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domingo 13 de diciembre de 2015

Macri no necesita más obsecuentes

Macri no necesita más obsecuentes

Lo que no debe hacer el economista serio, bajo ninguna circunstancia, es ser un obsecuente aplaudidor de cualquier cosa

El kirchnerismo, cuyo objetivo consiste en establecer una dictadura utilizando los beneficios de una sociedad abierta, parece que ha dejado profunda huellas de temor en la gente al punto tal que uno percibe cierto grado de autocensura, miedo a opinar y expresar libremente sus ideas. Es que antes el pensamiento único se imponía con el terrorismo de estado utilizando el aparato estatal para perseguir a los que pensaban diferente, y ahora el pensamiento único intentara establecerse bajo el argumento que hay que darle tiempo al gobierno. Es más, se observa que así como había cyberk que agredían a los que pensaban diferente, ahora hay cibermakristas que agreden al que opina y no alaba incondicionalmente al nuevo presidente. Pareciera ser que solo se puede alabar a Macri. Cualquier otra expresión está vedada, con lo cual hemos cambiado de presidente pero no de pensamiento único.

Obviamente, me apuro a aclarar que no veo que Macri sea el que impulsa ese tipo de comportamientos. Siempre hay algún estúpido que es más papista que el Papa.

Agregaría que veo en Macri a una persona inteligente y las personas inteligentes no se rodean de obsecuentes, porque los obsecuentes no son gente inteligente. Son los peores elementos de la sociedad. Siendo Macri una persona inteligente, estoy seguro que preferirá oír opiniones diversas en vez de a los obsecuentes que le van a decir que todo lo que él diga o haga estará bien.

Me dicen que al gobierno de Macri hay que darle un cierto tiempo antes de opinar sobre las medidas que tomará. Francamente no estoy de acuerdo con esa postura. En primer lugar, al momento de redactar estas líneas todavía no se han formulado anuncios de política económica relevantes o un plan económico global. Ahora bien, una cosa es dar un tiempo de espera si hay dudas sobre los efectos de determinadas medidas y otra muy diferente es saber que determinada medida siempre es perjudicial en economía pero, por una falsa corrección política, igual esperar para opinar sobre la medidas. Si por ejemplo un gobierno anuncia controles de precios, cualquier economista medianamente informado sabe que hay 4000 años de historia de fracasos de los controles de precios. Tenemos 4000 años de experiencia al respecto y no hace falta esperar 100 días para saber que esa medida va a fracasar. Hay cosas que, por experiencia o por haberlas vivido con anterioridad, uno puede recomendar como positivas o advertirlas como negativas anticipándose al desenlace. Esto no quiere decir que uno pueda opinar sobre determinada política económica sin conocer las medidas. Una actitud semejante sería de una clara irresponsabilidad profesional.

Lo que sí puede hacer el economista es advertir si ciertas medidas son beneficiosas o perjudiciales para la economía. También puede, con ánimo constructivo, formular propuestas para afrontar una crisis económica o sugerir medidas para enfrentar la herencia recibida. No percibo que formular propuestas para solucionar problemas constituya un motivo de desestabilización del nuevo gobierno. Por el contrario, son un aporte al gobierno, el que finalmente decidirá si toma los aportes o los desecha por las razones que sea. No es obligación del nuevo gobierno tomar como válidas todas las sugerencias y propuestas que pueda recibir o leer. Si así fuera terminarían gobernando los que no fueron votados. Un disparate.

Pero, como decía en mi nota de la semana pasada, este es un período de educación económica. Es un período en que el gobierno tiene que domar el incendio que deja el kirchnerismo y es tarea de la oposición, economistas, políticos opositores, empresarios, etc. ayudar a explicarle a la gente qué se recibió como herencia económica, cuáles son los costos a pagar de la fiesta artificial y cómo se pueden amortiguar esos costos.

Lo que no debe hacer el economista serio, bajo ninguna circunstancia, es ser un obsecuente aplaudidor de cualquier cosa. De eso ya tuvimos bastante con Cristina Fernández que armaba su escenografía para sus discursos, incluyendo llevar a legisladores, gobernadores, empresarios, etc. que iban a aplaudirla. Tan poca estima tenía de sí misma. Tan convencida estaba que le mentía a la gente, que para tomar ánimo necesitaba montar ese circo detestable para que la aplaudieran incondicionalmente sus seguidores y felpudos que, religiosamente, concurrían a decir presente ni bien les daba la orden de presentarse.

No veo para nada esa personalidad en Macri. Veo que el nuevo presidente tiene en claro para dónde quiere ir, sabe que no necesita de aplaudidores para convencer al resto de la población sobre el beneficio de sus políticas y ha dado acabadas señales de estar dispuesto a dialogar y escuchar otras opiniones. Es más, en su discurso ante la Asamblea Legislativa pidió que lo ayudaran marcándole sus errores. Más abierto el hombre no puede ser.

En definitiva, me parece que en esta etapa del nuevo gobierno, aquellos que no estamos involucrados en ninguna función pública tenemos mucho para aportar sugiriendo medidas, caminos alternativos y políticas públicas de largo plazo para enfrentar la catastrófica herencia que deja el kirchnerismo y para cambiar el rumbo de la larga decadencia económica argentina. Es la mejor contribución que podemos formularle al nuevo presidente, teniendo presente que será él que tendrá la última palabra.

Finalmente, me parece que luego del destrozo que hizo el kirchnerismo ya no queda margen para seguir con esto de la democracia delegativa. Es decir, ir a votar un domingo y luego despreocuparse de lo que hace el gobierno delegándole el mando como si en vez de nuestro representante hubiésemos elegido a un monarca. Votar no es entregar un cheque en blanco y el control de los gobiernos debería comienzar en el mismo momento en que jura como presidente. Creo que Macri así lo entiende y solo los obsecuentes descerebrados y poco útiles pueden creer que le hacen un gran favor al presidente diciéndole a todo que sí como hicieron con Cristina Fernández.

Doce años de brutal kirchnerismo deberían ser suficientes como para haber aprendido que los aplaudidores incondicionales son la peor droga que puede tener un presidente.