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jueves 10 de marzo de 2005

Los banqueros italianos y el default (en la Edad Media)

Desde tiempos remotos, los países se han endeudado y también han incumplido sus compromisos. Los defaults no son fenómenos nuevos en la historia de la humanidad y tampoco lo son sus consecuencias.

Con el cierre del canje de los títulos de la deuda pública argentina el último fin de semana, el Gobierno se adjudicó un éxito político y económico que difícilmente haría sentir orgulloso a una persona que tenga ciertos valores morales como el de cumplir con la palabra empeñada o con la devolución de lo que se tomó prestado de acuerdo a lo pactado voluntariamente por las partes. Esta “renegociación” de la deuda nos deja mal parados como sociedad y sus consecuencias serán apreciadas en el mediano y largo plazo, cuando la euforia de lo inmediato haya pasado.

Uno de los grupos que más protestó contra esta violación del contrato, entre prestamista y prestador, fue el de los tenedores de bonos italianos. Con justa razón ellos tratan de recuperar lo más que puedan de su inversión, aunque esto parezca ahora un reclamo injustificable para muchos de los políticos argentinos que en su momento les pidieron dinero prestado. Los banqueros italianos aconsejaron una inversión riesgosa a sus clientes y estos la asumieron como tal. Cuanto más alta la prima que se paga por el capital, mayor es el riesgo, y éstas son las reglas de juego. De todos modos, ello no implica que debamos “festejar” la imposibilidad de hacer frente a nuestros compromisos, porque este tipo de conductas se pagan tarde o temprano.

Los banqueros italianos tienen una larga tradición en el mundo de las finanzas internacionales, y no es la primera vez que deben hacer frente a un país que defaultea su deuda. Siendo los italianos los primeros banqueros de origen moderno, comienzan a desarrollar su actividad al mismo ritmo en que lo hace el crecimiento del comercio medieval hacia el siglo XII. La ciudad de Florencia en el Norte de Italia será la cede de los bancos más importantes de la época, como los de los Bardi y los Peruzzi.

En este momento de la historia, las monarquías comenzaban a cobrar nuevos ímpetus en su intento por recuperar el poder en sus reinos. Para ello debían contar con un ejército mejor equipado y entrenado, lo cual implicaba una gran inversión de capital. Es ahí cuando estos monarcas tornan sus miradas hacia los banqueros italianos. Estos bancos, dedicados principalmente a financiar el comercio internacional de los mercaderes, comenzaron entonces a otorgar adelantos a los reyes.

Aquí se inicia la relación entre los mercaderes italianos y los reyes de Francia e Inglaterra. El caso de Eduardo III (rey de Inglaterra entre 1327 y 1377) es interesante porque para conseguir que los banqueros italianos le prestaran dinero, les ofreció como incentivo extra, el control de todo el comercio de lana en su reino. De este modo se aseguró que los Bardi y los Peruzzi financiaran sus emprendimientos militares, tomando riesgos demasiado altos.

Estos banqueros italianos del siglo XIV tenían una relación con el poder político muy particular, con lo cual muchas de las decisiones que tomaban se basaban más en consideraciones políticas que en un análisis de la situación del mercado. Si bien ambas entidades lograban gracias a estos contactos situaciones de privilegio con respecto al control del comercio, como contrapartida se veían obligados a otorgar préstamos más riesgosos a los gobiernos de turno. El caso más notable es el de los préstamos que ambas casas otorgaron a los reyes Eduardo II y Eduardo III de Inglaterra, quienes entrarían en guerras casi permanentes con Francia.

Dada esta situación particular en la que predominaba más el aspecto político y diplomático que las razones de mercado, no es de extrañar que ambos bancos colapsaran a mediados del siglo XIV. El estallido de la Guerra de los Cien Años en 1337 hizo que la situación financiera se complicara cada vez más y, dos años después, Eduardo III anunciaba que no pagaría sus deudas, y además les quitaba a los bancos la licencia para el control del comercio de lana. Si bien los bancos de Bardi y Peruzzi lograron subsistir algunos años más gracias a las moratorias que lograron de sus clientes, ambas compañías debieron cerrar sus puertas entre 1343 y 1346. El colapso de dos de las más importantes casas financieras de aquella época repercutió sobre todos aquellos que tenían depósitos en las mismas. Los más afortunados pudieron recuperar apenas el 50% de sus ahorros.

Esta clase de error no lo cometerían los Medici en el siglo XV, quienes prohibirían a sus agentes prestar dinero a los reyes o príncipes, concentrándose especialmente en los negocios relacionados con el comercio. Al menos en un primero momento ésta sería su política empresarial, ya que con el transcurrir del tiempo mezclarían nuevamente negocios y política, pero acotando el riesgo de las operaciones al establecer una responsabilidad limitada en cuanto a sus préstamos.

Como hemos visto en estas líneas el tema del default no es algo nuevo en la historia de la humanidad. Desde tiempos remotos, los gobiernos de distintos países se han endeudado y han incumplido sus promesas de pago. El caso de los Bardi y los Peruzzi puede tener algunas analogías con el caso actual de la Argentina: los banqueros italianos del siglo XIV fueron tentados con licencias especiales para que prestaron su dinero al rey, al igual que los tenedores de bonos argentinos fueron tentados con las altas tasas que pagaban los mismos; pero cuando la recompensa es tan grande, el riesgo lo es en la misma proporción, y más cuando este riesgo se toma prestando a un Estado soberano que puede decidir “alegremente” no pagar sus compromisos. Eduardo III decidió no pagar y cancelar las licencias comerciales, Argentina decidió no pagar la deuda y sólo reconocer una pequeña porción de la misma a pagar en un muy largo plazo.

Las consecuencias de tales medidas arbitrarias son las mismas: aquellos que prestaron se vieron privados de sus derechos. Al igual que lo que sucedió en la Argentina después de diciembre de 2001, en la Italia medieval también el sistema financiero se vio profundamente afectado y los ahorros de todos aquellos que habían confiado en los bancos desaparecieron de la noche a la mañana. Por su parte, a la corona británica le costó muchas décadas volver a gozar de la confianza de los inversores, y lo mismo nos sucederá a nosotros si es que pensamos en lograr inversiones de largo plazo. © www.economiaparatodos.com.ar



Alejandro Gómez es Profesor de Historia.




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