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lunes 25 de mayo de 2009

Los unos y los otros

Los argentinos están perdidos en un laberinto, aunque con diferencias abismales: unos pugnan por salir, otros ya se acostumbraron a vivir perdidos.

“El país está en su mejor momento”, sostuvo Cristina Kichner la semana pasada mientras inauguraba la Fiesta de la Semilla en Berazategui. Para rematarla, acusó a los medios de comunicación de esconder los índices positivos del crecimiento económico y volvió a enfatizar cómo sorteamos la crisis internacional gracias al “modelo”. Ahora bien, si damos por ciertas las palabras de la Presidente, inevitablemente, un sinfín de preguntas acudirán a la mente.

Veamos algunas que, al menos, sirvan como ejemplo:

1) Para empezar: si todo está en su lugar, ¿a qué viene el adelanto electoral? ¿Acaso no se lo justificó aduciendo los coletazos de la debacle de una burbuja que estalló por culpa del neoliberalismo maldito?

2) ¿Para qué la seguidilla de anuncios buscando reactivar el consumo a través de “canjes” más verbales que palpables? Si no hay recesión y estamos creciendo, no se comprende el énfasis en un estímulo tan insistente en vender desde calefones y cocinas hasta bicicletas, y automóviles, pasando por heladeras, computadoras, entre otros.

3) ¿Y cómo se justifica el aumento de planes sociales y el asistencialismo si disminuyó la pobreza y aumentó el empleo?

4) Y de no haber sido así, ¿en qué se sostiene la caída de la actividad industrial y los sucesivos reclamos de los gremios?

5) Finalmente, si realmente estamos en el mejor momento, ¿a qué viene el llanto perpetuo y el ruego desesperado por un voto aunque más no sea el segundo o tercer cordón del conurbano para que no peligre la gobernabilidad y “trone el escarmiento”?

Hoy por hoy, las contradicciones son la característica más efusiva del oficialismo. Apenas se ha ido Hugo Chávez de su visita poco transparente, envuelto en alabanzas por la jefe de Estado y su cónyuge, que ya están viendo cómo ponerle freno cuando han perdido toda autoridad para hacerlo y tampoco están convencidos de ello. Si uno rinde pleitesía a un determinado personaje, obra de anfitrión, se endeuda con el mismo, y estimula las relaciones de amistad y “cooperación” bilateral, ¿cómo se hace luego para reclamar?

Todo está rodeado de sinrazón y misterio. O el país está regio y no hace falta candidaturas testimoniales, ni adelantamiento de almanaques, menos aún préstamos de personajes siniestros como el caribeño; o la crisis es de tal magnitud que es menester apelar a toda estrategia para evitar el “darse cuenta” de la población.

A esta altura del partido, la segunda hipótesis adquiere más sentido, aún cuando ese “darse cuenta” no sea del todo masivo. Si bien, treinta y pico de días son una eternidad en materia política porque los imponderables están a la orden del día, lo más probable es que Néstor Kirchner consiga lo inexplicable. Al menos lo inexplicable para aquellos que se mueven en un determinado microclima. Es decir: el triunfo en determinado sector del conurbano.

El presidente del Partido Justicialista viene repitiendo en sucesivas ocasiones que un voto más ya implica un triunfo electoral. De ese modo, cantará victoria aunque pierda la mayoría en el Congreso, y deba apelar a la ‘negociación’ o al negociado, al apriete, y a los consejos de Guillermo Moreno para aprender el arte de arrodillar a quienes podrían no rebajarse a hacerlo.

Porque en trance de sincerarnos, si el Secretario de Comercio ha logrado manejar al empresariado argentino, y amedrentarlo con métodos dignos de la mafia es porque la mayoría de éstos han dejado que lo haga. ¿Cuántas veces se levantó la dirigencia empresaria para poner freno a esas tácticas? Lo han hecho algunos sin que les tiemble el pulso como Cristiano Rattazzi, Luis Bameule o Aranguren en su momento. Pero no ha habido espíritu corporativo para denunciar afrentas que llegaron al punto de la amenza, o ha habido cierta complicidad porque no era, dentro de todo, tan malo el negocio: aguantar el maltrato a cambio de buenas ganancias, ciertos favores como subsidios y otras excepciones.

