LOS IMPULSOS DE UNA SOCIEDAD CONFUNDIDA Y LACERADA
El gran filósofo y economista inglés John Stuart Mill sostenía que los deseos y los impulsos pertenecen a la naturaleza del hombre, tanto como las creencias y la moderación.
Cuando estas características no están
balanceadas adecuadamente en su interior, sostenía, ocurren hechos en los que el desborde de sus deseos le hacen actuar con rudeza, lo que no ocurre como consecuencia de su fortaleza personal, sino PORQUE SU CONCIENCIA ES DÉBIL.
En los desmanes ocurridos estos últimos días en todo el territorio nacional, ha aflorado la debilidad de un sector de la sociedad –las fuerzas de seguridad-, cuyas demandas han sido tradicionalmente vapuleadas y postergadas por los gobiernos de turno.
Una situación económica angustiante para los ciudadanos en general y una inflación que avanza “a paso redoblado”, han inducido a los uniformados a fijar y contagiar sus propias reglas vandálicas de reivindicación.
El kirchnerismo predicó todos estos años un garantismo sine qua non como principio sagrado, hasta que éste pasó a constituirse en el “leitmotiv” de su gobierno.
Por su manifiesta incapacidad para conceptualizar, jamás comprendió que el orden, la prevención y el castigo para los culpables de actos ilícitos son inseparables de la buena salud de la República y nos ha puesto finalmente frente a una amarga verdad: para superar esta situación de violencia ha debido apelarse a la desesperación y el retroceso.
Siempre que se cometen excesos basados en el olvido y la indiferencia, la resolución de los mismos solo consigue postergarlos por un rato. Es muy posible pues que el efecto “cadena” siga durante los próximos meses.
El trajinado concepto de “contrato social vulnerado” que llena la boca parlanchina de muchos políticos, ha emergido a la superficie como producto, casualmente, de sus propios errores.
La situación de cuasi anarquía cultural que estamos atravesando, es el resultado de años de discursos vacíos y largas parrafadas de quienes creen que cuando hay que unir dos puntos distantes entre sí, el encuentro debe darse por la construcción de una elipse, en vez de trazar una línea recta entre ambos.
Los desmanes de estos días (y los que muy probablemente sobrevendrán) están demostrando que la Argentina del discurso vacío, ya no tiene cabida, lo cual no permite abrigar muchas esperanzas “correctivas” para el gobierno de Cristina. La multiplicación de sus torpezas frente a las dificultades crecientes que debe afrontar estrechará poco a poco su margen de maniobra de cara al futuro inmediato, poniendo a la sociedad en peligro de disolución.
Al respecto de lo que está ocurriendo, nos parece interesante recordar nuevamente el pensamiento de Mill cuando dice que “nadie puede pretender que las acciones sean tan libres como las opiniones. Por el contrario, hasta ciertas opiniones pierden su supuesta inmunidad cuando las circunstancias en las que son expresadas constituyen una posible instigación a realizar actos dañosos”.
El filósofo añadía además que dichos daños pueden ser producidos tanto por “omisión”, como por “comisión” (un principio claro del derecho); por lo tanto, lo que está ocurriendo en estos días debería ser imputado por igual a una omisión del gobierno kirchnerista, tanto como a la comisión de los hechos “malévolos” por parte de los sublevados.
Esto prueba también que el auténtico pensamiento liberal entiende mucho mejor que el falso progresismo los límites racionales que supone la defensa de los derechos humanos en toda su extensión.
¿El festejo de los 30 años de democracia pretende avalar entonces la política tuerta ejecutada por quien se siente la “dueña” (Wiñazki dixit) de los argentinos?
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