Después de leer y releer infinidad de veces la información oficial sobre las causas que llevaron a Kirchner a pedirle la renuncia a Lavagna, no pude descubrir un solo argumento medianamente convincente. Decir que se abre una nueva etapa después de las elecciones es una generalidad que no explica nada. De manera que todo lo que podemos formular al respecto son conjeturas. Que si a Kirchner le cayeron mal las denuncias de Lavagna sobre corrupción en la obra pública. Que si a Kirchner le molestó que Lavagna concurriera al último coloquio de IDEA en Mar del Plata. Que Lavagna se tuvo que ir porque su aliado político, Duhalde, quedó sepultado en las últimas elecciones.
Podemos hacer mil conjeturas sobre las causas del alejamiento de Lavagna dada la ausencia de información oficial. De lo que no tengo ninguna duda es de que Lavagna saltó a tiempo de un barco que se hunde. En vez de seguir bailando en la cubierta del Titanic, Lavagna decidió rumbear hacia los botes salvavidas mientras el resto del pasaje festeja y baila envuelto en una borrachera mezcla de soberbia e inconciencia.
Lavagna se va en el momento justo en que la actividad económica va a estar limitada en su expansión por falta de inversiones. También se va justo antes de que la tasa de inflación se dispare a niveles insospechados. Y, sobre todo, se va justo antes de que se desate una feroz lucha por la distribución del ingreso. A mi juicio, Lavagna, sabiendo que el barco ya fue dañado por el iceberg, sabe que la cosa no tiene solución y que sería suicida quedarse festejando en la cubierta como lo hace el resto del pasaje. Podemos decir que Lavagna maximizó su beneficio político de reactivar la economía. Se va con una alta utilización de la capacidad instalada industrial. Poco importa si esa mayor utilización de la capacidad instalada se debe a causas artificiales e insostenibles en el tiempo. Lo que va a recordar la gente es que durante la gestión de Lavagna la actividad económica se recuperó. Y el ahora ex ministro tendrá las estadísticas disponibles para demostrarlo. Podríamos decir que Lavagna se fue con un activo político y le dejó el pasivo a Kirchner.
En realidad, el principal pasivo que tiene la Argentina para poder crecer es el mismo Kirchner. Su incontinencia verbal, sus ataques de cólera y su comportamiento autoritario no le dejan ver que es él quien ha potenciado la desconfianza que hoy padece la Argentina a la hora de captar inversiones.
Si Rodríguez Saá y Duhalde hicieron de la Argentina un cambalache económico, Kirchner se ha encargado de confirmar que, bajo su mandato, el país va seguir siendo un lugar de altísimo riesgo para invertir, con una muy fuerte imprevisibilidad en sus reglas de juego.
¿Puede la nueva ministro cambiar las expectativas económicas? La verdad es que antes de escribir su nombre tengo que revisar todo el tiempo cómo se llama porque no es, ciertamente, una economista de nota, ni conocida. Felisa Miceli no es un nombre que pese en el mercado por su trayectoria. De manera que, en principio, su nombre no puede, aunque sea transitoriamente, actuar como una esperanza generadora de confianza.
Cuando Cavallo asumió como ministro de Economía de De la Rúa, algunos supusieron que podría transformarse en la pata de confianza política que no ofrecía el presidente. El resultado final fue que los dos cayeron al precipicio. Si el Ejecutivo no funciona, no hay sustitutos que puedan hacerlo funcionar.
Pero que Miceli sea desconocida no implica, necesariamente, que sea incapaz como economista o como ministro de Economía. ¿Sería, entonces, prematuro formular un pronóstico sobre su posible desempeño en la cartera de Economía? La respuesta es no. Porque cualquier economista bien formado sabe que el éxito de una política económica no se limita a su consistencia técnica. También requiere de un contexto político e institucional adecuado al momento de atraer inversiones.
Teniendo en cuenta que Kirchner es más el problema que la solución a la crisis económica argentina, es evidente que cualquier economista que acepte formar parte de su gobierno comparte el estilo agresivo y autoritario del presidente, sin que le importe crear un ambiente de negocios y sin entender que no hay política económica que pueda funcionar sin un mínimo de institucionalidad.
¿Cómo va a hacer la nueva ministro para transformar la Argentina en un lugar atractivo para las inversiones si su presidente ha dado acabadas muestras de no estar en condiciones de devolverle al país un mínimo de seriedad institucional?
Lavagna, con todos sus errores en política económica, al menos era un pequeño dique de contención ante los desvaríos a los que cotidianamente es sometido el país. Era un frágil límite al desborde mayúsculo.
La noticia importante de ayer es que ese frágil límite ya no está. © www.economiaparatodos.com.ar |