Las recetas inalterables del populismo: subsidios y consumo sin control
Durante años, muchos políticos han contribuido al trágico empobrecimiento de la sociedad, desarrollando una economía de subsidios que el Estado distribuyó a granel entre los ciudadanos, sin pensar en las consecuencias que desencadena siempre la descontrolada emisión de moneda que se utiliza para satisfacer estos objetivos.
La peculiar psicología respecto de la inflación, considerada en algunos ámbitos como “necesaria en pequeñas dosis” (sic), se constituyó así en una enfermedad implantada muy profundamente en nuestro espíritu, gracias a una cultura económica populista, que se despreocupó totalmente del peligro que genera la retroalimentación de un proceso muy perverso propiciado por estas políticas nefastas.
En ese escenario, el justicialismo ocupó el epicentro durante décadas, intuyendo que como la autoridad de un gobierno descansa siempre SOBRE UN CONSENTIMIENTO POPULAR RENOVABLE, le era obligatorio (¿) realizar concesiones -aunque éstas contrariaran normas de la sana razón-, con el fin de “sobornar” a los votantes y lograr de tal modo un consenso popular que le permitiera mantenerse “in aeternum” en el poder.
En vez de apuntar hacia objetivos de largo alcance apoyándose en principios básicos de equilibrio fiscal y productividad, apostaron siempre al corto plazo, más atentos a sostener tasas de desempleo políticamente “aceptables”, olvidando que estos procesos de “satisfacción artificial” terminan, tarde o temprano, en una crisis incontrolable.
La Argentina ha vivido sujeta así durante más de cincuenta años a regímenes que malversaron los principios de una economía sana, manifestando sin ruborizarse que la inflación puede ser un camino para afrontar las recesiones, sin analizar otras alternativas muy bien fundamentadas en las ciencias económicas, que permiten atender los problemas sociales sin causar el desorden que termina generando un Estado paternalista que apuesta al tentador “facilismo” monetario.
En efecto, olvidan con frecuencia que el papel moneda tiene valor en la medida en que la gente suspende su incredulidad de que sea realmente moneda. Por lo que al desvanecerse dicha confianza, hay una huida de éste que se vuelve más y más frenética cada vez.
En general pasa algún tiempo antes que se perciba el daño que causan los elevados niveles de inflación, lo que otorga un relativo poder de maniobra temporal a estos políticos especuladores; un período durante el cual la economía sigue andando –aunque sea a los tropezones-, y retarda una crisis que sobreviene inevitablemente por las razones apuntadas.
El paso del kirchnerismo a Cambiemos luego de las elecciones de diciembre, ocurrió en el momento preciso en que las falacias de la economía K comenzaban a estallar en la cara de una sociedad que no ha llegado a comprender todavía que estamos viviendo los efectos de un verdadero tsunami, emergente de la perversidad de un gobierno que construyó su supervivencia durante doce años sobre subsidios indiscriminados montados sobre una emisión monetaria descontrolada.
Como tantas veces en el pasado, logramos entre todos –aunque nos duela tener que admitirlo no hemos aprendido la lección-, fulminar el ahorro, la productividad y cualquier esfuerzo personal que pudiera sujetarnos a la lógica de una sana razón: las evidencias que indican que nos hemos convertido en un país empobrecido por cincuenta años de despilfarro.
Gracias a los argumentos pendulares celebrados entre una falsa derecha y una izquierda disolvente, fuimos exprimiendo un limón que, como todos los de su especie, había dejado de dar jugo desde hace rato.
Nos gustaría recordar en este punto lo que decía Milton Friedman acerca de la característica “parkinsoniana” de ciertos gobiernos que gastan habitualmente todo lo que produce un sistema de impuestos, AGREGANDO SIEMPRE BASTANTE MÁS, hasta que les resulta imposible aumentar los tributos y comienza un ciclo frenético de endeudamiento a cualquier costo. En el caso del kirchnerismo -sin acceso al crédito internacional por su falta absoluta de seriedad financiera-, con el saqueo a los fondos de las cajas de distintas instituciones del Estado, que, supuestamente, deberían haber protegido.
Ignoraron seguramente los orígenes del paradigmático proceso inflacionario de la República de Weimar –por dar un ejemplo histórico aterrador-, que ocurrió por la financiación de un Estado CON DÉFICIT PERMANENTE y el caso de Venezuela, nuestro “peligroso” amigo de tiempos recientes, que es hoy una réplica de este antecedente en pleno siglo XXI.
Jamás se puede encontrar una solución para combatir este problema si la sociedad no se pone de acuerdo sobre cuál es la causa del mismo, porque no existiría inflación si no hubiera expansión alocada de la provisión de moneda, ya que está probado que los bienes que inundan exageradamente un mercado terminan perdiendo su valor unitario.
Pero el kirchnerismo, claro está, no ha sido una excepción en la historia de nuestra política económica. La sociedad entera ha vivido esta enfermedad sin preocuparse en lo más mínimo por tratar de curarse de esta verdadera toxina cultural, ni demostrar el menor interés por crear anticuerpos para combatirla.
Durante años hemos sucumbido a la tentación de mantenernos como pacientes de una droga que nos mantuvo viviendo una vida paupérrima en medio de sobresaltos -con efectos colaterales muy dolorosos-, recurriendo al mundo financiero que está siempre alerta a hacer su propio negocio prestando auxilio monetario a tasas exorbitantes.
Hasta que llega un momento en que la capacidad de repago es puesta en duda y los intereses suben a porcentajes estratosféricos, provocando que el enfermo quede en estado de coma profundo y deba recurrir a un proceso de desintoxicación prolongada de abstinencia, que en nuestro caso NUNCA COMENZÓ.
La cultura de la inflación es una “no” cultura. Es solo el resultado, como sostiene Hayek, de cuestiones políticas y psicológicas antes que económicas, por no decidirse a enfrentar las restricciones que siempre impone la realidad.
Ese es a nuestro juicio el gran desafío de Cambiemos: lograr que la gente lo comprenda de una buena vez y obre en consecuencia, abandonando la doctrina populista que derramó el peronismo sobre la conciencia de la sociedad, apoyado sobre políticas de “derechos” sin límites que soslayaron siempre las “obligaciones” emergentes de los mismos y terminaron contagiándonos el virus a todos por igual.
Por el momento, deberíamos estar muy atentos al pedido de los gobernadores de varias provincias peronistas que desean endeudarse nuevamente con el “permiso” del gobierno central -que debe avalar sus propósitos-, con el fin de sostener salarios que constituyen en algunos casos hasta el 60% de sus gastos corrientes.
Como se ve, los cultores de la partitura que dio origen al gran despilfarro nacional no parecen haber aprendido todavía las lecciones de la historia.
¿Y nosotros?
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