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miércoles 20 de agosto de 2014

Las consecuencias de ser “ políticamente correctos ”

Las consecuencias de ser  “ políticamente correctos ”

El escenario político nacional se debate entre un cambio sustancial y un status quo singular.

Mientras hay situaciones que parecen modificar de raíz este vivir una decadencia sin fin, hay otras que ratifican la continuidad de la debacle. Se trata del humor con el cual se despierta la jefe de Estado. Todo es prueba y error pero no en sentido popperiano sino como improvisación de quién no sabe qué es lo mejor.

 

Una cosa ha quedado en claro : la agenda la impone la Presidente.

 

Mientras, la política sigue siendo un arma de apriete y extorsión, un fusil que paraliza y paralizó durante años a la población, incapaz o sin ganas quizás, de advertir la manipulación grotesca de la realidad. Lo cierto es que pese a las apariencias nada cambia demasiado.

 

La dirigencia no se renueva, salta de uno a otro lado no por afinidad en lineamientos sino por las encuestas que están en su apogeo.

 

Una de ellas concluye que un 36 % de la ciudadanía prefiere seguir así a experimentar lo que no ofrece certezas de algo nuevo, y además fue o es parte de lo viejo. Irracional pero analizable. Y es que hay un binomio que le ha hecho mucho daño a los argentinos y que explica estos hechos: la opción por ser “políticamente correctos”.

 

Una expresión fútil que nos sumió en confusiones magnánimas. ¿De qué se trata? Nada más ni nada menos que de unificar el pensamiento que ahora, desde una secretaria, pretenden coordinar como se coordina ir al cine un domingo.

 

Pocos slogan han sido más dañinos. Ese eufemismo para vender como correcto únicamente aquello que es afín al gobierno, nace de uno de los peores males: el miedo. Se impuso la cobardía y el silencio como una modo de volver a aquel nefasto “no te metás, algo habrán hecho“. Y callamos, callamos demasiado tiempo.

 

Lo cierto es que, de la noche a la mañana, pareciera que la dirigencia empresaria comenzó a salirse de esa estructura “correcta”. Ahora hablan. Ellos también callaron un largo rato. Por esta razón, la Presidente se les adelanta con un paquete de leyes volviendo a demostrar que es ella quién manda. Y tiene razón.

 

De un día para otro dejamos de debatir “default si o default no” para pasar a polemizar acerca de la Ley de Abastecimiento y la Ley Antiterrorista. ¿Qué es lo nuevo? Ambos instrumentos fueron utilizados ya por el gobierno, pero claro, la ley Antiterrorista pesó sobre un periodista de Santiago del Estero y el federalismo argentino es puro mito.

 

Otra hubiese sido la historia de haberse aplicado a algún periodista que trabaje en estos pagos. Ahí hubiese habido escándalo. Los kilómetros obran maravillas en Argentina. En definitiva, esta ley no busca sino amedrentar, estamos nuevamente camino al falso silogismo: “Yo o el caos“, aunque a esta altura cueste diferenciarlos.

 

Dentro de Casa Rosada todo es especulación. La oposición esta siempre un paso más atrás de lo que debiera, lo de ellos es el proselitismo ahora. El kirchnerismo en cambio, viene haciendo campaña desde mayo de 2003 cuando llegaron. Fernandez de Kirchner decidió en los últimos tiempos legar el cetro y el sillón a los sondeos de opinión. Cristina hará aquello que le favorezca en las encuestas, y dejará de hacer lo que resulte negativo para sí misma y para su gestión.
Esta semana pues, se inicia con un cambio de escenario que no implica una reforma en otro plano. La pelota pasa del Ministerio de Economía al Congreso de la Nación donde se debatirán las leyes en cuestión. En un país donde la compra-venta de voluntades y el sepelio de la dignidad cercenaron las normas básicas y anularon las convicciones y las ideas, es difícil predecir qué sucederá en el recinto donde la mayoría pende de un hilo.

 

La pregunta del millón hoy apunta a descifrar si pese a la evidencia del fin de ciclo, sobrevivirá la “obediencia debida” a Cristina. La jurisprudencia al respecto da una respuesta afirmativa. Es el gobierno quién aún tiene caja para manejar como títeres a su bancada. ¿Habrá algún Campagnoli diputado o senador? Es decir, ¿habrá alguien que se atreva a no ser “políticamente correcto”?
Si convenimos que el kirchnerismo es apenas un supermercado donde cada uno atiende su propio kiosquito, harán lo que han venido haciendo desde hace once años: priorizar sus bolsillos y sus cargos.

 

El “bien común” ya no es común, la “unión nacional” fue el primer blanco en ser atacado, y la justicia jamás se afianzó acorde a la definición de Ulpiano: “Dar a cada uno lo suyo”

 

En este contexto, lo que debiera ser normal se vuelve asombroso, y es la excepción, la que llama la atención. Por eso, y porque el kirchnerismo mantiene aún la capacidad de daño, no podemos hablar de grandes cambios, ni de transformaciones esenciales si no desterramos la macabra “corrección política” para hacer lo que debió hacerse desde el primer día.

 

Aunque parezca que ya todo está perdido queda mucho por perder mientras la jefe de Estado siga en el poder impartiendo miedo y habilitando sólo lo “políticamente correcto”

 

Por otra parte, la Ley de Abastecimiento no es precisamente una idea novedosa o revolucionaria. Con los mismos métodos se consiguen los mismos resultados. Tiempo atrás, la consecuencia fue el “Rodrigazo”, ¿por qué ahora debería ser distinto?
Pero está claro: no es el gobierno el que está cambiando. Son los empresarios porque está ley viene, en todo caso, a reemplazar el arma sobre el escritorio, el “pongui pongui”, y el “aquí no se vota” del ex secretario de Comercio, Guillermo Moreno. El gobierno se ha inmiscuido en las empresas desde el vamos, ahora solo quieren legalizarlo.

 

Parte de la culpa es del Ejecutivo, no toda. En Argentina se ha elegido ser correctos políticamente porque “pertenecer tiene sus privilegios”. Ahora que esos “privilegios” no son tantos, hablamos…

 

Recién cuando aprendamos a hacerlo en el momento indicado, sin especular y con la frente alta dispuestos a soportar lo que haga falta, podremos intentar hacer de esta Argentina, no una panacea sino simplemente un país. Hoy es apenas una nostalgia, una lágrima que dibuja una geografía, en un mapa donde el resto ni siquiera la divisa.