredo Stroessner en Paraguay o Adolf Hitler en Alemania lo necesitaban.

La dudosa legitimidad

En este contexto, hablar de legitimidad de la elección de Cristina Kichner y compararla con la de Ángela Merkel o Michelle Bachelet es una exageración propia de los argentinos. Ha llegado al poder nominada por su marido, quien a su vez fue digitado por el artífice del golpe de Estado civil de diciembre de 2001. La suya es una legitimidad dudosa, menguada, aceptable para un país subdesarrollado, pero que no superaría ningún estándar internacional. © www.economiaparatodos.com.ar

Horacio M. Lynch es abogado.

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