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lunes 6 de septiembre de 2004

Los valores que tenemos que recuperar

La Argentina no tiene sólo problemas económicos, sino –y fundamentalmente– un problema de desprecio por los valores que hacen grandes a las países. El desafío es lograr desterrar la cultura de la dádiva y del robo legalizado para volver a la ética del capitalismo competitivo. Sin ello, difícilmente podamos salir del pozo en el que hemos caído.

En busca de una explicación a la brutal caída que ha tenido la Argentina como nación, mi impresión es que los valores que hoy imperan son los de una sociedad que trata de maximizar las utilidades en el corto plazo a cualquier costo. Obviamente que no todos los argentinos tienen esta comportamiento, pero sí creo que una parte importante de la población ha decidido que con el trabajo honesto y el esfuerzo no se llega muy lejos y, por lo tanto, va adecuando su comportamiento a las reglas de juego que podríamos denominar: “expoliar al prójimo”.

Desde el político que utiliza el cargo público para beneficio personal y salvarse de por vida, pasando por el empresario que busca todo tipo de privilegios para su negocio, llegando al dirigente sindical que no tiene límites para meterle la mano en el bolsillo a los trabajadores o al dirigente piquetero que explota la miseria de la gente para organizar sus fuerzas de choques, todos buscan “expoliar al prójimo” utilizando al Estado como instrumento de robo legalizado. Es decir, lograr que el Estado, mediante una ley o un decreto, literalmente le “robe” su patrimonio o ingresos a otros sectores de la sociedad en beneficio de algún sector en particular. La Argentina se ha transformado así en una especie de isla de piratas, en la cual el Estado es el jefe de los piratas que reparte el botín entre sus secuaces.

Mi punto es que este “robo legalizado” que permite maximizar ganancias en el corto plazo, se ha generalizado de tal manera que hoy termina jugándole en contra a los que lograron fortunas usando al Estado en beneficio propio.

Por ejemplo, el empresario que hizo dinero usando al Estado para que le otorgara protección contra la competencia, subsidios y demás privilegios, vive hoy encerrado en su casa porque la pobreza y la inseguridad, surgidas de tantos años de saqueo generalizado, hacen que ni él ni sus hijos puedan transitar libremente por las calles. Ese señor, que hizo grandes fortunas pactando con un Estado corrupto, hoy no puede disfrutar plenamente la riqueza que logró gracias al “robo legalizado”. Lo mismo le ocurre al político, al dirigente sindical y al piquetero. Todos hemos caída tan bajo que no sólo no tenemos un país en el que se vislumbre un futuro de prosperidad, sino que, además, ya no está en juego el patrimonio de cada uno de nosotros. Lo que hoy está en juego es la paz y la seguridad de todos. De los honestos y de los saqueadores.

Desde el punto de vista estrictamente económico, las empresas no valen nada porque la Argentina no tiene porvenir bajo estas reglas de juego propias de los piratas. ¿Cuánto puede valer una empresa en un país donde ni la vida ni la propiedad tienen importancia? Así como hoy alguien hace lobby para saquear a otros sectores, esos mismos otros sectores mañana pueden tener mayor poder de lobby que el primero y lograr de esa manera que el Estado sancione una norma por la cual el anterior saqueador pasará a ser el saqueado. En un país donde el “robo generalizado” es la norma, nadie tiene asegurado el valor de sus activos y mucho menos su porvenir.

Como decía antes, ni siquiera quienes lograron fortunas recurriendo al “robo legalizado” pueden disfrutar del botín que consiguieron. No pueden andar en autos lujosos porque son blanco de cuanto delincuente hay por la calle. Si tienen una casa importante, le hacen inteligencia y le raptan un hijo para pedirle un rescate o viene el Estado y le rompe la cabeza con los impuestos que le cobra. Además, tiene que vivir rodeado de custodia porque el resentimiento que se ha generado en la sociedad por la injusta distribución del ingreso que genera este sistema de privilegios de todo tipo, hace que nadie esté a salvo de la envidia de los marginados.

Yo puedo entender, no justificar, a un saqueador que logra hacer fortuna y luego se va a vivir a otro país a disfrutar de su botín. Lo que no puedo entender es a quienes viven haciendo lobby para apropiarse de una parte del botín y luego se quedan a vivir en la Argentina junto con su familia, creyendo que van a salir indemnes del destrozo que están haciendo con el país.

Cada vez me convenzo más de que el capitalismo no sólo es el mejor sistema para progresar económicamente, sino que es el sistema que defiende valores que permiten construir una sociedad con el mayor grado de armonía y paz social posibles. Valores como el esfuerzo, el trabajo, el estudio, el respeto por la palabra empeñada y el honrar los contratos firmados, el respeto al fruto del trabajo ajeno y a la propiedad privada, entre otras cosas, hacen que nadie pueda progresar a costas de otro, sino con los otros.

Dicho en otras palabras, en el largo plazo el “robo legalizado” se ha transformado en un pésimo negocio incluso para los saqueadores porque, dada las reglas de juego que hoy imperan en la Argentina, ladrón que roba a ladrón tiene cien años de perdón. ¿Qué significa esto? Que aquél que construye una fortuna en nuestro país usando al Estado en beneficio propio puede ser confiscado en cualquier momento por ese mismo Estado de acuerdo a los vientos políticos y al ambiente social que impere en un momento dado.

La Argentina no tiene un problema solamente económico. Tiene, fundamentalmente, un problema de desprecio por los valores que hacen grandes a las países. Y ese desprecio por los valores como el trabajo productivo, el esfuerzo, el estudio, el respeto a los demás, ha generado reglas de juego propias de la selva.

El populismo de derecha y de izquierda que ha imperado en la Argentina durante tantos años ha destruido las normas más elementales de convivencia. Ganarse el pan de cada día con dignidad es una “estupidez” bajo las reglas que rigen hoy en el país. Y bueno es recordar que en un país de saqueadores, llega un punto en el que nadie produce porque todos se dedican a saquear. Y como todos se dedican a saquear y nadie a producir, cada vez va quedando menos para saquear.

En síntesis, estoy plenamente convencido de que volver a la cultura del esfuerzo, del trabajo honesto, del riesgo empresarial, del respeto por los contratos y la palabra dada, es muy buen negocio en el largo plazo.

Este es el gran desafío que hoy tenemos los argentinos. Desterrar la cultura de la dádiva y del robo legalizado para volver a la ética del capitalismo competitivo.
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