Ahora bien, una vez que se pacta con el diablo no hay marcha atrás. Tarde se preocupa parte de la UIA, lamentablemente, por criticar y pedir ayuda ante la maniobra desequilibrada -pero esperable- por parte de un Hugo Chávez. Claro, hasta ahora el bolivariano se metía en las arcas del Estado, pero ahora arremete contra intereses sectoriales de quienes no se preocuparon antes de elevar la voz de alarma, a sabiendas que por el sendero que se transitaba, este desenlace era prácticamente inevitable.

Néstor y Cristina están en campaña y con la famosa “caja” en vías de extinción, es decir vaciándose en el tramo final de un juego a todo o nada. En esas circunstancias, ¿pueden enfrentarse a quién es – ni más ni menos – aquel capaz de rellenarla para que la caída no sea tan estrepitosa, y haya margen de acción para seguir adelante como se ha seguido en los últimos años? Es decir: hablando en demasía, anunciando y prometiendo, pero incumpliendo la palabra y distrayendo la atención con temas banales presentados siempre como magnánimos “puntos de inflexión”, aunque sólo durasen lo que un castillo de naipes.

El pronóstico de caos tras los comicios es tan poco serio como lo es casi todo en el escenario prelectoral que estamos presenciando. Si algo hay, aquí y ahora, es un estado de anomia que nadie denuncia aunque salte a la vista. El hastío está ganando la partida. No hay doble comando sino apenas un piloto automático bastante mal programado que nos está conduciendo al lugar menos pensado.

Ni una sóla política de Estado esgrimida como respuesta a las demandas perentorias del pueblo. La inseguridad continúa siendo una constante con la cual hasta convivimos ya sin espantarnos, la educación una falacia; y la salud un don del Cielo, una bendición o para los no creyentes apenas suerte, más que un derecho ciudadano. Acecha el dengue, el Chagas, la fiebre amarilla y hasta la tuberculosis sin que nadie diga nada ni de la cara. Y es que tampoco hay reclamo que no se esfume como el humo de un cigarro. Además, los grandes males acosan a los sectores bajos donde no hay cámaras ni micrófonos sino punteros políticos canjeando votos por botiquines o medicamentos que sólo sirven como anestesia pasajera, cuando no como placebo.

En este contexto, no hay gobernabilidad que peligre. Para que esto suceda debería haber gobierno; y hoy por hoy apenas si hay un matrimonio cegado de poder que hace y deshace a sus anchas sin que nadie le marque los límites de la cancha. La oposición no deviene alternativa, y eso habilita tanto desdén y atropello, tanta burla y tomada de pelo al pueblo.

Esta situación de desamparo que halla la sociedad en su conjunto, ahora también la está sufriendo el empresariado, ni más ni menos que ante un avasallamiento de sus derechos de propiedad. ¿Grave? No. Gravísimo. Pero apenas si es consciente de ello una mínima parte de los argentinos. Quizás los mismos a quienes parte de los empresarios no estuvieron, en su momento, dispuestos a ayudar para ayudarse a sí mismos.

En síntesis, a días del acto electoral, ya es la totalidad de los argentinos la que se halla en el mismo laberinto aunque con una diferencia abismal: unos pugnan por salir, otros se acostumbraron ya a vivir perdidos. Y los muchos de los primeros jamás se ocuparon de colaborar -aunque sea con alguna suerte de docencia- para que el resto aprendiera el valor sagrado de la libertad, más allá de los mercados y del rédito de un balance que oscile el fiel de la balanza hacia el interés empresario.

Estamos llegando a dónde hemos querido llegar por no haber emitido queja antes de que, como rebaño, se nos meta al brete en el que ahora estamos. © www.economiaparatodos.com.ar

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