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lunes 28 de junio de 2004

Los incapaces concentran la riqueza en la Argentina

En los últimos días, hemos escuchado a empresarios que reclaman desgravaciones impositivas o solicitan protección frente a la competencia extranjera. A esta situación se le ha sumado la intención de establecer cuotas de pantalla para el cine nacional. En ambos casos, no se trata más que de oportunistas que, en lugar de intentar ser competitivos, buscan la protección del Estado para vivir a costa de los contribuyentes.

El presidente Kirchner ha dicho en varias oportunidades que Argentina necesita un capitalismo serio. Como nunca aclaró que significa capitalismo serio, es bueno recordar, para aclarar el debate, que la primera regla del capitalismo consiste en que el empresario invierte para conseguir el favor del consumidor.

En un sistema capitalista, el empresario no tiene asegurado el éxito por anticipado, es decir, antes de invertir. En el capitalismo, el empresario trata de descubrir dónde hay una demanda insatisfecha, arriesga su capital y luego espera el veredicto del mercado, que lo puede premiar con ganancias o lo puede sancionar con pérdidas. Esto es lo que se llama riesgo empresarial. En el capitalismo, el empresario primero tiene que invertir para ganar mercado.

Los sistemas prebendarios, con gobiernos proclives a aceptar la acción de los lobbies que buscan beneficios que no pueden conseguir en condiciones de libre competencia, tienen como principio la siguiente acción. Le dicen al gobierno: “asegurame el mercado restringiendo la competencia, dame subsidios y todo tipo de privilegios, para que yo arriesgue unos pocos dólares en el negocio”. A diferencia del empresario emprendedor, el oportunista que se disfraza de empresario no busca ganarse el favor del consumidor produciendo un bien o servicio de buena calidad y a precio competitivo sino que trata de ganarse el favor del funcionario de turno, lo que normalmente lleva a la corrupción para obtener esos privilegios. Los primeros progresan porque hacen progresar a sus conciudadanos produciendo bienes y servicios de buena calidad, en tanto que los otros obtienen beneficios expoliando a los contribuyentes cuando reciben subsidios del Estado o del consumidor vendiéndole porquerías a precios desorbitados.

Es importante resaltar que los oportunistas no son sólo argentinos. Falsos empresarios argentinos y extranjeros han logrado abusar de los consumidores gracias a los privilegios que lograron arrancarle o “comprarle” a los diferentes gobiernos. Digamos que es muy común que estos oportunistas se repartan el botín, que logran sacarle a los contribuyentes o a los consumidores, con los funcionarios de turno que, cual monarcas despóticos, reparten los ingresos y patrimonios de la sociedad en forma arbitraria. Pero, insisto, no se trata de que los oportunistas son solamente argentinos. Los hay extranjeros también.

Esta larga introducción viene a cuento porque en los últimos días se observa una creciente presión de los oportunistas de siempre que, disfrazados de empresarios, pretenden, una vez más, obligar a los consumidores a comprar sólo lo que ellos producen. Algo muy parecido a lo que ocurría en estas tierras cuando fuimos colonia española, y estábamos sumergidos en el retraso y la pobreza. Y, también, con una fuerte concentración del ingreso.

En los últimos días han aparecido empresarios que reclaman desgravaciones impositivas que llegan a niveles escandalosos. Otros que escriben artículos pidiendo protección, que las empresas extranjeras sólo puedan entrar al mercado doméstico asociándose con empresas locales (disponer de algo así como patentes de corso), créditos subsidiados y toda una serie de privilegios que, como tales, tienen costos que ni siquiera se encargan de decir quiénes los van a pagar.

También la semana pasada el presidente del Instituto Nacional del Cine y Artes Audiovisuales (INCAA) anunció que los cines tendrán que exhibir obligatoriamente una cantidad de películas nacionales y mantenerlas en pantalla de acuerdo a la cantidad de gente que asista a verlas. Es decir, si los productores de cine local no logran ganarse el favor de los espectadores, entonces el Estado obliga a que la gente tenga que ver esas películas por la fuerza o bien no ir al cine. El comportamiento de muchos de estos productores y actores es igual a la de los oportunistas que se disfrazan de empresarios: quieren obligar a la gente a que lo que ellos hacen sea consumido y luego vivir en departamentos y casas en barrios que están de moda, paseándose en autos último modelo gracias a la expoliación de los consumidores. Eso sí, siguen con su discurso progre llorando por los pobres y los indigentes mientras aparecen en la tele en costosas fiestas y vistiendo elegantes y carísimos modelos de los modistos más afamados.

¡Cómo todos estos falsos empresarios y falsos artistas no van a ser anticapitalistas y no van a odiar la globalización, si con las reglas de juego del capitalismo tendrían que ser realmente talentosos para ganarse la vida! Únicamente los mediocres e incapaces reclaman que el Estado los proteja y los subsidie porque saben de antemano que lo que ellos hacen es de pésima calidad.

Pero queda una última hipocresía por resaltar en esta banda de saqueadores. Consiste en que se llenan la boca hablando en contra de la concentración de la riqueza, siendo que ellos, gracias a los privilegios que reciben del Estado, son los que concentran la riqueza. ¿Por qué? Porque como los que pueden quedarse con el ingreso de los otros son muy pocos dado que los burócratas no tienen recursos infinitos para repartir vía privilegios, los beneficiados terminan siendo grupos muy reducidos y los que tienen que pagar más caro productos de mala calidad son muchos. Millones de personas van transfiriéndole ingresos a unos pocos que fueron los que consiguieron el favor del burócrata de turno. Tengamos presente que si se otorga un privilegio, ese privilegio no puede ser generalizado porque, entonces, deja de serlo. En consecuencia, este sistema de saqueo siempre termina beneficiando a unos pocos y concentrando la riqueza en ellos.

Una vez más en la historia argentina, detrás de un discurso progre, estamos asistiendo a una nueva concentración del ingreso a favor de unos pocos y en detrimentos de la mayoría.

Una vez más, funcionarios inescrupulosos, violando el principio de igualdad ante la ley y argumentando un falso nacionalismo, se lanzan a expoliar a la población para beneficiar, escandalosamente, a unos pocos ineptos incapaces de competir.
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