La vergüenza de haber sido y el dolor de ya no ser
Una coyuntura signada por operaciones políticas de todo tipo, desde detalles insignificantes hasta las bajezas más extremas. La impunidad sigue, sin embargo, siendo la causa que explica todas ellas. Entre el relato y la realidad la brecha es cada vez más amplia.
A la división social se suma hoy como nunca una interna periodística repulsiva. No se trata de sutilezas a la hora de informar sino de tergiversar los hechos, y atacar a quienes dicen la verdad. Y es que el relato no se condice con la libertad.
Derechas e izquierdas han puesto de manifiesto las trampas de la oratoria oficial: Cristina no es la abanderada de los humildes ni tampoco la benefactora de las clases privilegiadas. Sólo se beneficia a sí misma y hasta ahí no más porque antes o después, la taba se da vuelta y la verdad se revela sin sutilezas. Cuando eso suceda, otra será la suerte de Cristina. De nada han de servirle las obscenas cifras ni todo el lujos que ostenta.
La crisis ética y moral que subyuga a la Argentina ha permitido este desorden de cosas donde las voces que predican se venden y compran como una mercancía. No interesan las evidencias de ayer cuando de idénticas bocas salían críticas hacia aquello que ahora idolatran y veneran. El juicio social parece no importar. “Nadie resiste un archivo”, pero el archivo tampoco resiste este hastío.
Es cierto que la sociedad argentina es muy peculiar. Suele olvidar con facilidad. Sin embargo, la memoria del hoy se está construyendo de un modo literalmente distinto a como se edificó el recuerdo de antaño. En el pasado se era meramente espectador de lo acontecido, hoy el protagonismo es indiscutido. Quién más, quién menos ha sido, es o será víctima directa de este gobierno donde el único “ismo” es del oportunismo.
Inútil es analizar el eufemismo oficial que habla de la “década ganada” por razones tan simples y sencillas que enumerarlas resulta una subestimación al lector de estas lineas. Pensemos, sin ir más lejos, que la década se inició con un recambio de miembros de la Corte Suprema de Justicia.
La mentada “mayoría absoluta” menemista fue reemplazada por lo que entonces se llamó “la mejor Corte de la historia argentina”, independiente, proba por donde se la mirara, un orgullo sin discusiones posibles, la jactancia eterna de la “magna gesta”.
Ahora bien, en medio de los actuales festejos por el aniversario del gobierno, el máximo tribunal ha dejado de ser lo que antes fue. Si acaso no falla acorde al deseo de la Presidente, toda su idoneidad e independencia serán apenas una vieja anécdota. Son las paradojas de la era kirchnerista: todo es depende.
Otro ejemplo azaroso si se quiere, lo registra el “éxito económico” atribuido a Néstor Kirchner cuyos embanderados eran los superávit gemelos. ¿Qué se celebra hoy: haberlos tenidos o haberlos perdido impunemente?
No cabe duda que el tango sigue dando en la tecla a la hora de graficar esta maniquea existencia porque 10 años después, apenas si queda la “vergüenza de haber sido y el dolor de ya no ser”.
Dudo que algún argentino decente quiera recordar que estamos sometidos a esta insensatez cotidiana por el furtivo romance de gran parte de la población con una semana de vacaciones en la costa atlántica, una convertibilidad artificial, y las cuotas para un plasma. En parte, el cantautor se equivocó: aunque no tenga remedio, la verdad es tristísima.
El tiempo es el único recurso no renovable, y 10 años en la vida de cualquiera debería ser un lapso destinado a crecer y superarse, más que una prueba de supervivencia a modo de un reality filmado en la selva.
No tienen sentido los balances porque hemos llegado a Mayo de 2013 con blancos y negros, sin matices entre medio. Se es o no se es kirchnerista. Una letra o su ausencia nos determina.
La “transversalidad” fue una estrategia para dejar sin capacidad de reacción a los partidos políticos tradicionales, que tras los estallidos de principios de siglo habían logrado sobrevivir a duras penas. El socialismo quedó paralizado al perder elementos sustanciales de su discurso en la retórica oficialista.
A su vez, a parte del radicalismo se lo cooptó con la vicepresidencia. La irrupción de Julio Cobos en sus filas fue otra táctica perversa, y tras ella se inauguró el fatídico verbo: “borocotizar” que marcará a fuego la conciencia de muchos hombres ligados a la política. Y todo se hizo a fin de fortalecer el poder absoluto del kirchnerismo. No hubo otro objetivo.
Poco puede decirse del peronismo que ha quedado reducido a una intriga desmedida, cercenado, inefable… Mutilado diría, como las manos mismas del líder justicialista. Así, sin estructuras partidarias concretas, la democracia es apenas una anatema.
Lo cierto es que aquellas asonadas del comienzo hoy no existen en el escenario político. Y la estrofa del viejo tango, en este análisis, se torna estribillo: “la vergüenza de haber sido y el dolor de ya no ser”
En 10 años, el país ha quedado aislado con dos socios que para lo único que sirven es para terminar de definir a dónde se ha llegado: Irán y Venezuela. Regímenes con tinte fascista uno, y el otro ligado al terrorismo más sanguinario.
Ciertamente no todo es obra kirchnerista, hay antecedentes que gravitan pero el ahondamiento de esta política internacional se produjo en la “ganada” década de Néstor y Cristina.
Antes, al menos, la Argentina era una curiosidad intelectual: ¿cómo se lleva a la decadencia a quién fuera granero del mundo, economía competitiva, tierra bienaventurada que abrigaba el mito de la América soñada? Hoy ni siquiera eso queda, en el mejor de los casos gracias si despertamos “la vergüenza de haber sido y el dolor de ya no ser”. Una pena.
En lo social está quizás el legado más siniestro de 10 años de ignominia disfrazada de modelo. La división de los argentinos es desde todo punto de vista una realidad insoslayable. Nadie discute eso, ni la mismísima Cristina.
En ese contexto, ser objetivo en un balance resulta la utopía más supina. Nadie escapa al Boca-River que se juega desde el comienzo de cada día, continuamente en esta geografía. Se está a favor o se está en contra. Se ha llegado a instancias de romperse familias. El fanatismo ha cegado razones y borrado de plano toda las contemplaciones. Como en las peores épocas de la historia, la tibieza resulta vomitiva.
Y es que ya no se trata de una simple concepción política, ni de una gestión más de izquierda o de derecha, más o menos estatista. Después de 10 años, el kirchnerismo ha devenido, sin eufemismos, un modo de concebir la vida.
Y aunque la Biblia llore contra un calefón, hay quienes no están dispuestos a aceptar mansamente la igualdad entre el decente y el ladrón.