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jueves 11 de septiembre de 2014

Los desvelos del cacicazgo peronista

Los desvelos del cacicazgo peronista

El análisis de Vicente Massot

El jueves de la semana pasada, a instancias del gobernador bonaerense, compartieron manteles el dueño de casa, tres de sus pares justicialistas —Eduardo Fellner, Gildo Insfrán y José Manuel de la Sota— y el principal operador de la Casa Rosada en lo que se refiere al peronismo: el Chueco Mazzón. Si José Luis Gioja fue parte de la tenida —como sostienen algunos— o si se quedó en San Juan —como afirman otros— poco importa. El cónclave —ahora reducido si se lo compara con el de fines del año pasado— revela la honda preocupación que, apenas soterrada, existe en los caudillos provinciales del PJ.

El indisimulable crecimiento en las encuestas de Mauricio Macri; la gravedad de la situación socioeconómica y la sordera de Cristina Fernández frente a sus reclamos, les hace temer un revés electoral de proporciones. Y como el peronismo no juega a las escondidas con el poder, la sensación de que pueden perderlo el año próximo —cuando se substancien los comicios presidenciales en octubre— los tiene inquietos. No es para menos.

Si bien los reacomodamientos todavía no causan ruido en el Congreso, comienzan a ser sonoros en términos del desdoblamiento de las elecciones de 2015. Cualquiera imagina que, cuanto desearía la presidente, sería fijar un cronograma al cual las provincias se plegaran sin abrir la boca. Eso fue lo que hizo el kirchnerismo en 2007 y también en 2011.

Los gobernadores se dan perfecta cuenta de lo que significa el fin de ciclo K y no quieren ser arrastrados al cementerio de la mano de la viuda de Kirchner. Ello los lleva a tomar precauciones y a adelantar —mal que le pese a la Señora— los comicios venideros. En la lógica oficialista se entiende que lo haga el socialista Antonio Bonfatti en Santa Fe, Fabiana Ríos —antes aliada de Elisa Carrió— en Tierra del Fuego y hasta un obsecuente como Jorge Sapag en Neuquén. Pero qué decir de los incondicionales de Balcarce 50.

El salteño Juan Manuel Urtubey anunció las primarias para el 12 de abril y las generales para el 17 de mayo. El vice del Chaco —abiertamente enfrentado con Jorge Capitanich— sin prestarle atención al pedido del jefe de gabinete, y haciendo oídos sordos a los reclamos del gobierno nacional, convocó las primarias para el 8 de marzo y las generales para el 20 de septiembre. Por su parte, Maurice Closs en Misiones, aunque no puede aspirar a la reelección ya decidió desdoblar las fechas. Algo que, aun sin fijar día y hora, harán José Alperovich en Tucumán y José Luis Gioja en San Juan. No sería de extrañar que en Mendoza, La Rioja y Entre Ríos, Francisco Paco Pérez, Luis Beder Herrera y Sergio Urribarri, ensayen próximamente otro tanto.

De este fenómeno, de los pronósticos —no precisamente color de rosa— que todos hacen coincidir con el fin de año y de la desunión del PJ hablaron, a calzón quitado, Scioli y sus contertulios una semana atrás. Por supuesto no trascendieron pormenores de lo allí tratado. Basta saber los temas generales que fueron objeto de análisis, en los que no hubo —ni mucho menos— unanimidad de pareceres. Ni en el diagnóstico ni en el plan de acción, si acaso pudiera alguna vez forjarse.

Es claro que en el citado encuentro había una mayoría alineada con la presidente y, situado en la vereda de enfrente, se hallaba el gobernador de Córdoba. A estar a las versiones, éste habría sido enfático respecto de tres cuestiones: 1) la seriedad de la crisis que podría, en diciembre, desmadrarse; 2) la imposibilidad de convocar a la unidad del PJ si el kirchnerismo está de por medio, y 3) la necesidad de ponerle límites a la Casa Rosada. Ni Scioli ni Insfrán ni Fellner se destacan por su valentía ni por su independencia de criterio a la hora de plantearle disidencias a Cristina Fernández. En ese sentido fue una suerte de diálogo de sordos, aunque unidos todos por una misma preocupación: perder las elecciones a manos de Macri.

