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martes 7 de agosto de 2012

Lo que hay, lo que se impone hacer y lo que debería hacerse

El título de la exposición anticipa en buena medida lo que me propongo decir. En primer lugar, voy describir en forma sumaria el estado de situación de la economía argentina. En segundo lugar, voy a listar las medidas que se impone tomar lo antes posible, más allá de lo que el actual gobierno decida hacer o dejar de hacer.Tuve el agrado y el privilegio de exponer mis puntos de vista sobre la situación económica argentina, sobre lo que se impone hacer y sobre lo que debería hacerse, en una conferencia a la que asistieron empresarios, economistas y observadores calificados.

Los argumentos y el mensaje central de mi exposición no son nuevos; los tomé del libro Antídotos contra el riesgo-argentino que publiqué en Internet en 2010. Siguen los apuntes que preparé para la ocasión.

 El título de la exposición anticipa en buena medida lo que me propongo decir. En primer lugar, voy describir en forma sumaria el estado de situación de la economía argentina. En segundo lugar, voy a listar las medidas que se impone tomar lo antes posible, más allá de lo que el actual gobierno decida hacer o dejar de hacer.

En tercer lugar, voy a explicar la razón por la cual creo que tales medidas son, de todas maneras, insuficientes. Entre mediados de 2002 y mediados de 2007, el motor de la reactivación de la economía fue una pronunciada caída de la prima de riesgo-argentino. La prima cayó de 7000 puntos básicos en julio de 2002 a 180 en enero de 2007, se frenó (pero no se revirtió) la salida de capitales, aumentó la demanda agregada y, por tanto, la producción. Desde entonces, los motores de la expansión han sido el notable aumento del precio de los commodities de exportación y el formidable aumento del gasto público (20 puntos porcentuales del PBI). El impacto expansivo de estas dos fuerzas sobre-compensó el impacto contractivo de la suba de la prima desde 2007. Hay síntomas claros de que la economía argentina no funciona bien. Se trata del nivel de la prima de riesgo-país (nada menos que 1200 puntos básicos), la continua salida de capitales, la fuerte retracción de la inversión externa directa, el pobre nivel de los depósitos bancarios y el escaso crédito bancario, la alta inflación, el creciente déficit fiscal y el muy mal estado de la infraestructura energética y de transporte.

No puedo pronosticar un colapso inminente. Aunque causas no faltan.

¿Qué medidas tomarían exministros como Alemann o Lavagna para enderezar el rumbo de la economía? Voy a aventurar un posible listado: 1º Actualizar las tarifas de las empresas de servicios públicos y renegociar sus contratos. 2º Regularizar los defaults con el Club de París, el tribunal del Banco Mundial, Repsol y el INDEC. 3º Congelar el gasto público en valores nominales hasta ponerlo en línea con la recaudación tributaria. Eliminar las retenciones y normalizar el impuesto a las ganancias. 4º Desbloquear exportaciones e importaciones, eliminar el control de cambios y restablecer la libre transferencia. 5º López Murphy puntualizó hace unos días la conveniencia de devaluar el peso para aliviar o acelerar el ajuste fiscal (la devaluación aumenta el nivel de precios y de esta forma sube la recaudación en valores nominales). El objetivo del paquete de medidas es bajar la prima de riesgo-país desde, quizá, el primer puesto del ranking mundial a unos 200 p. b., bajar la inflación, recrear el crédito, estimular la inversión, reactivar la economía y crear empleos. Después de nueve años de recalcitrante irracionalidad, el paquete suena a música celestial.

Aun con la economía mundial jugando en contra, resultaría exitoso en el corto plazo. Pero, a juzgar por nuestra historia de crónica inestabilidad y reversibilidad institucional, sería otro fracaso en el largo plazo. El carácter reversible de nuestras instituciones económicas básicas hace que la propiedad privada bajo jurisdicción argentina quede expuesta a la expropiación, que tiene mil caras; eleva el riesgo de hundir capital en territorio nacional, baja la productividad del trabajo, achica el PBI y acentúa la pérdida de gravitación argentina en la región y el mundo. La devaluación, el ajuste tarifario y la reducción del gasto público abrirían las puertas de un enésimo ciclo de ilusión de corto plazo y frustración de largo plazo. Ya lo hicimos en 1971, en 1981, en 1989-91 y en 2001-02 con dramatismo. En los cuarenta años anteriores a 1971 también lo hicimos, con menor espectacularidad. El paquete es insuficiente. No tiene futuro porque es muy fácil de revertir. De hecho, fue revertido o repudiado cada diez años.

