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lunes 9 de septiembre de 2013

Los Kirchner y el falso ego

Los Kirchner y el falso ego

Cuando el relato es una farsa es un excelente libro para enfrentarse al kirchnerismo. Nicolás Márquez y Agustín Laje, dos jóvenes demócratas sin el menor vínculo con la odiosa etapa de la dictadura militar, han realizado una investigación a fondo y la comparten con sus lectores para que lleguen a sus propias conclusiones. A mí me ha resultado absolutamente persuasivo. Me convencieron

Expliquemos con honradez de qué se trata. Cuando el relato es una farsa es un ensayo riguroso, concebido para sacarlo a combatir contra la vertiente kirchnerista del peronismo. Los autores no pretenden haber escrito una obra neutral teñida por la imparcialidad. Nada de una de cal y otra de arena. No es así, para bien o para mal, como debaten los argentinos. En ese país los intelectuales pelean a cuchillo.
En Argentina no se parte del supuesto de que cada historia tiene dos caras. Esas son majaderías anglosajonas. (¿Cuál es el ángulo positivo del nazismo o el estalinismo?). El propósito del libro es otro. Aquí comparecen, bien organizados y con buena prosa, los mejores argumentos, informaciones, y rumores encaminados a demostrar que el difunto Néstor Kirchner y su esposa Cristina han sido unos gobernantes minuciosamente incompetentes y corruptos. Los partidarios del régimen dirán lo contrario, y tal vez llenen de improperios y escraches a los autores, pero difícilmente podrán negar o desmontar cuanto aquí se afirma.
El título del libro, Cuando el relato es una farsa, resume su espíritu. El matrimonio Kirchner, según los autores y las mil pruebas que presentan, no son lo que dicen haber sido. Como alegan Márquez y Laje, no llegaron al poder para cambiar al mundo, sino para cambiar de auto. No fueron revolucionarios sacrificados durante la dictadura militar. No fueron víctimas de prisiones y torturas. Puras mentiras. Sólo querían el poder, la gloria, y, de paso, la fortuna.
No fueron perseguidos. Esos son embustes, meros disfraces asumidos para presentarse como sufridos combatientes de la izquierda, como lo fueron, por ejemplo la brasilera Dilma Rousseff o el uruguayo José Mujica, quienes no estoy seguro de que hoy se feliciten por las fechorías cometidas en la juventud. Asaltar bancos o matar guardias desprevenidos no son actos de los cuales debe enorgullecerse una persona honorable.
Los Kirchner, incluso, en lugar de consagrarse a hacer la revolución pegando tiros, se dedicaron a acumular propiedades, dinero e influencias. Cuando los montoneros peronistas mataban o eran matados, durante aquella época de locura y fascinación con la violencia revolucionaria, inspirada en el ejemplo cubano, comenzada, por cierto, contra el gobierno de Isabelita Perón, los Kirchner iban consolidando una fortuna en bienes raíces.
Luego, cuando Néstor primero, y Cristina después, llegaron al poder, multiplicaron exponencialmente la bolsa familiar, como cuenta el premio Nobel Mario Vargas Llosa en un artículo memorable por la clave irónica en que lo redactó: Flor de pareja. Mientras el mundo capitalista se estremecía por una peligrosa crisis financiera, el matrimonio Kirchner quintuplicaba su capital desde la Casa Rosada. (A otro argentino de la oposición le escuché una frase ingeniosa: “son como la sustancia aloe vera: cada día que pasa les encuentran nuevas propiedades”).
Esta impostura de los Kirchner, por qué ocultarlo, se compadece con la tradición peronista. El peronismo es cualquier cosa. Más que una corriente ideológica, y mucho menos un código moral, es una coartada para llegar al poder, y luego un discurso populista que le sirve de música de fondo al asistencialismo-clientelista con que se ejerce, mientras muchas de las personas pertenecientes a la cúpula se enriquecen sin pausa ni recato. No hay mucho más.
El propio Juan Domingo Perón, que forjó su manera de entender el Estado y la sociedad durante la época del fascismo, una visión que se desacreditó tras el fin de la Segunda Guerra mundial, nunca aclaró exactamente si era un anticomunista de mano dura situado a la derecha, un fascista antimercado, antiamericano y antiliberal colocado en la izquierda, un converso a la democracia y al capitalismo tras su exilio, o todo eso y lo contrario simultáneamente, porque la racionalidad y la coherencia le resultaban tan remotas, ajenas y superfluas como la galaxia Andrómeda.
Pero más inquietante, si se quiere, es la observación lateral que hace el libro sobre la psicología de CFK. ¿Estamos en presencia de una persona que padece la terrible disonancia que provoca la asunción de una máscara tan distante del verdadero yo o ego de la presidenta de los argentinos?
CFK debe saber con precisión quién es ella, de qué hogar proviene, cuáles han sido sus aciertos y errores. Nadie puede dudar de que es una persona inteligente (más que su marido) y que fue muy atractiva en la juventud. Pero ella sabe que miente cuando representa el personaje de una revolucionaria sacrificada, comprometida con los pobres, hija putativa del improbable matrimonio de la Madre Teresa con el Che Guevara. Eso no es cierto.
¿Le duele esa falsificación? Hay toda una tradición de psicólogos e investigadores del alma humana que afirman que el false self puede ser devastador. Donald Winnicott sistematizó el estudio del ego verdadero y el ego falso (Playing and Reality), pero antes que él se asomaron a ese abismo Kierkegaard, Carl Rogers, Erich Fromm y todos lo vieron como  una derivación de un desorden narcisista.
¿Por qué CFK le pone esa trampa a sus compatriotas y acaba cayendo en ella? A mi juicio, por algo que señala Cuando el relato es una farsa. Porque los Kirchner son setentistas. Son hijos de esa década de blue-jeans, greñas sueltas y gesto fiero. Si Perón nunca pudo evadirse de la atmósfera fascista en que comenzó a mirar el mundo, a los Kirchner les ocurrió lo mismo con los años setenta.
Es una lástima, porque ambas visiones, la fascista y la revolucionaria setentista, que tanto tienen en común, son contraproducentes. Basta ver cómo se conducen los treinta países más prósperos y felices del planeta para comprobar cuán equivocadas están esas dos corrientes históricas del peronismo. En sus orígenes a los peronistas les llamaban descamisados. Tal vez hubiera sido más exacto llamarles descaminados. Como los Kirchner.