Las falsedades de la política
La mejor definición ontológica de la verdad, es probablemente la del filósofo italiano Manlio Sgalambro cuando dice: ”suelo definir a veces la verdad como el mundo sin el hombre”
Ante los murmullos inconexos que desata en la oposición el ocaso del kirchnerismo, surge un pensamiento instintivo por simple asociación de ideas: si se lograra la desaparición de determinado “tipo” de hombres, podría quizá reducirse sensiblemente el margen de maniobra de quienes suelen atosigarnos con sus verdades “significativas”.
¡Qué bien le cabría esto a una gran mayoría de nuestros políticos!
Esos señores sentados en las poltronas a las que acceden luego de celebrar sus grandes batallas electivas, que mienten y fantasean sin pudor ni límite alguno, evidenciando su poco interés en reconocer la realidad. Esa realidad con la que van tropezando no obstante a cada paso.
Asemejándose, como diría Ortega, a esos toscos labriegos que con sus dedos gruesos y torpes pretenden tomar una aguja de coser que se halla sobre una mesa, sin lograrlo jamás.
A través de sus habituales embustes y “exacciones”, nos recuerdan una metáfora humorística de Nietzsche: “el bandido y el hombre poderoso (en nuestro caso cualquiera de dichos políticos) que promete a una comunidad protegerla del bandido, son tal vez dos seres similares, con la única diferencia de que el segundo logra su beneficio de una forma distinta del primero, esto es, por medio de contribuciones legales que la sociedad le abona regularmente, y no por botines de guerra”.
Claro está que para que exista un político macaneador al acecho, hace falta una sociedad permisiva y crédula de sus paparruchas, tratando de colmar sus ansias de vivir al conjuro de una cierta magia.
¿Qué hemos hecho los últimos años en el país para consolidar la democracia y dirigir nuestra “razón” hacia las metas superiores que ésta nos exige?
La cuestión es muy compleja y envuelve delicadas consideraciones de honradez moral e intelectual.
Muchos ciudadanos, sometidos a las urgencias de lo cotidiano y a la ínfima batalla por sobrevivir, nos hemos sentido inundados por el agobio de nuestras preocupaciones de familia y emprendimientos personales, SIN LEVANTAR LA NARIZ DEL SURCO QUE IBAMOS ARANDO.
Al hacerlo, ignoramos las señales que teníamos a la mano para “desechar” a los fabuladores que pueden ser descubiertos según las reglas de Ortega y Gasset: “si alguien se obstina en afirmar que cree que dos más dos igual a cinco y no hay motivo para suponerlo demente, debemos asegurar que no lo cree, por mucho que grite y aunque se deje matar por sostenerlo”.
Esos mismos fabuladores que cultivan una política hoy seudo “progresista” y ayer falsamente “neoliberal”, que aún frente al fracaso siguen ensayando los acordes de sus instrumentos desafinados.
Fernando Savater recuerda un diálogo de la película “Charada”, donde Audrey Hepburn le pregunta quejosa a Cary Grant por qué todo el mundo miente. Experto en la administración de falsedades en dicho film, Grant le responde: “Porque desean algo y temen no conseguirlo diciendo la verdad”. Le hubiera faltado añadir, sigue diciendo Savater, que en última instancia, tienen aún menos probabilidades de lograrlo mintiendo.
Algunos de nuestros políticos deberían poner estas reflexiones bajo la almohada por las noches con el fin de que les quedaran grabadas en su memoria inconsciente mientras duermen.