Lo que acabo de decir y en especial el tumultuoso abandono de la convertibilidad, el pánico bancario de 2001 y varias violaciones del derecho de propiedad, la concentración del poder recaudatorio y político en el gobierno nacional, la creciente cerrazón comercial y el mayor aislamiento internacional me fueron convenciendo de la utilidad de pensar instituciones irreversibles, que funcionen como antídotos efectivos contra el riesgo-argentino. Dos modelos han ordenado la vida económica argentina desde la Organización Nacional. El de Juan Bautista Alberdi, más bien internacionalista, entre principios de la década de 1860 y principios de la década de 1930, y el de Federico Pinedo, más bien nacionalista, a partir de entonces. El segundo modelo se armó velozmente entre 1930 y 1935. Sus rasgos básicos son el proteccionismo industrial, la centralización de la recaudación impositiva y la banca central emisionista. Mientras fue manejado por Pinedo o por hombres como él, el modelo funcionó aceptablemente. No era muy distinto al modelo que se implementaba entonces en los países importantes. Pero en cuanto cambiaron los tiempos políticos y los gobernantes, el modelo fue abusado repetidamente y la economía argentina se empobreció. ¿Por qué fue abusado? Porque el costo de repudiar instituciones económicas es bajo en el modelo nacionalista.

El costo de abandonar la política comercial, la monetaria, la bancaria o la impositiva, sino todas juntas a la vez, es bajo porque el modelo económico nacionalista permite que el gobierno nacional tome decisiones unilaterales pues no debe rendir cuentas a nadie. No rinde cuentas a las provincias, pues ahora son mendigos del Tesoro nacional. Ni al Congreso, que ahora es un reflejo de las débiles autonomías provinciales. Ni a potencias extranjeras, pues ninguna de ellas tiene el status de socia preferencial y temible. Ni a pactos supranacionales en áreas como defensa o comercio, porque el gobierno nacional no quiere firmarlos. Nuestra tesis es que el modelo nacionalista es la madre del populismo económico y el riesgo-país. Por consiguiente, nuestra propuesta es desnacionalizar las instituciones económicas básicas del país.

Desnacionalizar significa específicamente quitar atribuciones al gobierno nacional. Consiste en poner bajo la jurisdicción de otros gobiernos o formas de gobierno el comercio exterior, la moneda, la banca y una parte importante de las finanzas públicas. En materia comercial, desnacionalizar significa poner el intercambio comercial externo bajo la jurisdicción de un tratado de libre comercio con una superpotencia (un país o bloque grande, estable, abierto, con capacidad de represalia). Un TLC con EEUU, por ejemplo, forzaría al gobierno nacional a respetar una cierta estructura arancelaria y normas comunes en materia de protección de inversiones, propiedad intelectual, medio ambiente, mercado de trabajo y compras oficiales. Desnacionalizar en este plano es igual a supranacionalizar. En materia monetaria, desnacionalizar significa adoptar una moneda de reserva (dólar, euro, ¿sudamericano?) como moneda propia. En materia bancaria, desnacionalizar significa poner a la banca comercial bajo jurisdicción de los países emisores de monedas de reserva donde tienen sus casas matrices los bancos que estarían habilitados para captar depósitos y dar crédito en el país. Desnacionalizar en este plano es igual a internacionalizar. En materia de finanzas públicas, desnacionalizar significa descentralizar la recaudación impositiva. A su vez, descentralizar significa hacer responsables a las provincias del grueso de la recaudación a fin de dividir el poder político. Desnacionalizar en este plano es igual a provincializar.

El objeto de desnacionalizar el comercio exterior, la moneda y la banca es poner a salvo de las arbitrariedades de la jurisdicción argentina a grandes franjas de la economía argentina. Cuando el costo de repudio de los acuerdos es alto, la probabilidad de repudio es baja. Entonces, se vuelve menos probable que las ‘reglas de juego’ cambien y más probable que la inversión en territorio nacional experimente un boom. El objeto de desnacionalizar la recaudación impositiva es limitar el poder del gobierno nacional. Nuestra hipótesis es que 24 pequeños populismos provinciales son menos dañinos que un gran populismo nacional. La competencia impositiva entre las provincias resultaría en una presión tributaria más baja, un gasto público más eficiente y una democracia más efectiva. Pero la probabilidad de reversión de la descentralización es alta porque el costo de hacerlo es bajo. La decisión de volver a una organización cuasi-unitaria como la presente es interna. No involucra un repudio de acuerdos internacionales capaz de estigmatizar y aislar el país. La idea económica es simple y la propuesta es realista. Los TLC son una realidad en casi todos los países de América Latina con costa al Océano Pacífico; la misma Argentina, entre 1860 y 1930, fue parte informal del Imperio Británico.

La descentralización tributaria es una realidad en Suiza, EEUU y Canadá y también lo fue en Argentina entre 1853 y 1935. La moneda común es una realidad que se defiende a capa y espada en la Unión Europea. A decir verdad, poco realista o utópica parece ser la pretensión de la dirigencia argentina de conservar, por medio de una combinación de honestidad y prolijidad, el modelo económico nacionalista.

Fuente: www.jorgeavilaopina.com