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martes 12 de abril de 2005

Los verdaderos asesinos de nuestra patria

En el reino del revés en que se ha convertido la Argentina, los buenos parecen ser los malos y los malos se disfrazan de bienhechores: el resultado es una ensalada ideológica que confunde a la sociedad y nos sume en la miseria.

El debate político económico argentino me hace acordar a esas películas de intriga en las que la trama le hace pensar a uno que el que realmente es el malo es el bueno y en las que el que uno piensa que es el malo en realidad termina siendo el bueno.

Hoy en día, llamarse progresista significa querer a la gente, preocuparse por los pobres y luchar contra la ambición de los monopolios. Supuestamente son los buenos de la película. En cambio, ser liberal significa desinteresarse por los pobres, defender sólo los intereses de los más ricos y vender el país a intereses foráneos. Supuestamente los malos de la película.

Planteado el argumento de la película en estos términos, es claro que los malos somos los liberales y los buenos son los progresistas. Sin embargo, al igual que en las películas de intrigas, las cosas no son como aparecen a primera vista.

Cuando los progres dicen querer a la gente, en rigor lo que quieren de la gente es que dependa del poder político de turno para asegurarse el caudal de votos necesarios para sostenerse en el poder. Dicen los progres: “ojo que si vienen los liberales les van a sacar los subsidios que nosotros hoy les damos y los van a dejar en la miseria más absoluta y a merced de la voracidad del capitalismo explotador”. Un argumento que parece bastante convincente si no fuera por el hecho de que, para poder sobrevivir, la gente queda a merced de la dádiva que le tira el puntero político de turno mediante los llamados planes sociales, planes que en rigor deberían llamarse “programas de denigración de la gente y de control del poder político”.

En cambio, el liberal le dice a la gente: “cambiemos el sistema y establezcamos reglas por las cuales usted pueda ganarse el ingreso en base a su trabajo”. El liberal propone una política de profundo contenido moral dado que quiere que la gente tenga la dignidad de poder vivir de su trabajo y no dependa de las monedas que les tiran los progres y populistas, previa denigración de la personas obligándolas a ir a actos políticos, votar por sus candidatos y vivar al mandón de turno. El liberal quiere que la persona viva con dignidad. El progre y populista quiere que la gente siempre dependa de ellos para subsistir.

Los progres dicen enfrentarse a los capitales que quieren explotar a la gente. Nuevamente un discurso realmente atractivo, sobre todo si lo que se pretende es alimentar la envidia y el enfrentamiento en la sociedad. Sin embargo, en los hechos, las políticas progres consisten en otorgarle todo tipo de privilegios a algunos sectores, quienes logran importantes ganancias gracias a las prebendas que les otorgan los progres: proteccionismo, subsidios, reservas de mercado, entre otras. Los progres terminan aplicando políticas que transfieren ingresos de los sectores más humildes de la sociedad hacia los sectores con mayores ingresos. Logran concentrar la riqueza en unos pocos, lo cual les abre, por otro lado, una fuente inagotable de corrupción de la cual participan gobernantes y sectores privilegiados. Los progres y populistas logran que una pequeña nomenclatura viva como reyes, mientras el resto de la población vive sumergida en la miseria. No hay distribución del ingreso más injusta que la que surge de las políticas progres y populistas, porque la riqueza se concentra sólo en los funcionarios públicos, en los empresarios prebendarios y en los sindicalistas que negocian su apoyo a los progres a cambio de una tajada del botín.

A diferencia de los progres, los liberales queremos que impere la regla por la cual cualquier empresario que quiera tener ganancias deba invertir para ganarse el favor de los consumidores. Los progres le dicen a los empresarios: “mediante regulaciones, yo te doy este pedazo de mercado, vos invertí algunas monedas, explotá al consumidor y compartí las utilidades conmigo, que soy el que te arma el negocio cautivo”. Los liberales les decimos a los empresarios: “quedate con todas las ganancias que logres conseguir, pero para ganar tenés que invertir en condiciones de libre competencia y producir bienes y servicios en precios y calidades que satisfagan las necesidades de los consumidores. Eso sí, si te va mal en el negocio, el problema es tuyo. No le transfieras tus pérdidas al resto de la sociedad, porque es inmoral que si ganás te quedes con toda la utilidad y si perdés, les tansfieras tus quebrantos a los contribuyentes.”

Los liberales queremos que las empresas trabajen en un marco de competencia para que se vean obligadas invertir y a mejorar sus ofertas si es que quieren mantenerse en el mercado. Queremos que la propiedad privada se respete a rajatabla para que se produzca una avalancha de inversiones en el sector real de la economía de manera tal que las empresas tengan que pagar cada vez más a sus empleados y, además, tengan que ofrecerles mejores condiciones laborales para retenerlos. Lo que queremos es que el trabajador tenga la fuerza de imponer sus condiciones de negociación gracias a que las inversiones son tantas que si las empresas no pagan bien y no dan buenas condiciones de trabajo quedan fuera del mercado porque no consiguen quién trabaje para ellas.

Los liberales nos oponemos a las regulaciones porque sabemos que, además de ser ineficientes desde el punto de vista económico, son el caldo de cultivo para que la corrupción crezca hasta niveles inusitados. Sabemos que como toda regulación genera transferencias compulsivas de ingresos y patrimonios, esas transferencias terminan transformándose en el gran negociado entre reguladores (funcionarios públicos) y beneficiarios de las regulaciones.

En cambio, los progres y populistas “venden” políticamente las regulaciones como acciones de justicia y defensa de los humildes, mientras por debajo de la mesa se pasan los sobres repletos de coimas.

Podría seguir con otros argumentos para mostrar la podredumbre moral de progresismo y el populismo, pero lo que me interesa resaltar es que el liberalismo no sólo es más eficiente a la hora de generar riqueza, distribuirla y crear un ambiente de prosperidad para todos. La mayor virtud del liberalismo es que es un imperativo moral. Y el principal imperativo moral del liberalismo es que lucha por la dignidad del ser humano, dado que quiere que cada uno construya su futuro en base a la cultura del trabajo, el esfuerzo, el cumplimiento de la palabra empeñada, el respeto por los contratos firmados, una distribución del ingreso que no se base en la expoliación de otros sectores de la sociedad y en la búsqueda del propio progreso en trabajar para que otros puedan progresar. Queremos un sistema de cooperación social.

El progresismo y el populismo destruyen la dignidad de las personas, sometiéndolas económicamente y haciendo que la pobreza sea tan extendida que la gente tenga que suplicar y arrodillarse frente a los gobernantes de turno para poder sobrevivir. El progresismo y el populismo tienen como fundamento la denigración del ser humano.

En la Argentina, la gente sigue viendo esta película de decadencia interminable y sigue creyendo que los que aparecen como buenos no son los malos. Esperemos que al final de la película la gente descubra a los verdaderos asesinos de nuestra patria. © www.economiaparatodos.com.ar




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