Image Image Image Image Image Image Image Image Image Image
Scroll to top

Top

jueves 5 de diciembre de 2013

Las ilusiones kirchneristas

Las ilusiones kirchneristas

El análisis político del doctor Vicente Massot

En las tiendas gubernamentales alientan la esperanza de que sea posible llegar a las próximas elecciones presidenciales con el poder suficiente como para fijar las reglas de juego dentro del peronismo y, eventualmente —dependiendo de la marcha de la administración pública— imponer también un candidato que, sin ser del riñón kirchnerista, resulte confiable. Concientes de que Cristina Fernández no tendrá más remedio que irse a su casa, no por eso se dan por vencidos sus acólitos. Se sienten seguros con la munición acumulada y con la capacidad de daño que mantienen intacta. ¿Se equivocan? ¿Acaso sueñan despiertos o hay algo de cierto en sus especulaciones?

Conviene, al respecto, ir por partes. Preservar la gobernabilidad no parece, a esta altura, una tarea imposible de lograr. Pero aun si en esa empresa —que es la condición necesaria para luego tejer planes y acariciar ilusiones— el oficialismo tuviese éxito, no habría conseguido automáticamente ni fijar las reglas de juego ni tampoco ungir un candidato.

Podría el kirchnerismo hacer razonablemente bien los deberes que tiene por delante la dupla Capitanich-Kicillof y, así y todo, resultar aplazado a la hora de decidir cómo habrá de  substanciarse el proceso de selección del próximo candidato justicialista. Por lo tanto, hay aquí una primera incógnita a develar: cuál será la forma a través de la cual el peronismo marchará a las urnas dentro de dos años.

Un camino es el de la unidad, que hoy luce inalcanzable. En tal caso se dirimirían supremacías con base en unas internas en las que podrían participar, desde Sergio Massa y Daniel Scioli, pasando por José Manuel de la Sota y Jorge Capitanich hasta llegar a Sergio Urribarri. ¿Por qué no? Conspira en su contra el hecho de que los opositores al gobierno jamás aceptarían
someterse a una iniciativa nacida de las entrañas de la Casa Rosada. Pero bien podría suceder que, con el correr del tiempo y a medida que se acerque la fecha, el peronismo decidiese independizarse de la tutela que lo tiene atado a la voluntad de la presidente y se animase a volar solo.

El camino señalado resulta hoy imposible de recorrer. Pero cuando está de por medio el poder, el justicialismo no suele jugar a las escondidas ni andarse con vueltas. En 2003, fruto de la disputa que entablaron Carlos Menem y Eduardo Duhalde, el movimiento nacido en octubre de 1945 se presentó a elecciones con tres candidatos diferentes. Algo que podría volver a ocurrir en 2015 si Massa, Scioli y un eventual kirchnerista duro se lanzasen en forma separada. En aquel entonces a Kirchner le fue bien, aunque no está escrito en ningún lado que el experimento pueda repetirse de idéntica manera, con igual resultado.

Tanto el jefe del Frente Renovador como el gobernador de la provincia de Buenos Aires saben que las divisiones pueden resultar peligrosas. Claro que son realistas y consideran que no es momento, el actual, para pensar en la unidad. Falta todavía demasiado tiempo a los fines dedecidir acerca de una cuestión que será de crucial importancia pero que dependerá —como en
todas las cosas— de la relación de fuerzas existente. No es lo mismo un escenario en donde el peronismo —habiendo demostrado su razón de ser independiente respecto del universo K— convoque por las suyas y fije las reglas de juego, de otro en el que Cristina Fernández tenga todavía arte y parte en el asunto.

Como decíamos al principio, los principales valedores del Frente para la Victoria alientan esperanzas de que la recomposición del modelo —por llamarle de alguna manera— dé sus frutos y les permita terciar en la disputa como uno de los actores decisivos. En esto no imaginan disparates aun cuando parecen pasar por alto la incidencia que necesariamente tendrá la ausencia de su jefe en la grilla de los presidenciales. Dicho de manera distinta: el poder que acumuló el kirchnerismo
y que ejerció sin desmayo durante la última década fue directamente proporcional —en un país caudillista, como el nuestro— a la existencia de una figura excluyente, que mandaba sin intermediarios. En esto, menemismo y kirchnerismo —más allá de sus abismales diferencias en otros campos— son las caras de una misma moneda.

Luego de ser satanizado por el gobierno de la Alianza y, en mayor medida, por la administración duhaldista, el riojano fue capaz en 2003 de ganar en primera vuelta, aun con el peronismo dividido entre sus seguidores, los del santacruceño y los de Adolfo Rodríguez Saa. Pero bastó que anunciase que no disputaría la segunda vuelta contra Néstor Kirchner para que, de
la noche a la mañana, se fugaran todos los gobernadores, senadores, diputados, intendentes y concejales que lo habían acompañado en las boletas de su partido.

El ejemplo no es gratuito ni traído de los pelos. Cuando el kirchnerismo desmenuza números, hace cálculos, imagina escenarios y piensa en un futuro lejos de Balcarce 50, deja de lado este lado elemental de la política criolla y de la historia peronista: nadie acompaña al ídolo caído y falto de poder en el llano. Suponer que un candidato del riñón cristinista o, inclusive, un neokirchnerista vaya a generar las lealtades y suscitar las adhesiones que en su oportunidad consiguieron el santacruceño y su mujer, es no entender la esencia del movimientismo asociado a una figura carismática.

No deja de ser cierto que si Jorge Capitanich logra reacomodar las cargas, corregir los errores, recomponer la confianza de los inversores externos, frenar la fuga de divisas, sincerar las tarifas y ponerle corte a la inflación —algo harto improbable— el espacio de maniobra con el cual contaría la presidente sería mucho más amplio que el actual. Sin embargo, a los efectos de medir al kirchnerismo de ahora en adelante, la economía no es el factor decisivo. Resultará siempre la condición para asegurar la gobernabilidad, nada más. Un milagro económico no cambiaría demasiado las cosas a poco de entender que su fecha de defunción es menos producto de los desaguisados propios de su gestión que de la inexistencia de un delfín.

Cuando las encuestas hechas con posterioridad al 27 de octubre muestran a Cristina Fernández con una considerable intención de voto, en realidad no mienten. Si la viuda de Kirchner pudiese ser de la partida en 2015, el tablado sería completamente distinto. No porque tendría el triunfo asegurado sino porque todavía es una fuerza electoral de suma importancia. A condición —de más esta decirlo— que ella encabece la lista del Frente para la Victoria.

Todo lo dicho descansa en dos supuestos implícitos: 1) que Cristina Fernández sea capaz de cumplir su mandato en tiempo y forma, y 2) que anhele el triunfo del justicialismo, cualquiera sea su coloratura. Cuidado con los supuestos implícitos. Hasta la semana próxima.

Fuente: Massot / Monteverde & Asoc.