No hay, entre todos los mandatarios subordinados a la Casa Rosada, uno solo que le responda en cuerpo y alma. Solícitos a la hora de inclinarse ante la Fernández y de rendirle pleitesía mientras ejerza en plenitud el poder, ninguno desea acompañarla en su ocaso. Por lo tanto, lo que hacen es tantear el terreno que pisan y barajar las opciones que tienen delante suyo. Todavía no pueden rebelarse pero sí pueden fijar un calendario electoral propio.

El que debe lidiar con la más fea y carece, a esta altura, de cursos de acción alternativos es Daniel Scioli. Si se arrepiente de no haber roto lanzas con la Rosada cuando se lo ofreció Sergio Massa, antes de las PASO de agosto pasado, es algo que no sabemos. Quizá llegue el día en que el mandatario con asiento en La Plata explique las razones en virtud de las cuales defeccionó a último momento, con la palabra empeñada y las listas comunes debidamente confeccionadas.

De momento, Scioli lo único que puede hacer son gestos de obediencia públicos, sin esperanza ninguna de ser bien tratado por la depositaria de su subordinación. Para muestra valga esta anécdota. Diez días atrás, poco más o menos, hubo en la Bolsa de Comercio de Buenos Aires un acto en el cual la figura principal resultó Cristina Fernández. A la hora de elegir los asientos y enviar las invitaciones correspondientes, los dueños de casa —como es costumbre— consultaron con la Dirección de Protocolo de la Presidencia. Para su estupor, recibieron la orden de que el mandatario bonaerense no debía ser invitado; que no le hicieran lugar a Julián Domínguez en el estrado junto a la Señora y que, en cambio, sí debía flanquearla Julio De Vido. Cuentan las malas lenguas que, informados Scioli y De Vido de la decisión presidencial, no podían dar crédito de lo que escuchaban. El primero porque no termina de entender hasta qué punto lo desprecia Cristina Fernández; el segundo porque se sabe caído en desgracia.

Hace bien el peronismo aliado a los K en preocuparse por el futuro. Razones de peso hay para temer que su candidato, Daniel Scioli, si se desbarrancase la administración a la cual ha unido su suerte, ni siquiera se pueda meter en la segunda vuelta. Ello, unido al hecho de que Massa no está dispuesto a esperarlos hasta último momento, plantea para todos sus fieles un panorama desolador. Con Macri, no tienen posibilidades de marcharse; Massa los recibiría si rompen de manera abierta con el gobierno nacional, paso que —al menos hoy— no se animan a dar; y Scioli se halla estancado en las encuestas.

El triunfo de la alianza conformada por el PRO y la UCR cordobesa en la localidad de Marcos Juárez es, al margen de lo odioso que resultan las comparaciones, una suerte de continuación de la victoria del massismo en La Banda, la semana pasada. El candidato de Macri y de Aguad dio cuenta, con una diferencia de siete puntos a su favor, del candidato de Juan Manuel de la Sota. Ganarle al jefe indiscutido del PJ en Córdoba fue como derrotar a los Zamora en Santiago del Estero. Macri y Massa vienen de demostrar, en dos localidades numéricamente insignificantes, que representan para la gente lo nuevo en la política argentina. No es del caso entrar en disputas respecto de qué es lo nuevo o qué alcance tiene la palabra gente. Es del caso, en cambio, leer con atención las encuestas cualitativas a nivel país. En las mismas no se le pregunta a los encuestados por quién votarán sino, por raro que parezca, a cuál de los presidenciables le confiarían sus ahorros o como los definirían en términos de la vieja o de la nueva política o cuál les parece mejor persona. En esos relevamientos aparece una clara diferencia del jefe del PRO y el del Frente Renovador respecto de todos los demás.

Nada está resuelto a esta altura del partido y nadie está en condiciones de predecir quién será el vencedor en octubre de 2015. Pero los presidenciables asociados al cambio, por oposición a los asociados al statu quo, llevan una ventaja apreciable. Hasta la próxima semana.

 

Fuente: Gentileza Massot / Monteverde & Asoc.